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Mario Quijano Pavon
Extracto
VI. El Rapto del “Victoria”
Era
en verdad un pintoresco grupo el que observaba el muelle real en Lisboa. Consistía este de un anciano casi totalmente
calvo, un oriental vestido de mandarín, un Brahmaputra gigantesco, y un sequito
de diez mongoles armados hasta los dientes.
Afortunadamente, los habitantes de Lisboa, habituados por siglos a ver
toda clase de orientales, poca atención les prestaban.
--Aquel
europeo panzón vestido con un uniforme rojo ha de ser Lord Charles Brooke, excelencia
–dijo Sirdar pasándole unos binoculares a Yáñez.
--Ah
sí, tiene una cara de hideputa que me recuerda a la de James. Está abordando el carruaje que le mando el rey
don Carlos. Y lo seguirán en otro
carruaje sus diez cipayos. Los coraceros
de la guardia real los escoltaran a palacio.
--Bonito
buque es el “Victoria” --indico Sirdar apuntando al muelle--. Y parece que sus calderas están
prendidas. Hay humo que sale de su
chimenea. Y veo que la tripulación está llenando sus carboneras.
--Debo
admitir que si es un bonito buque –dijo Yáñez a regañadientes--. Observad que tiene dos timones en popa. Eso me indica que puede hacer agiles
maniobras y esquivar cualquier obstáculo.
En el mástil principal observo alambrado y tal vez tenga comunicación
inalámbrica. Brooke se ha de haber
gastado una fortuna en equiparlo.
--Veo
dos espingardas, excelencia –indico Sirdar--, una a proa y otra en la popa.
-Excelente. Espero que no las necesitaremos. Si en verdad el “Victoria” alcanzo veinte
nudos podremos evadir cualquier buque que nos persiga. Y respecto a las calderas, probablemente Lord
Charles quería agua caliente para bañarse.
La razón no importa. Si sus
calderas están prendidas vamos a poder zarpar de inmediato.
--Yo
pensaba que los británicos estaban peleados con el agua –comento Sirdar--. Los que he conocido hedían a mil diablos.
--Si,
los británicos son como los franceses, naciones que se autonombran civilizadas,
por lo que casi no se bañan –afirmo Yáñez--.
En los calorones del Indostán los británicos suelen sudar gin constantemente
pues lo toman como si fuera agua, y afirman que con ese sudor se les formara
una cascara que los protegerá de las enfermedades tropicales. Pero sabed Sirdar
que no hay nada que huele más horrible que las mujeres de sus misioneros. Nunca se bañan pues tendrían que desnudarse y
eso es pecaminoso para ellas. No se
visten como corresponde al trópico, sino que traen puestos varios corpiños como
si en Borneo, país de junglas tropicales, fueran a tener que sobrevivir los
inviernos de Escocia. Las podéis oler a leguas de distancia. Los naturales de Borneo, que son limpísimos
pues están acostumbrados a bañarse a diario en los múltiples arroyos de sus
selvas, huyen de ellas, no porque odien al Cristo de los europeos sino porque
es un suplicio estar en la presencia de misioneros.
--Ah,
Sahib, ahora entiendo por qué la mayoría de los dayakos siguen siendo paganos
–contesto Sirdar.
--Probablemente
para visitar al rey Lord Charles ordeno que se prendieran las calderas para
tener agua caliente y lavarse las patas y (Dios quiera) sus partes nobles. Pero dudo que ese orangután se lave el resto
del cuerpo. Espero que don Carlos tenga
un estomago de acero y no se vomite al oler su tufo.
--Sugiero
esperemos un par de horas antes de actuar, excelencia –dijo Liu Zhang--. Acordaos
que Lakshme todavía tiene que regresar.
--Tenéis
razón, hijo mío. Decidme ¿aprendisteis latín
en Inglaterra?
--Vale
pater, locuacem latine.
--Le
di una bolsa rebosante con rupias de oro a Lakshme para que los tramites se le
facilitaran. Como dijo Agustín de Hipo
Regio “per aurea canis oscila”.
