DE VELOS “ISLÁMICOS” Y EXTREMAS
DERECHAS
22 agosto, 2016 Entrevistas
Entrevista a Marieme Hélie
Por Maryam Namazie
Marieme Hélie Lucas es una
científica social argelina. Participó en la lucha de liberación nacional
argelina contra el colonialismo francés desde posiciones cercanas al Partido
Comunista de Argelia. Trabajó como funcionaria durante los tres primeros años de
la independencia, para luego pasar a la docencia durante 12 años en la
Universidad de Argel. En 1984 fundó la red de solidaridad internacional Mujeres
bajo la ley musulmana (WLUML, por sus siglas en inglés), desempeñando durante
18 años el cargo de coordinadora general. WLUML vinculó entre sí a mujeres que
luchaban por sus derechos en distintos contextos musulmanes en África, Asia y
el Oriente Próximo. WLUML se centró en la investigación y en el trabajo de
solidaridad de base, a fin de apoyar y robustecer las luchas locales. Fundó en
2004 la red internacional El laicismo es cosa de mujeres (Secularism Is A
Women’s Issue (SIAWI) network), ejerciendo actualmente como coordinadora
internacional. Radicada ahora en la India, en julio de 2015 concedió esta entrevista
a la revista Solidarity para hablar de las luchas de las mujeres trabajadoras y
de otras fuerzas democráticas y progresistas contra la extrema derecha
musulmana en Argelia y en el mundo.
Maryam Namazie: Las limitaciones
puestas al uso del velo en las escuelas y la prohibición general del burka y
del nikab se ven a menudo como medidas autoritarias. ¿Qué piensa usted al
respecto?
Marieme Helie Lucas: Resulta útil, por lo
pronto, no mezclar las dos cosas: la de las niñas con velo en las escuelas y la
de la prohibición de cubrirse el rostro. Las contestaré, así pues, como dos
cuestiones separadas.
Cuando hablamos de velos en las
escuelas, estamos hablando automáticamente de velos impuestos a niñas, no de
velos de mujeres. La cuestión, entonces, es: ¿quién decide sobre esos velos,
las mismas niñas o los adultos a cargo de ellas? ¿Y qué adultos? Yo sólo
conozco un libro que trate este tema. Es un panfleto titulado ¡Abajo los velos!
(escrito por Chahdortt Djavann y publicado por Gallimard, París, 2003). La
autora es una mujer iraní exilada en París en la época en que la Comisión Stasi
francesa estaba reuniendo testimonios de mujeres (y de varones) afectadas antes
de adoptar la nueva ley sobre símbolos religiosos en las escuelas públicas laicas.
La autora sostiene que el daño psicológico infligido a las niñas que van con
velo es inmenso, al hacerlas responsables desde muy temprana edad de la
excitación masculina. Este asunto requiere consideración especial, habida
cuenta de la nueva tendencia a poner velo a niñas de hasta 5 años, según se ve
en las numerosas campañas en cursos en toda Norteamérica. La autora explica que
el cuerpo de la niña pasa a convertirse de esta guisa en objeto de fitnah
(seducción o fuente de desorden), lo que significa que no puede mirarlo o
pensar en él de manera positiva. Esa práctica construye así niñas que temen,
desconfían y sienten disgusto y aun angustia en relación con sus propios
cuerpos. A edad tan temprana, las niñas no tienen forma de resistir por sí
mismas a ese troquelamiento; quedan totalmente a merced de hombres
anti-mujeres. Las mujeres que han
crecido con este daño psicológico necesitarán probablemente mucha ayuda hasta
ser capaces de reconsiderarse a sí mismas y a sus cuerpos de manera más
positiva, de reconstruir la imagen de sí propias, de conquistar su autonomía
corporal, de abandonar los sentimientos de culpa y de miedo y devolver a los
varones la responsabilidad de los actos sexuales por ellos cometidos. Yo creo
que sería muy útil que las mujeres que investigan estas cosas se interesaran
por el daño psicológico infligido a las niñas a las que se obliga a ir con velo
desde edad muy temprana.
Bien; ahora está la cuestión de
quién es el “adulto” a cargo de la protección de los derechos de las niñas. El
Estado juega ya este papel en numerosas ocasiones: cuando, por ejemplo, impide
que las familias procedan a la ablación de clítoris de las niñas, o cuando
prohíbe los matrimonios forzados. ¿Por qué no debería asumir también su
responsabilidad y prevenir ese daño psicológico profundo causado por llevar
velo antes de llegar a la edad adulta? ¿Por qué debería verse como una
intromisión autoritaria del Estado la prohibición del uso del velo en la
infancia, y no la prohibición de la ablación de clítoris?
Es interesante recordar que
grupos de izquierdistas y (¡ay!) feministas llegaron a defender en Europa y
Norteamérica “el derecho a la ablación de clítoris” en los 70 como un “derecho
cultural”, denunciando los intentos del “imperialismo occidental” de erradicar esa
práctica en Europa. Jamás se molestaron en hacer la menor mención a las luchas
de las mujeres directamente comprometidas con su erradicación en aquellas (muy
limitadas) partes de África en que la practicaban, a la par, animistas,
cristianos y musulmanes.
Ahora vemos el mismo patrón
aplicado al “derecho al velo”, a pesar de que muchos intérpretes progresistas
de El Corán han dejado dicho por activa y por pasiva que ni siquiera se trata
de un mandamiento islámico.
