Nota: esta es una novela en proceso de ser escrita. Hay 25 capitulos ya y aqui los ire subiendo (abusando de la hospitalidad de Victor). Tambien los pueden encontrar en http://elsoberanodeanahuac.blogspot.com/ Esta novela es la continuacion de El Secreto del Moro. Si desean el PDF de esa novela tan solo escriban un correo a donmenfis@gmail.com y se los mandare.
Golfo de Méjico - 1683
Golfo de Méjico - 1683
--¡Señor capitán! –grito el timonel con algo de espanto. La voz del viejo marino apenas se oía entre el bramido de la tormenta.
--¡Sostened el rumbo Ramón! –ordeno un hombre vestido todo de negro en un elegante traje de gentilhombre.
--¡Es inútil capitán! ¡Que se ha roto la puta caña!
Por un momento los ojos del gentilhombre brillaron como ascuas. Luego de un golpe quito al timonel y tomo él mismo el timón.
El gentilhombre no sostuvo el timón más que por unos instantes y luego lo soltó. El timón giraba aleatoriamente.
--¡Maldita sea! –juro el gentilhombre.
--¡Estamos perdidos! –gimió el timonel.
--¡Callaos imbécil u os aventare al mar yo mismo!
Un negro descomunal se presentó en el puente. El negro contemplo el timón moviéndose al azahar, al capitán que lo observaba todo con una sonrisa amarga, y al timonel que estaba pálido como un ánima en pena.
--Sr. Capitán –dijo el negro saludando--. Os ruego arriemos trapo.
--Llevad a cabo la maniobra, Moko –asintió el capitán--. Tal vez ganemos unos minutos de vida. El timón ya no responde.
--¡Por mi señor Macumba que somos ya hombres muertos! –juro el africano. Luego con voz poderosa empezó a gritar órdenes a la tripulación que empezó a arriar las velas.
--¿Qué de van Guld, capitán? –pregunto luego el negro.
--Tomad –responde el gentilhombre pasándole el catalejo--. Hace una hora que perdí de vista a sus naves.
--Tal vez se hundieron los malditos. ¿Quién puede ser tan imbécil de perseguirnos en medio de un huracán?
--Ese viejo maldito quiere verme colgado. Pero no tarda el mar en ahogarme. Sin timón el Rayo está a merced de la tormenta.
Un golpe de mar causa que el buque escore severamente.
--¡Es el fin! –gime el timonel.
La tripulación ha afortunadamente recogido el velamen y tal vez por eso el Rayo no se da una vuelta de pantoque. Mas es evidente que el mar está golpeando al buque con saña y crueldad.
--¡Capitán! –saluda un hombre tuerto.
--¡Carmaux! --ruge el gentilhombre--. ¿Qué diablos hacéis aquí? ¡Os encargue achicar! ¡Regresad a las bombas! ¡Maldita sea! ¡Con razón el Rayo se siente tan torpe!
--¡No tiene caso capitán! –contesta un hombre con cara de rata y ojos muy juntos.
--¡Van Stiller tiene razón, capitán! –responde Carmaux--. ¡Las bombas han sido superadas! ¡Toda la sentina está inundada y el agua ya penetra en la bodega!
--¡Cobardes! –ruge el gentilhombre y su mano se posa sobre su toledana.
--¡Leclerc murió ahogado mientras achicábamos! --exclama Van Stiller.
--¡Nosotros a duras penas logramos salir del cuarto de bombas! –grita Carmaux.
De pronto se oyen gritos de horror entre la marinería. Los hombres apuntan con horror al mástil donde unas luces espectrales se refocilan alrededor del carajo.
--¡El diablo viene por nuestras almas!
--¡Es el fin!
--¡Son fuegos de San Telmo imbéciles! --los increpa el africano--. ¡Son inofensivos idiotas!
Pero de pronto otro violento golpe de mar causa que el palo mayor crujiera. Este se quiebra y cae sobre cubierta matando a varios de los tripulantes.
--¡Es el fin! –admite el africano.
El gentilhombre, cuyos ojos brillan como ascuas, no dice nada y tan solo se sostiene en pie agarrado firmemente de la barandilla del puente.
De pronto se oye un cañonazo y un obús cae cerca del buque.
--¡Eso vino de occidente! –grita el gentilhombre--. ¡No fue Van Guld o su flota!
Se oye otro cañonazo. Esta vez el obus pega en el casco de la maltrecha nave.
--¡Ea! ¿Visteis? –indica el gentilhombre al africano.
--El resplandor viene de alto –admite el africano--. No es un buque. ¡Capitan! ¡Oigo el fragor del mar!
--¡Si! ¡Hay rompientes! ¡Estamos cerca de la costa!
--¡Imposible!
--No, Moko, la tormenta nos avienta hacia la costa.
Se oye otro cañonazo.
--Y ese que nos cañonea, si no me equivoco, es el fortin que guarda la rada de Alvarado.
--¡Nos hundirán los españoles o nos hundirá la tormenta! --exclama el africano con resignación--. ¡De todas maneras somos hombres muertos!
--¡No! --exclama el gentilhombre--. ¡Improvisad el palo roto como timón! ¡Todavía nos queda una oportunidad!
Sin cuestionar el africano da órdenes y la tripulación del Rayo comienza la maniobra y asegura el palo roto a manera de timón improvisado.
Y ahora es como si tanto el mar como los españoles del fortín quisieran asegurar la muerte del Rayo y de su tripulación. La violencia de las olas golpea al Rayo. Y el fortín sigue descargando cañonazos, algunos de los cuales tocan al Rayo y causan horribles heridas entre la tripulación.
Moko, Carmaux, Van Stiller, y los pocos hombres del Rayo que todavía quedan en pie aguantan sosteniendo el palo roto en su lugar mientras el gentilhombre ruge y ordena entre el bramido de la tormenta.
--¡Ahí está la rada! ¡Aguantad! ¡Aguantad!
Más todo parece ser inútil. El buque está a punto de hundirse. Un obús del fortín toca al Rayo y causa mortandad entre los hombres que sostienen el palo roto y este cae al mar. El Rayo parece temblar y gemir como un toro siendo sacrificado en la fiesta brava.
--¡Nos hundimos!
--¡Es el fin!
--¡Santo Dios!
--¡Ventimiglia! ¡Ventimiglia!
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