--Ah,
entiendo, para dar cochupo…con oro baila el perro –tradujo Liu Zhang.
--Conociendo
a Lakshme y armada con oro probablemente regresara con patentes que la
acreditan como la ministra de salud de Portugal.
Yáñez
y su gavilla se sentaron en un café cercano a desayunar y observar al
“Victoria”.
--Excelencia
–dijo Kang aproximándose a Liu Zhang--, mandadme empalar si mi impertinencia os
ofende, pero debéis saber que los muchachos se quejan pues aquí no tienen leche
de yak para el té y aquí solo ofrecen lo que llaman café.
--Lo
siento, hetman. Estamos en Europa y esta
es una tierra salvaje y llena de bribones –respondió el príncipe--. Cuidaos en todo momento la cartera,
¿entendéis? Mejor tomaos el café negro. Es
muy fuerte. Viene de Etiopia, en
África. Sabed Kang que cuando se va a
Roma hay que hacer como los romanos.
--Pensaba
que íbamos de regreso a oriente y no a Roma, excelencia.
--Es
un decir, Kang.
--Hetman
–afirmo Yáñez--, había un filósofo alemán (Nietzsche) que decía que aquello que
no os mata os fortalecerá.
--¿Era
inmortal y fuertísimo ese filósofo, excelencia?
Ciertamente este brebaje negro parece emanado de las chapopoteras que
hay en el Asia central y ha de ser letal para los mortales.
--No,
hetman, me temo que el tal Nietzche murió loco de remate, infectado de
sífilis. Algo que comió le cayó
mal. Pero os aseguro que no fue café lo
que lo mato.
Lakshme
hizo acto de presencia. Traía varias
bolsas de las que saco batas de laboratorio, mascarillas, y guantes.
--Padre,
hermano, vestíos con estas batas médicas y estos guantes. El resto de vosotros deberéis de poneros
estas mascarillas y estos guantes.
--¿Qué
planeas, Lakshme? –pregunto Yáñez.
--Seguidme
la corriente. Padre, os pediré que os
hagas pasar por un británico.
--By
Jove! –respondió Yáñez, aunque con cierto asco.
Al
tratar de entrar al muelle real los detuvo un oficial de la policía portuaria
de Lisboa. Varios de sus hombres
rodearon al sequito de Yáñez. Estos
policías estaban armados.
--¿Adónde
vais vuecencias? El acceso al muelle
real está prohibido. Y os pediré que os
quitáis esas mascarillas y os identifiquéis.
Lakshme
hablaba portugués como toda una hija de Lusitania.
--Ah,
capitán, seguro no os han dado parte de lo que ocurrió en palacio –dijo Lakshme
mientras sacaba una identificación que la acreditaba como inspectora sanitaria
de la junta municipal de Lisboa.
--No,
señorita, no me han avisado de nada.
--Soy
la doctora de Gomera –explico Lakshme presentando su acreditación--. El británico, Lord Charles Brooke, el que
desembarco aquí esta mañana, sufrió un sincope en el palacio real. Se sospecha que está infectado de mal de mono
traído desde el sureste de Asia.
--¿Mal
de mono? –contesto el oficial palideciendo--.
Nunca había oído de eso. ¿Es
mortal?
--Si,
es muy contagioso, razón por la que usamos estas mascarillas. Varios de los cipayos de su escolta agonizan
ya en el palacio. En cuanto mueran, tal
vez en una hora más, se quemarán sus cadáveres.
Igual ya se cremaron los carruajes que los llevaron con el rey y el
gobierno medita seriamente si se tendrá que mandar quemar todo el palacio real.
--¡Jesús! Pero ¿el rey está bien? –inquirió el policía.
El
rey y los infantes están siendo bañados con aguarrás para tratar de salvar sus
vidas. Decidme, ¿vos y vuestros hombres interactuaron
con Lord Brooke o con su escolta?
--Pues...
¡sí! Fue inevitable. Lord Charles me saludo de mano.
--Ohmigod!
–exclamo Yáñez--. Siento deciros que tal vez todos ustedes sois hombres
muertos.
Los
policías empezaron a temblar.