Lo que a mí me deja estupefacta
es el desbalance en el tratamiento del “autoritarismo” por parte de grupos
izquierdistas y de la comunidad de derechos humanos en Europa y Norteamérica.
Millones de mujeres en enclaves predominantemente musulmanes han sido
asesinadas por defender su derecho a NO llevar velo. Precisamente estos días
una valiente mujer sudanesa ha comparecido ante un tribunal de justicia con
esta declaración: “Soy sudanesa. Soy musulmana. Y no estoy dispuesta a cubrirme
la cabeza”. Arriesga prisión y latigazos. Hasta ahora, no se asesina a las
mujeres en Europa ni en Norteamérica por llevar velo, aunque es verdad que de
vez en cuando son atacadas verbalmente por individuos racistas de extrema
derecha, los cuales, a su vez –merece destacarse el hecho—, son normalmente
puestos a disposición de la justicia y condenados, como debe ser.
A mí me gustaría que la
vociferante defensa de la “elección” de las mujeres con velo y del “derecho al
velo” por parte de “gentes progresistas” anduviera a la par con su defensa de
las mujeres masacradas por no llevar velo. Pero lo que, en cambio, vemos
esconderse tras la defensa unilateral de los derechos humanos de las mujeres
con velo por parte de la izquierda postlaica y de la comunidad de derechos
humanos en Europa y en Norteamérica es,
de hecho, una posición claramente política. Los pretendidos “progresistas” han
optado por defender a los fundamentalistas como víctimas del imperialismo
estadounidense antes que a las víctimas de esos fundamentalistas, es decir,
entre otras, a los millones de mujeres sin velo que han resistido a las
imposiciones de sus victimarios, así como a los millones de laicos, agnósticos,
ateos, etc., a quienes se ha abandonado a su suerte como a “occidentalizados”,
o aun como “aliados del imperialismo”! La historia juzgará esa miope opción
política de modo no menos inmisericorde a como ha juzgado la cobardía de los
países europeos en el arranque del nazismo en Alemania.
En lo que hace a su pregunta, yo
sólo puedo hablar desde mi perspectiva de mujer argelina que vivió en Francia en
la época del debate sobre las dos leyes francesas a las que se ha reprochado en
todo el mundo un supuesto sesgo anti-islámico: la ley sobre velos en las
escuelas y la ley que prohibía cubrirse en rostro. Se trata, como he dicho
antes, de dos asuntos distintos, y en Francia se trataron distinta y
separadamente.
La prohibición de los símbolos
religiosos en las escuelas públicas laicas se hace en nombre del laicismo,
mientras que la prohibición de cubrirse el rostro se hace en nombre de la
seguridad. Se ha añadido el burka a otras formas de ocultación del rostro, como
las máscaras (fuera de carnavales) o los cascos integrales de motos (cuando no
se conduce), puesto que todos esos adminículos suelen usarse para proteger la
identidad de alborotadores o “terroristas”. (Como argelina lo suficientemente
vieja para haber vivido la Batalla de Argel durante la lucha de liberación
contra el colonialismo francés, se de cierto que los velos se usaban –tanto
hombres como mujeres— para llevar armas y bombas de un sitio para otro; de modo
que no me sorprende que los velos que cubren completamente el rostro se añadan
a la lista de indumentarias prohibidas.)
En lo tocante a los velos en las
escuelas, la situación en Francia es completamente distinta a la de Gran
Bretaña. Francia es un país laico desde que la Revolución Francesa sustrajo el
nuevo Estado laico a la influencia política de la Iglesia. Las leyes laicas que
instituyeron esa separación datan de 1905 y 1906, mucho antes de la oleada
migratoria procedente de países mayoritariamente musulmanes. El artículo 1 de
la Ley de 1906 garantiza la libertad de fe y de culto. El artículo 2 de la
misma ley declara que, más allá de esa garantía de derechos individuales
fundamentales, el Estado laico no tendrá nada que ver con la religión ni con
sus representantes. El Estado laico no reconocerá a las iglesias, ni las
financiará, etc. En palabras de un analista contemporáneo del laicismo, Henri
Peña Ruiz, el Estado se declara a sí mismo “incompetente en materia religiosa”.
Las creencias se convierten en un asunto privado, y las religiones establecidas
(en la época, sobre todo, la Iglesia Católica) pierden todo poder sobre el
Estado. El Estado laico simplemente las ignorará como entidades políticas. Los
ciudadanos son los únicos socios reconocidos por el Estado a través de los
procesos de las elecciones democráticas.
Una consecuencia de esta
definición del laicismo como separación de Estado y religión es que, desde
1906, la exhibición de “cualquier símbolo” de afiliación religiosa o política
queda prohibida exclusivamente en dos situaciones específicas: para profesores
y alumnos de las escuelas públicas primarias y secundarias del Estado laico (es
decir, para niños y adolescentes, lo que no incluye a las universidades, en
donde los estudiantes son adultos y pueden llevar un velo), así como para
funcionarios en contacto con el público.
La justificación de eso es que
los niños van a las escuelas de la República Laica (en la que la educación es
totalmente gratuita) para ser educados como ciudadanos franceses libres e
iguales, y no como representantes de alguna comunidad específica. La educación
como ciudadanos iguales es un poderoso instrumento contra el comunitarismo y
las específicas particularidades divisorias que conducen a derechos legales
desiguales en un país dado, como ocurre en Gran Bretaña, por ejemplo, con los
llamados “tribunales de sharía”, verdaderos sistemas legales paralelos en
asuntos de familia.
