Este texto es una adaptación escrita de un artículo de Juan Antonio Bermúdez
¿Quién vota al PRI, PAN, PRD, Verde, Morena? ¿Quién es tan
insensato o tan insensible? Leo esta pregunta a mí alrededor, la escucho aquí y
allá, con muchos signos de admiración adheridos a las interrogaciones. Yo mismo
me la hago. Detrás, suelen venir declaraciones catastróficas, insultos,
conjuros de exilio. Inventamos, como siempre, rostros horribles para el
monstruo: gente ignorante, manipulable, egoísta o despiadada; acomodados,
chupones, viejos chochos. Nos empeñamos en tachar su identidad y su voluntad
con descalificaciones. 9.000.000 personas votaron al PRI. Juan de Mairena decía
aquello de “Por muchas vueltas que le doy, no hallo la forma de sumar
individuos”.
Nueve millones de individuos. Con su hambre y su sexo, sus deudas
y sus dudas. Conozco a unos cuantos. Una antigua compañera de trabajo, una
persona cultivada y amable, es fiel a su tradición familiar. Describe al PRI
como “democracia mexicana”. El dueño de un pequeño supermercado que hay junto a
mi casa ha hecho campaña a voces. Justifica cualquier caso de corrupción
diciendo que en eso todos son iguales, que él mismo robaría si tuviese poder,
que lo importante no es robar más o menos sino “crear” riqueza.
La dueña de una mercería le contaba esta mañana a mi madre que en
diciembre cerrará la tienda porque “se la comen los impuestos”. Que la culpa de
todo “es de AMLO”. Que menos mal que no ha ganado. Que su abogado le ha
explicado que, si ganaba, “AMLO va a quitar muchas tiendas y muchos
patrimonios”.
Otra vecina con la que me crucé ayer, maestra jubilada, se
considera una persona de orden. Le escandalizan tanto las rastas en el
parlamento como los grafitis en la fachada, pero lo explica con una dulzura
conmovedora e inquietante al mismo tiempo. Un familiar votó siempre al PRD, se
abstuvo durante unas cuantas y, luego,
por puro odio a Cárdenas, empezó a votar al PRI. Y ahí sigue. No es creyente,
no se considera una persona “de derecha”. Pero sí mexicano, eso sí. Muy mexicano.
Todos estos testimonios son reales.
Ninguno de ellos es mi enemigo. Considero que votan a un cuadro de
mandos sin preparación y sin escrúpulos, a una banda que ensucia el sustantivo
democracia y el adjetivo revolucionario (en los que no creen, estoy
absolutamente convencido), al partido más popular de todos.
Pero no son mis enemigos. Su voto me afecta y me fastidia como al
que más. Su voto me parece producto del miedo, la ignorancia o la
irresponsabilidad, depende de cada caso. Por resumirlo: creo que se equivocan. Pero
no son mis enemigos. Con algunos prefiero no hablar de política, pero no son
mis enemigos. No merecen mi insulto ni mi vergüenza. Merecen mi respeto y no mi
odio.
Merecen que sigamos conviviendo y encontrándonos y charlando. Y yo
también lo merezco. Solo así los millones de votos miedosos, ignorantes o
irresponsables podrán decrecer. Solo así el monstruo que ellos ven en mí irá
desdibujándose. Solo conociéndonos (con)venceremos. No hay otra, amigos. A
trabajar, a vivir.
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