--¿Y
vos quien sois caballero? –pregunto el oficial.
--Soy
Sir Richard Bloodbath, médico asignado a la embajada británica –explico Yáñez--. God save the Queen!
--No
hay tiempo que perder, señor oficial –apunto Lakshme--. Decidle a la tripulación del yate que se baje
aquí al muelle.
--Pero…
--Señor
oficial, ¿sois patriota? --lo interpelo Lakshme--. ¿Entendéis que si esta enfermedad se propaga
en Lisboa miles morirán? Sabrá Dios si
el rey todavía vive. Por favor
obeced. Tenemos que evitar una tragedia
de proporciones bíblicas.
Los
policías increparon a la tripulación del “Victoria” y los hicieron bajar. De pronto se presentó un oficial en el puente
del “Victoria”. Era un joven vestido con
el uniforme de la Royal Navy.
--¿Y
qué diablos creéis que estáis haciendo con mis hombres? --demando saber el británico mientras
desembarcaba.
--¿Y
vos quien sois caballero? –pregunto Yáñez en perfecto inglés.
--Soy
Robert Dork, teniente de la Royal Navy asignado al servicio de Lord Charles
Brooke y tengo el honor de estar al mando del “Victoria”.
--Yo
soy el doctor Bloodbath asignado a la embajada británica en Lisboa. Esta una emergencia médica. Doctora de Gomera –le indico Yáñez--, ved su
piel y sus ojos. Creo que está
infectado.
--¿De
qué diablos se trata esto?
--Señor
capitán, por favor, obedeced –le suplico el oficial de la policía
portuaria--. Su buque trajo una
enfermedad mortal consigo, lo que llaman mal de mono.
--Abrid
la boca, caballero –indico Lakshme mientras lo examinaba--. Decidme, ¿habéis obrado hoy?
--Si.
Sin problema.
--¿No
os duelen las articulaciones u oís voces? –pregunto Yáñez.
--¡Nunca
he oído voces y mis miembros están vigorosos!
--¿No
sufrís de almorranas? ¿Comezón en el ano?
¿Se os cae el cabello? –añadió Lakshme.
--¡Para
nada! Me siento tan fuerte como un toro.
Lakshme
sacudió la cabeza.
--Típico,
doctor Bloodbath, tome nota que el capitán Dork ya tiene la euforia final.
--¿De
que diablos habláis? –pregunto Dork con voz trémula.
--Tan
joven, que triste –dijo Yáñez sacudiendo la cabeza.
--¿Tenéis
mareos? –pregunto Lakshme a Dork--. ¿Podéis beber agua o cualquier otro líquido
o estos os causan repulsión?
--¿El
mal de mono se parece a la hidrocefalia? –preguntó Dork con asombro.
--Ojalá
así fuera –indico Yáñez--. No sufrirías
tanto en la agonía final. Pero responded, ¿tenéis mareos?
Tan
alterado estaba ya el británico que respondió que si sentía un mareo y que tenía
además nauseas.
--Animo,
teniente –afirmo Yáñez--. Os garantizo
que la embajada dará parte a vuestros familiares en cuanto fallezcáis.
--¡Oh
Dios! ¿Estoy desahuciado?
--Doctora
de Gomera –indico Yáñez--, me temo que tenemos que tomar medidas desesperadas
si vamos a salvar la vida de algunos de estos hombres.
--Escuchadme,
todos –indico Lakshme alzando la voz--.
Es necesario que todos ustedes os desnudéis. Si, todos y aquí mismo. No es hora de andar
con falsas modestias, caballeros.
--¡Ea!
¡Ya oyeron a la doctora! –rugió Yáñez--.
Encueraros todos y haced una línea aquí, sí, todos, tanto policías como
tripulantes. Y poned vuestras armas en
pabellón. No las necesitareis más. Nuestra escolta las recogerá para…desinfectarlas. Y toda vuestra ropa se tendrá que quemar.
--¿Quiénes
son esos chinos? –pregunto con suspicacia el teniente Dork.
--Son
la guardia de la embajada –aclaro Yáñez--.