Análogamente, los funcionarios
que están en contacto con el público tienen que desarrollar sus obligaciones en
tanto que representantes de todos los ciudadanos, cualquiera que sea su
ascendencia étnica o religiosa, razón por la cual se les exige no exhibir
símbolo alguno de afiliación en el horario en que ejercen como representantes
de la República Laica.
Algo totalmente distinto de lo
que ocurre, pongamos por caso, en las comisarías de policía británicas, en
donde uno puede exigir ser atendido por un policía de su propio culto o de su
propio grupo étnico, como si no pudiera formarse a funcionarios libres de
sesgos y éstos se debieran ineluctable y necesariamente a su “comunidad”, antes
que a sus conciudadanos.
Así pues, en resolución, es en
nombre del laicismo que el velo fue puesto fuera de la ley en las escuelas
públicas laicas y entre funcionarios públicos en Francia desde hace más de un
siglo, al igual que las cruces y las kipás. Resulta interesante observar el énfasis
que los medios de comunicación ponen en el velo, y no en las cruces o en las
kipás. ¿Por qué? ¿Y quién se halla detrás de esa jerarquía? Lo que enmarañó
este asunto fue que el derechista presidente Sarkozy hizo aprobar la nueva ley
en 2004 buscando congraciar con su candidatura a la extrema derecha xenófoba.
No había la menor necesidad de esta nueva ley; bastaba con aplicar la de 1906.
Las fuerzas de derecha y de
extrema derecha en Francia jamás han dejado de atacar en el último siglo las
leyes laicas de 1905-1906. Ahora han encontrado socios activos y poderosos en
la extrema derecha fundamentalista musulmana, que también desea desmantelar el
laicismo y regresar a la época en que las religiones tenían poder político y
representación oficial. La cosa es clara: aunque luego llegarán a competir
entre sí las distintas religiones, resultan ahora aliadas útiles en el
propósito de erradicar el laicismo en Francia. ¡Basta observar cómo apoyan la
Iglesia Católica y las autoridades religiosas judías prácticamente todas las
exigencias de los fundamentalistas musulmanes!
El asunto del velo en las
escuelas primarias y secundarias francesas no es sino una de las muchas
exigencias que sin desmayo plantean para desafiar en lo fundamental las leyes
de la República Laica. ¿No es irónico que leyes aprobadas hace un siglo, en un
tiempo en el que prácticamente no se registraba inmigración procedente de los
países mayoritariamente musulmanes, pasen ahora en el mundo entero por leyes
hostiles al Islam? Un buen indicio de la pericia de los fundamentalistas
musulmanes como comunicadores mediáticos.
Volviendo al asunto del velo y el
burka en el Reino Unido, déjeme decirle que Gran Bretaña NO es un Estado laico.
La Reina es la cabeza de la Iglesia Anglicana, así que la prohibición del burka
o del nikab o, incluso, del pañuelo en la cabeza no puede buscarse en leyes
laicas centenarias, ni considerarse indicio de su compromiso con una educación
no confesional igualitaria y de calidad para todos los niños, como en el caso
de Francia.
Gran Bretaña ha ofrecido una
definición alternativa al laicismo: no separación, sino igual tolerancia del
Estado ante todas las religiones. Así, el Estado británico interactúa con las
religiones y considera a las “iglesias” (o a su equivalente en otras
religiones) como interlocutores políticos y representantes de comunidades. Es
eso lo que conduce al comunitarismo y al relativismo cultural.
¿No es hora ya de que Gran
Bretaña vuelva a la definición original del laicismo y a una forma de
democracia en la que la ciudadanía se halle en el centro de la vida política?
Porque a lo que estamos asistiendo es a la fragmentación del pueblo, de la
conciudadanía, en entidades competitivas cada vez más pequeñas, exigiendo cada
una de ellas la aplicación para sí y para su comunidad de diferentes normas en
nombre de identidades culturales y religiosas. Leyes que fueron votadas por
todos los ciudadanos son desafiadas en beneficio de leyes de origen
supuestamente divino: un ataque al principio mismo de democracia. Asistimos a
la erradicación de la noción de ciudadanía, lo que ha de traer drásticas
consecuencias políticas en un futuro no tan lejano. ¡Y todo en nombre de los
derechos!
Maryam Namazie: ¿Qué pasa con el
derecho de una mujer a elegir su forma de vestir? Algunos dirían que obligar a
las mujeres a quitarse el velo viene a ser lo mismo que obligarlas a llevarlo.
Marieme Helie Lucas: Me gustaría
empezar apuntando al hecho de que el debate está formulado en términos
“occidentales”. Hasta donde yo sé, no se obliga a las mujeres en el contexto
musulmán a NO llevar velo, y estamos hablando de la inmensa mayoría de las
musulmanas en el mundo. En cambio, en la inmensa mayoría de los casos se ven
obligadas a cubrirse de un modo u otro, a menudo por ley: y todavía no se ha
oído una protesta a escala mundial contra esa situación.
En vivo contraste con eso, oímos cada día un
montón de voces sobre esas pobres mujeres “obligadas a quitarse el velo” en
contextos no-musulmanes –señaladamente en Europa y en Norteamérica—, pero yo
todavía no he visto ningún sitio en dónde eso ocurra. Que yo sepa, en ningún
sitio. Ya me refería antes a
limitaciones puestas al uso del velo en Francia, bajo particulares
condiciones: se pide a las niñas que acudan sin velo a las escuelas primarias y
secundarias públicas del estado laico; y se pide a las mujeres con burka que
muestren su rostro para propósitos de identificación, pudiendo llevar el resto
de su cuerpo, su pelo y su cabeza, cubiertos a su buen placer.