Han venido de Hong Kong pues el embajador, Lord Benjamín Fool, antes
gobernaba ahí. El chino alto es también
doctor y es mi secretario. A ver, doctor
Lim Lim, tome usted nota de lo que observe la doctora de Gomera.
Lakshme
pasó revista a los hombres desnudos con una leve sonrisa que apenas podía
disimular. De vez en cuando le hacía
indicaciones a Liu Zhang en cantones sobre las partes nobles de uno de los
hombres y este último hacia como que tomaba nota.
--¡Santo
Dios! ¿Nos vamos a morir? –pregunto con
voz lastimera el oficial de la policía portuaria.
--Tal
vez no –respondió Lakshme--. Teniente Dork, ¿tenéis aguarrás abordo?
--Por
supuesto. Lo usamos cuando pintamos el
yate. Lord Charles insiste que el buque
siempre se vea magnifico.
--Bajad
todo el aguarrás que tengáis, teniente, y también estopa –indico
Lakshme--. Frotaos con aguarrás todo el cuerpo,
pero tened cuidado de que no os caiga en vuestros ojos.
--¡Nos
ardera en los testículos! –protesto Dork.
--Evitad
que os caiga ahí el aguarrás. Si tal
ocurre tal vez se os tendrá que castrar –respondió Lakshme--. No os preocupéis.
Tenemos bisturís a la mano. El corte no tiene mayor ciencia, tan solo tenemos
evitar que os desangréis.
--Damn!
–grito Dork.
--Es
eso o perder la vida teniente –explico Yáñez.
Se
bajaron varios barriles de aguarrás y también estopas y los hombres empezaron a
frotarse el cuerpo con este. Mientras,
los mongoles recogían las armas que portaban los policías y la tripulación. Acto seguido los mongoles y Yáñez y Liu Zhang
subieron a bordo del “Victoria” llevando las maletas y toda la impedimenta que
traía el portugués. Sirdar de inmediato y
después de mucho buscar se dirigió al cuarto de máquinas.
--¡Un
momento! –exclamo Dork--. ¿Qué diablos vais a hacer con mi buque? ¿Por qué nos habéis quitado nuestras armas?
--Capitán
Dork, por orden de don Joao Pomponio, ministro de salud de Portugal, vuestro
yate será hundido en alta mar –explico Lakshme--. Es un buque mortal. El doctor Bloodbath
atestiguara su hundimiento y el embajador Fool está enterado y aprueba la
medida. Un buque de la armada portuguesa
viaja ya al lugar del hundimiento y recogerá a la tripulación. Y os desarmamos por precaución. Sabed, teniente, que si un rifle se disparara
o si un alfanje cayera al suelo y al hacerlo emitiera una chispa todos ustedes
arderían como teas. Haced lo que os
ordeno no sea que al doctor Bloodbath, que ya sufre de demencia senil, se le
ocurra prender un pitillo. Ahora acostaos
por favor y esperad. El ministro
Pomponio ya ha ordenado que vengan ambulancias a recogeros. Tal vez sobreviviréis, por lo menos unos
cuantos lo harán, o por lo menos eso espero.
Postraos, os digo, y tratad de no moveros o de hablar. Si tal hacéis se acelerará vuestra
muerte. El sol secara el aguarrás
eventualmente.
--¿Podemos
rezar? –pregunto el oficial de la policía portuaria.
--Solo
si lo hacéis en voz queda para no perturbar a los otros –respondió Lakshme.
Pero
la advertencia de Lakshme fue inútil. La
mayoría de los hombres estaban ya intoxicados por los vapores del aguarrás. Algunos reían sin cesar y otros lloraban o se
quejaban mientras rezaban a sus deidades en voz alta.
Mientras
tanto Yáñez ya estaba en el puente del “Victoria”.
--Hijo
mío, ¿veis esas cuerdas que sostienen al yate junto al muelle?
--Si
padre.
--Decidles
a vuestros hombres que levanten esos amarres para que podamos zarpar. Luego, ¿veis esa rueda con cadenas en la
proa?
--Si
padre.
--Haced
que vuestros hombres la accionen. Sirve
para levantar el ancla.