Por lo demás, hasta donde yo sé,
cuando mujeres con velo son atacadas verbal o físicamente, hay tribunales para
defenderlas contra cualquier forma de agresión.
En lo que hace a hechos reales,
el debate se reduce al derecho al velo en Europa y en Norteamérica, sin ninguna
consideración por la resistencia al velo por doquiera en el mundo entero, ni por
las duras circunstancias que rodean a esa resistencia. Esa reducción me resulta
manifiestamente inaceptable.
Por un lado, hay millones de
mujeres en todo el mundo obligadas a llevar velo que arriesgan su libertad y su
vida cuando transgreden la orden. Quedan abandonadas a su suerte en nombre de
pretendidos derechos “religiosos” y “culturales”, sin que que medie el menor
análisis de las fuerzas políticas de extrema derecha que manipulan y secuestran
cultura y religión en beneficio político propio bajo el pretexto “políticamente
correcto” de que el imperialismo estadounidense abusó de la defensa de los
derechos humanos de las mujeres para camuflar sus razones económicas e invadir
Afganistán y de que los “blancos” son racistas.
Por otro lado, hay mujeres de la
diáspora en Europa y en Norteamérica, cuyo “derecho al velo” es defendido por
una coalición políticamente correcta de la izquierda y las organizaciones de
derechos humanos, una coalición que muestra escaso interés por el sinnúmero de
casos de muchachas que tratan de escapar a la obligación de llevar velo. ¿No
hay una perturbadora asimetría en esa elección política manifiestamente
discriminatoria de los derechos que merecen defensa y los que no? ¿No podrían
estos campeones de nuestros derechos aclararnos públicamente las razones que
justifican su jerarquía de derechos?
La cosa está clara: la cuestión
aquí se reduce exclusivamente a defender el “derecho a elegir” de las mujeres
que desean llevar velo en Europa y en Norteamérica, no el derecho a elegir de
las mujeres que viven en África y en Asia. Y esta es una forma muy limitada y
parcial de enfrentarse al problema, por decirlo suavemente. Porque implica
hacer desaparecer a la inmensa mayoría de las mujeres afectadas.
Sobre “elección” en general mucho
han escrito ya feministas interesadas en el problema del grado de libertad que
puede esperarse en situaciones en las que las mujeres carecen de toda voz,
legal, cultural, religiosa o de otros tipos. Hace poco, un potente artículo
académico escrito por Anissa Helie y
Mary Ashe (“Multiculturalist Liberalism and Harms to Women: Looking Through the
Issue of the Veil” [Izquierda multiculturalista y daños infligidos a las
mujeres: una visión a través del asunto del velo”], publicado en la revista de
la Universidad de California en Davis Journal of International Law and Policy,
Vol. 19.1, 2012) concluía que :
“Quienes defienden el velo a
menudo insisten en un `derecho individual de la mujer a elegir´ (el velo)…
Potenciadas por los teóricos del Islam radical (que usurpan el mantra de los
partidarios del derecho de las mujeres al aborto), esas consignas pueden
confundir a una izquierda occidental que, temerosa de ser considerada racista,
cae en la trampa del relativismo cultural.”
Pero me gustaría retroceder
todavía más, hasta el viejo debate auspiciado por Marx sobre la “libertad de
trabajar” de los obreros en la época de la industrialización en Gran Bretaña,
es decir, en unos tiempos en los que, si no querían morirse literalmente de
hambre, la única “opción libre” que les quedaba era la de trabajar 14 horas al
día en ambientes a tal punto infernales, que muchos terminaban muriendo,
incluidos mujeres y niños menores de 10 años. Las mujeres en muchos países en
los que impera el fundamentalismo musulmán y la aterrorización de la población
tienen la misma “opción” que tenían los obreros en una Gran Bretaña en vías de
industrialización: morirse literalmente de hambre o sobrevivir un poco más como
esclavos / morir por resistirse a los fundamentalistas o sobrevivir como esclavas.
¡Grandes “opciones”! ¿Es esa la única alternativa a las mujeres que pueden
ofrecer los relativistas culturales?
El número de mujeres asesinadas
por los propios familiares y por grupos fundamentalistas armados, o
encarceladas, o flageladas públicamente por los Estados fundamentalistas en
nuestros distintos países en todos los continentes por la simple razón de no
querer allanarse a la imposición del velo, debería, al final, contar más a los
ojos de los defensores de los derechos humanos que las “quejas de las mujeres
con velo” que de vez en cuando tienen que aguantar comentarios racistas en
“Occidente”.
¿Cómo puede alguien atreverse
siquiera a comparar, por ejemplo, las 200.000 víctimas de la “década oscura”
(los años 90 del siglo pasado) en Argelia, la inmensa mayoría de las cuales
fueron mujeres asesinadas por grupos armados fundamentalistas, con un puñado de
mujeres con velo verbalmente molestadas en París o en Londres? Sí, ¿¡cómo se
puede!?
Esa desigualdad de trato aceptada
sólo muestra que para las organizaciones de derechos humanos y para las
izquierdas europeas y norteamericanas, Occidente sigue siendo el centro del
mundo y lo que allí ocurra, por menor y marginal que sea, tiene primacía sobre
cualquier acúmulo de crímenes cometidos en otra parte.
Me gustaría señalar un
interesante punto ciego detectable en el análisis corriente entre las
izquierdas y las organizaciones de derechos humanos, un punto ciego que permite
o facilita esa operación de reducción del asunto a un problema de “elección individual”.
Fíjese bien: el número de mujeres con velo en las calles de las capitales
europeas ha crecido sólo en las últimas dos décadas de una manera constante y
apreciable. Ese crecimiento no es proporcional a un significativo incremento de
las poblaciones migrantes. Esas mujeres no visten ropas o trajes nacionales
(incluyan o no cubrirse la cabeza), sino el velo saudita, que jamás había
existido en ningún otro país. Hay un número creciente de mujeres que adoptan la
forma más radical: no sólo cubrirse el pelo, sino todo el rostro.
En vista de lo cual, ¿cómo puede
verse este tipo de velo como un asunto cultural cuando, de hecho, lo que hace
es erradicar todas las formas tradicionales de cubrirse la cabeza y todas las
ropas y vestidos nacionales y regionales? ¿Cómo puede verse esa forma de velo
como un asunto religioso, cuando todos los teólogos y académicos progresistas
del Islam en todos los continentes han demostrado que el velo de las mujeres no
es una prescripción religiosa, sino una práctica cultural circunscrita al
Oriente Próximo y valedera también para los varones por su buena adaptación al
clima y, por lo mismo, común a todos los grupos religiosos, como prueba
abundantemente la iconografía cristiana que representa a la Virgen María y a
todas las mujeres de la historia sagrada que compartieron la vida de Cristo,
así como a todas las mujeres judías de su época, con velo?
¿Por qué no se levantan en
defensa de todas las culturas ahora amenazadas por la difusión a escala mundial
de esta nueva cepa de código indumentario? ¿Es que no pueden ver el vínculo
entre la propagación del velo saudita y la financiación saudita del grueso de
las mezquitas y organizaciones religiosas que han venido proliferando en las
principales ciudades de Europa? ¿Cómo es posible que no vean en esa forma de
velo una bandera del fundamentalismo político? ¿Cómo no asocian su propagación
a otras actividades políticas del imperialismo de Arabia Saudita (y de Quatar)?
¿Cómo es posible tamaña incapacidad para proceder a un análisis político de
esta súbita explosión del número de mujeres con velo en la diáspora? ¿Cómo
pueden reducir eso a una “opción individual elegida” por mujeres individuales,
a la vista de un fenómeno tan repentino e inopinado como masivo?
Si, pongamos por caso, se diera
una súbita propagación de hábitos y tocas de monja simultáneamente en Italia,
Francia, España, Filipinas y América Latina, y si las mujeres católicas en
números apreciables afirmaran agresivamente su derecho a vestirse como
“verdaderas católicas” (una invención moderna que sería cuestionada por
respetados teólogos cristianos, lo mismo que el velo es cuestionado por muchos
teólogos musulmanes progresistas y académicos del Islam, a los que, dicho sea
de paso, jamás citan ni la izquierda postlaica ni los defensores occidentales
de los derechos humanos para defender a las mujeres sin velo frente a los
movimientos políticos de extrema derecha que andan por detrás de este revival
supuestamente religioso); si eso sucediera, digo, ¿no señalaría al punto la
izquierda a los movimientos políticos de extrema derecha agazapados detrás de
ese revival supuestamente religioso? ¿No lo analizaría esa izquierda en
términos políticos, no religiosos, y no lo denunciaría?
Si hubiera rumores o ejemplos de
mujeres católicas “impropiamente” vestidas forzadas a llevar tocas de monja, o
azotadas o recluidas a la fuerza o asesinadas, ¿no empezarían las organizaciones
de derechos humanos a preocuparse por ese asunto? ¿No defenderían a las
víctimas? ¿No denunciarían todo eso como violaciones flagrantes de los derechos
humanos? ¿O seguirían acaso todas estas fuerzas supuestamente progresistas
haciendo la vista gorda a esas violaciones de los derechos humanos y prestando
oídos sordos a los gritos de socorro de las víctimas? ¿Se centrarían en el
“derecho al velo” de las mujeres católicas?
Para mí está meridianamente claro
que, al respaldar las exigencias de los fundamentalistas sobre las mujeres, sin
molestarse siquiera en contrastar sus mentiras más manifiestas, la izquierda
postlaica y las organizaciones occidentales de derechos humanos no hacen sino
revelar el pánico que sienten a ser tachados de “islamófobos”. Sin querer,
entonces –¡eso espero!—, refuerzan las visiones fundamentalistas que exigen ser
las únicas verdaderamente representativas del Islam, siendo todos sus oponente
el anti-Islam. Esto es lo que anda por detrás de la “elección”: aleja el debate
de cualquier análisis político que pudiera apuntar a la naturaleza derechista y ultraderechista de la
manipulación fundamentalista del asunto del velo. Las concepciones derechistas
y ultraderechistas de la supremacía de lo individual arraigan en el liberalismo
económico…
Maryam Namazie: Aunque nosotros
podríamos considerar el laicismo como una condición previa a los derechos de
las mujeres, los islamistas consideran la ley de la sharía como una condición
previa a los derechos de las mujeres, tal como ellos los entienden. ¿Y quién
puede decir quién lleva razón? Ellos dicen que el laicismo es un concepto
occidental y una forma de colonialismo cultural…
Marieme Helie Lucas: Yo me niego
a servirme del término “ley de la sharía”. Presupone que hay escrito en algún
lugar un cuerpo legislativo usado por todos los musulmanes. Basta una simple
ojeada a las leyes de los países de mayoría musulmana para percatarse de que no
hay tal cosa. La enorme variedad de leyes en contextos predominantemente
musulmanes muestra que las leyes tienen diferentes fuentes: desde ofrecer
legitimidad a prácticas culturales locales (como la de la ablación del
clítoris, que pasa por islámica en algunas regiones de Africa) hasta distintas
interpretaciones religiosas (por
ejemplo, Argelia legalizó la poligamia, mientras que Túnez la prohibió
sirviéndose exactamente del mismo verso del Corán, pero con otra lectura),
pasando por leyes de los antiguos colonizadores (como la prohibición de la
contracepción y el aborto en Argelia, que se sirvió de la ley natalista
francesa de 1920), etc. Sería, así pues, un fenomenal error pensar que todas
las leyes de los países mayoritariamente musulmanes traen necesariamente su
origen en la religión.