--¡Capitán!
–indico Sirdar al puente por medio de un tubo que comunicaba con el cuarto de máquinas--. Creo que tenemos vapor suficiente para
zarpar.
--¡Excelente
Sirdar!
En
eso Yáñez sintió al “Victoria” moverse bajo el impulso de su propela. Los mongoles todavía no habían quitado las
amarras o recogido el ancla. El muelle
se cimbro.
--¡Con
un demonio Sirdar! --grito Yáñez en el
tubo de comunicación--. ¡Esperad a que
quitemos amarres y recojamos el ancla carajos!
Del
tubo vino un grito de frustración y una ráfaga de maldiciones en bengalí. Pero
aparentemente Sirdar logro desconectar la flecha de la propela de las turbinas
(aunque no estaba seguro si lograría hacer que se encajaran otra vez). Los
mongoles mientras hacían desesperados esfuerzos para quitar los amarres. Uno era especialmente difícil y lo tuvieron
que cortar con hachazos. Luego Liu Zhang
les indico como levar el ancla.
--¿No
vendréis con nosotros Lakshme? –indico Yáñez a su hija que estaba viendo la
maniobra con una sonrisa irónica pero no hacía nada por abordar al yate.
--Que
Kali os bendiga, padre –respondió la joven--.
Buscad vuestro destino.
Regresareis si los dioses así lo quieren. Aceptémoslo.
--¡Cuidaos
mucho hermanita! –exclamo Liu Zhang.
--Y
vos también, príncipe, que vuestros dioses os sonrían. Y os suplico, hermanito, que cuidéis de
nuestro padre, por favor. Haced que se
abrigue bien y que no tome mucho whisky o que fume mucho. Ya sé que es tan terco como un rinoceronte,
pero intentadlo.
--¡Os
necesito Lakshme! –suplico Yáñez--. Me
veo en ti cuando yo era joven. ¿Qué digo?
¡Por Júpiter que seríais mejor pirata que lo que yo fui!
--Alguien
tiene que resguardar el castillo, es decir, Mompracem, padre. ¿Qué si hay un desembarco británico en
Nazare? Y hablando de este, tengo que
socorrer a las viudas de Nazare y revisar nuestros viñedos y mandar sobre los
molangos que sirven en el castillo. Si
me voy con vos los amidkanebala harán una matanza entre esos infelices. Va con Deus, padre. Esperare vuestro regreso y que me contéis
vuestras aventuras.
--¡Adiós
hija! ¡Os prometo que os hare emperatriz del Indostán y si no, moriré en el
intento!
Lakshme
se apresuró a alejarse del muelle donde todavía seguían intoxicados y postrados
los policías, el teniente Dork, y la tripulación del “Victoria”.
Las
amarras habían sido quitadas y el ancla fue alzada y Sirdar milagrosamente logro
conectar la flecha de la propela a las turbinas. La “Victoria” lentamente se fue alejando del
muelle y Yáñez la maniobro para dirigirse a mar abierto. El silbato de vapor de la “Victoria” se
retumbaba pues Yáñez se sentía eufórico y lo accionaba continuamente. Miles de curiosos dirigieron su mirada al rio
donde el “Victoria” emitía bocanadas de humo mientras navegaba el rio.
Yáñez
mientras había abierto una de sus maletas y buscaba en esta con afán.
--¿Qué
buscáis padre? –pregunto Liu Zhang el cual estaba algo pálido y ya sufría nausea
por el vaivén del yate.
--¡Esto!
–exclamo Yáñez produciendo una bandera roja con una cabeza de tigre en el
centro--. Mandad izadla, es la bandera
de los viejos tigres de Mompracem. Y ahora
seguidme con vuestros hombres a la proa.
Liu
Zhang y los mongoles siguieron a Yáñez.
En sus manos Yáñez llevaba una botella de champagne.
--¡Que
se pudra la puta reina británica y toda su isla llena de bribones! --dijo Yáñez mientras rompía la botella en la
proa del yate--. ¡De ahora en adelante seréis conocida como “Lakshme”!
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