Los medios de comunicación tienen
una gran responsabilidad en la propagación de los puntos de vista
fundamentalistas al servirse de términos exóticos. Sharía es un término acuñado
por los fundamentalistas a fin de hacer creer que existe un cuerpo así de
leyes, mientras que hasta los musulmanes conservadores –atentos a toda posible
divergencia— hablaban hasta hace poco sólo de “jurisprudencia”. Servirse del
término sirve precisamente para dar a entender a cada vez más gente que ese
cuerpo existe realmente. Y eso ocurrió exactamente en el mismo momento en que
los medios de comunicación comenzaron a usar también otros términos acuñados
por los fundamentalistas, como la yihad (que originariamente significa la lucha
espiritual con uno mismo para acercarse a Dios, y no una “guerra” librada con
armas, como interpretan los fundamentalistas), o como el “velo islámico”
(cuando lo que hacen es propagar el velo saudita), o como la “islamofobia”. ¡No
uses el lenguaje del enemigo! Concedes crédito a sus mentiras…
Como ya he dicho antes, hay una
miríada de lugares en el mundo en donde el velo es obligatorio, mientras que en
ningún lugar que yo conozca se fuerza a nadie a quitarse el velo; ni siquiera
en las escuelas francesas de primaria y secundaria, porque las familias
ultraortodoxas tienen siempre la opción de inscribir a sus hijas en escuelas de
su elección. La única obligación de las familias es enviar a sus hijas a la
escuela, pero la elección de la escuela no entra en el mandato del Estado
laico. Y en parte alguna se ven las mujeres forzadas a no llevar velo en el
espacio público francés; sólo se les exige no cubrirse totalmente el rostro.
Así pues, el laicismo ni pone ni
quita velos a las mujeres. Pero resulta indudable que la interpretación
fundamentalista de unas órdenes pretendidamente emanadas de Dios busca forzar a
las mujeres a llevar velo. El laicismo no es una opinión, ni una creencia; es
única y exclusivamente una definición y una regulación del Estado frente a la
religión. O el Estado interfiere en la religión, o no interfiere. El laicismo,
cuando menos en su definición original, instituye formalmente la no
interferencia del Estado en la religión. Y no deberíamos aceptar otra
definición del laicismo.
En lo que hace a la acusación del
laicismo como “concepto occidental”, ¿acaso no hemos oído cosas semejantes sobre
el feminismo durante décadas? Pero si echamos un vistazo a la historia,
particularmente a la historia de las mujeres en contextos musulmanes, nos
encontramos con muchas mujeres que, durante siglos, lucharon por lo que ahora
se consideran ideas feministas, por los derechos de las mujeres. Mujeres que se
dedicaron a la literatura, a la poesía, a la educación de las mujeres, a la
política, a los derechos legalmente exigibles de las mujeres: como ocurre ahora
mismo. Y nos encontramos también con mujeres y hombres ilustrados, tanto
creyentes como ateos, que las apoyaron. Exactamente como ocurre ahora también.
Quienes estén interesados en explorar esas historias del pasado, deberían
leer el libro de Fareeda Shaheed Grandes
ancestros (publicado por la organización Women Living Under Muslim Laws).
Análogamente, encontramos a
muchos combatientes por el laicismo en contextos musulmanes en los pasados
siglos. Lo mismo que hoy. Ateos, agnósticos y creyentes que pensaban y siguen
pensando que las religiones se benefician de la no interferencia del poder en
las creencias personales o en la espiritualidad de las gentes; y que la
política se beneficia asimismo de la no interferencia de la religión.
Actualmente, el Gran Mufti de Marsella, Soheib Bencheikh, es un resuelto partidario
del laicismo en Francia, como muchos Imams progresistas que aparecen cada
domingo en programas televisivos en el Channel 2 [público] francés para mostrar
su apoyo al laicismo de la República francesa, que garantiza libertad de fe y
de culto.
De modo, pues, que la cuestión
real para mí es más bien ésta: ¿por qué no oímos hablar más de estos partidarios musulmanes del laicismo
y por qué los medios de comunicación no conceden menos espacio público a la
expresión del odio fundamentalista al laicismo? Es una nueva distorsión del
fundamentalismo el presentar los hechos a la luz de una ley laica
pretendidamente hostil a la ley divina…
Encuestas recientes muestran que
cerca del 25% de la población francesa se declara atea, y ese porcentaje es el
mismo entre supuestos cristianos y supuestos musulmanes. Pero el porcentaje de
quienes se declaran partidarios del laicismo crece hasta un 75%, y también es
idéntico entre presuntos musulmanes y presuntos cristianos.
Hay movimientos laicistas muy
robustos en todos los países llamados musulmanes, en Pakistán no menos que en
Argelia o Mali. Los ciudadanos se comprometen públicamente con el laicismo
arriesgando sus vidas en lugares en los que los fundamentalistas se encuadran
en grupos armados que atacan a sus oponentes. ¿Por qué las fotografías de sus
actos públicos y de sus manifestaciones laicistas no se ven nunca fuera de sus
medios de comunicación nacionales?
Maryam Namazie: Algunos dirán que
esto suscita la cuestión de hasta qué punto estamos dispuestos a permitir que
el Estado intervenga en asuntos privados como, por ejemplo, el modo de
vestirnos. ¿Qué diría usted a eso?
Marieme Helie Lucas: Si
coincidimos en que este súbito auge a escala mundial de determinado tipo de
velos que se hacen pasar por EL velo “islámico” no es de naturaleza cultural ni
religiosa, sino una bandera política de que se sirven los fundamentalistas para
aumentar su visibilidad política a expensas de las mujeres; si coincidimos en
eso, entonces tenemos que admitir que llevar ese tipo de velo –ahora— en Europa
y en Norteamérica tiene un objetivo político. Sépanlo o no, las mujeres que lo
llevan son portadoras del estandarte de un partido político de extrema derecha.
Así pues, difícilmente podría yo
aceptar la fórmula de “una mujer que elige cómo vestirse”. Ese velo no puede,
definitivamente no puede, equipararse con la opción de llevar tacones o zapato
plano, minifalda o falda larga. No es una moda; es un marcador político. Si uno
decide que va a ponerse un broche con una esvástica, no puede ignorar su
significado político; no puede pretender que se desentiende del hecho de que
fue la “bandera” de la Alemania nazi. No puede alegar que sólo le gusta su
forma. Es una afirmación política.
Las mujeres de ascendencia
migratoria procedente de Asia y de África que se cubren el rostro o llevan un
burka hoy, ya sea en Europa, en Norteamérica o en sus propios países de origen,
llevan un tipo de velo que jamás habían visto antes, salvo si crecieron en una
específica y limitadísima parte del Oriente Próximo. No pueden pretender que
vuelven a sus raíces y visten la misma indumentaria que sus antepasadas de
siglos atrás; ni pueden pretender que la llevan por razones religiosas. Las
musulmanas fueron musulmanas durante siglos sin necesidad de semejante
indumentaria: en el Sur de Asia vestían saris, en África occidental boubous…
Hoy, las mujeres pertrechadas con burkas llevan una indumentaria que ni se
había visto ni se había jamás hablado de ella hasta hace unas pocas décadas,
cuando grupos políticos fundamentalistas inventaron el burka como su bandera
política.
De manera que si el Estado se
propusiera regular el burka o el nikab, no estaría regulando “el modo en que
vestimos, ni estaría interfiriendo en un gusto personal o en una moda, sino en
la exhibición pública de un signo político de un movimiento de extrema derecha.
Hacer eso podría perfectamente
caber en el papel del Estado laico. Puede debatirse al respecto. Pero lo que no
es debatirle es que las mujeres que llevan burka hoy están bajo las garras de
un movimiento transnacional de extrema derecha. Y resulta irrelevante que las
mujeres con burka sean conscientes del significado político actual de su velo
o, al contrario, estén alienadas por el discurso político-religioso
fundamentalista.
Maryam Namazie: En la práctica,
¿cómo podría procederse a restricciones (atendiendo también al caso francés)
sin inflamar más el racismo y el fanatismo contra musulmanes e inmigrantes y
cuál es la conexión entre ambos? Le pregunto esto, porque algunos dirán que
criticar el velo y el nikab es racista.
Marieme Helie Lucas: En tal caso,
¿la resistencia al nikab/burka/pañuelo y cualquier forma de velo en nuestros
países habría que calificarla también como “racismo”? Las mujeres que eligieron
morir antes que llevar velo en la Argelia de los 90 actuaron racistamente
contra su propio pueblo? ¿Hay que considerarlas hostiles a su propia fe, a
pesar de ser muchas de ellas creyentes en el Islam?
¿No podemos dejar de pensar que
“Occidente” es el centro del mundo? ¿Qué pasa con las mujeres sudanesas que
ahora mismo en Jhartum se arriesgan a ser azotadas y encarceladas por rechazar
el velo? ¿Qué pasa con el sinnúmero de mujeres iraníes que llevan décadas
encarceladas por no vestir “islámicamente”?
El racismo, la xenofobia, la
marginalización y los ataques a los inmigrantes (o a gentes de ascendencia
migratoria) siempre han estado aquí. A comienzos del siglo XX hubo en el sur de
Francia pogroms contra inmigrantes italianos (dicho sea de paso: católicos y
blancos) que “venían a robar el pan de los trabajadores franceses”. ¿Suena
familiar, no? Hubo muchos muertos y heridos. ¿Por qué no se habla aquí de
“católicofobia” o de “cristianofobia”, si a
demostraciones de xenofobia harto menos dramáticas se las llama ahora
“islamofobia” cuando apuntan a objetivos presuntamente “musulmanes”? Ahora
bien; si nos fijamos en ciudadanos franceses de nuestros días cuyos apellidos
son de origen italiano, lo que se ve es que están plenamente integrados y nadie
discute su pertenencia a la nación francesa. Lo mismo ocurre con españoles,
portugueses, griegos o polacos y rusos que vinieron a instalarse a Francia en
el pasado reciente, llegaron a ser ciudadanos franceses y se han “mezclado”
ahora con la población general (el expresidente
francés Sarkozy constituye un excelente ejemplo reciente de integración
exitosa).
Francia cuenta hoy con un 25% de
ciudadanos de origen extranjero. Hay un número creciente de gente bien conocida
con apellidos árabes (y por lo mismo, erróneamente considerados musulmanes). Se trata de profesores,
abogados, expertos en computación, empresarios… Esto es un indicador de su
incorporación a la nación, lo mismo que italianos, españoles, etc. hace menos
de un siglo.
Una hermosa pieza titulada Barbes-Cafe
se representó el año pasado en distintas ciudades francesas. Era toda ella obra
de gentes de ascendencia argelina, muchos de los cuales habían huido de
amenazas de muerte fundamentalistas y de ataques directos en los 90. Esa pieza
es un himno a la emigración: sirviéndose de canciones en árabe de todo el siglo
XX, de comienzo a fin, traza la historia de la emigración desde el Norte de
África, de las cuitas y las nostalgias de los emigrantes, así como de sus
condiciones de trabajo. Pero también celebra las leyes que permitieron a las
familias reunirse con los trabajadores, la educación libre y laica recibida por
sus hijos, la solidaridad entre trabajadores nativos e inmigrantes en los
sindicatos y partidos de izquierda, etc. Termina con imágenes de aquellos
inmigrantes de ascendencia norteafricana que “lo lograron” y abrieron la puerta
para las generaciones venideras. Es un manifiesto de esperanza que, sin
embargo, no trata de esconder la dureza de las condiciones a que tuvieron que enfrentarse muchos trabajadores para que sus
hijos y nietos llegaran a ser parte de Francia.
El 27 de octubre fue el
aniversario de la Marcha por la Igualdad y Contra el Racismo que cuatro chicas
y chicos, ciudadanos franceses de origen norteafricano, iniciaron en 1983. Salieron
de Marsella y caminaron durante dos meses por Francia, visitando ciudades y
aldeas, hablando con sus conciudadanos rurales y urbanos, denunciando los
crímenes y las discriminaciones racistas y abogando por la igualdad de todos
los ciudadanos. También denunciaron el rótulo de “musulmán” que se les imponía
por razones de origen geográfico. Por el camino, otros ciudadanos de todos los
orígenes se les fueron uniendo y comenzaron a marchar con ellos gentes que se
habían reunido inicialmente para darles la bienvenida y apoyar sus objetivos.
No está escrito en ningún lugar
que las gentes oprimidas o víctimas de la discriminación tengan que terminar en
movimientos de extrema derecha. En esas circunstancias, las gentes pueden
elegir entre hacerse revolucionarios o convertirse en fascistas. La respuesta
fundamentalista al racismo es una respuesta fascista. No deberíamos bajo ningún
pretexto regalarles legitimidad ninguna. Lo que debemos hacer es apoyar a los
movimientos populares en favor de la igualdad y la plena ciudadanía.
Los fundamentalistas están arteramente
interesados en asegurarse los beneficios de los incidentes racistas; lo mismo
que los movimientos de extrema derecha tradicional (xenófoba), necesitan
radicalizar a su tropa y reclutar a más gente para su causa. Ambas fuerzas
aparentemente antagónicas de extrema derecha comparten el mismo objetivo: les
gustan los baños de sangre. De aquí que estén preparadas para provocar
incidentes racistas. En los últimos años, los habitantes fundamentalistas de un
vecindario parisino empezaron a rezar por las calles y a bloquear el tránsito
durante horas los viernes. El pretexto era que su mezquita local no era
suficientemente grande. Pero desde luego lo era la Gran Mezquita de París que,
a unas pocas estaciones de metro de donde se hallaban, estaba y sigue estando
permanentemente casi vacía.
La policía vigilaba sin
intervenir, y la cosa duró más de siete años. La única respuesta vino, ni que
decir tiene, de un grupo de extrema derecha que invitó públicamente a compartir
un aperitivo de “vino y cerdo” en esas mismas calles los domingos.
La acobardada izquierda debería
haber tomado este asunto en las propias manos exigiendo el desalojo del espacio
público tanto los viernes como los domingos, si no había autorización policial
para ocuparlo como es legalmente preceptivo. La acobardada izquierda está
preparada para ignorar las provocaciones de los musulmanes fundamentalistas,
porque no desea verse tildada de “islamofóbica”. Uno siente que, en cierto
modo, esa izquierda no es capaz de distinguir entre los creyentes en el Islam y
el movimiento de extrema derecha supuestamente religioso que finge representar
a todos los musulmanes.
Fue esperando evitar una
confrontación con Franco que los gobiernos europeos, incluyendo el gobierno
socialista francés, se negaron a ayudar y a proteger al gobierno legítimo de la
República española. Fue con la esperanza de evitar una confrontación con
el muy cortés señor Hitler que los
gobiernos europeos fueron a Múnich y permitieron la invasión de Polonia por las
tropas nazis.
La historia enseña que la
cobardía en política no lleva a parte ninguna y que todos, a su debido tiempo,
terminan pagando el precio de la infidelidad a los principios y a los derechos.
* Entrevista realizada en octubre
del 2013, publicada en español en Sinpermiso.
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