Escribo este texto sobre la base,
es decir, fusilando un texto Valor de uso de la crisis escrito por Diego Sztulwark, quien le dedico
el mismo “a Claudia Chávez…in memorian” (ver: http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2016/02/valor-de-uso-de-la-crisis-diego_28.html).
Por qué razón o razones
continuar, desplegar, fisurar, ampliar ese texto, en principio solo tengo una. En mi experiencia como analista que recibe analizantes que
se quieren analizar por variados y distintos motivos, ,suele aparece en
determinados momentos la siguiente situación: La analizante está en condiciones
de tomar una decisión acorde con su deseo, trata de realizar su deseo, los
deseos están para realizarse.
El deseo es aquello que genera
una orden vivible construido por aquella, por aquel que son los portadores de
un deseo que les pertenece. El deseo no es contrario al orden, solo se opone al
orden que proviene de las diversas figuras obscenas de un poder que está dentro
de nuestro y que está fuera nuestro, no es de aquí no es de allá, solo está en
nuestra vidas. Allí el orden se impone anunciando una crisis: si se realiza tal
o cual acción que modifique la vida cotidiana o que trastoque la vida social
compartida, allí aparece el orden bajo la amenaza de un caos que la crisis
impondría.
¿Qué es la crisis? ¿Qué efectos
tiene su anuncio?
La crisis es una fuerza del Orden,
ni más ni menos, una fuerza que no es individual no es social sino todo lo
contrario. Ella opera en nuestros cuerpos en consonancia con el alimento de ese
cuerpo: las consignas de una crisis que viene promulgada y anunciada desde
afuera, por ejemplo, los medios masivos que anuncian las atroces crisis de la ”moral”
de la “familia”, de la “economía”, e incluso las crisis que anuncian a cada
rato los políticos, AMLO no deja de anunciar crisis, aquí, allá y acullá. Claro
no está solo, las clases políticas iniciando por el PRI lo acompañan y lo…alientan.
El lic.Peña Nieto con sus barbaridades
es la Cultura. De otro modo, no habría razones para ocuparse de él. ¿Cuál
Cultura? La que da sentido al Orden y que implica la instauración de un código
funcional adaptativo, un modo de procesamiento colectivo de adecuación activa a
la Normalidad. Este juego no se organiza a
partir de una referencia a cualquier otro orden alternativo, sino que se da
como una dialéctica cerrada en torno a la Crisis, se trata de indicar que si
cambiamos algo del pasado entonces entraremos en un caos sin orden, sin el
orden del pasado.
El empleo productivo que el Orden
hace de la Crisis: la presencia de la crisis funciona como un momento
constituyente del Orden. De la inminencia de la crisis extrae el Orden su
legitimidad. Una legitimidad que no se restringe a la de los poderes ejecutivos
de los estados, sino que se extiende sobre un espacio postnacional determinado
por redes y dispositivos de “gobierno”. El Orden es el gobierno de la
logística. De la comunicación. De las estructuras que capturan y organizan la
movilización de la vida.
La crisis como palabra de Orden
es el reverso perfecto de la Cultura como adecuación. En la experiencia del
análisis suele suceder que alguien busca hacer esa experiencia para
re-establecer el roden anterior a su crisis, pues sostiene, que en ese tiempo
pasado “vivía mejor”, pese a ello busca un análisis que no es una máquina para
hacer regresar el tiempo hacia un momento que fue calificado de feliz. Si ese
momento fue feliz ¿Cómo es que el analizante se encuentra en crisis?
El territorio político-cultural
trabaja como elaboración de un código capaz de volver todas las parcelas del
campo social compatibles entre sí y con el comando que crea el código.. Se
trata de hacernos crer que existe “la sociedad como un todo”; el movimiento
social, lo llamado social no es la sociedad. La sociedad no existe, es solo una
palabra de orden y de crisis. El éxito del sistema es la redundancia. Junto a
una férrea violencia excluyente. Hay una
relación directamente proporcional entre el esfuerzo invertido en ofrecer un
código de compatibilización -que permita a cualquiera adaptarse al Orden- y la
expectativa de desbrozar el espacio de la conectividad de todo obstáculo, de
cualquier trayecto vital que introduzca opacidad o preguntas respecto del
sistema. El Orden con su Crisis requiere una Cultura donde nadie interrogue el
sistema en que vive.
En la Cultura del Orden las
instancias de producción de ese código provienen del mundo del marketing, de
las finanzas y las empresas. Su lenguaje
es el de los “equipos” dedicados día y noche a la “gestión”, a la
“modernización” y a la continua promesa de “normalidad”. Sus tecnologías
resultan cada vez más penetrantes: no es sólo la sofisticación encuestológica y
los Focus Group, sino también toda una avanzada de especialistas portadores de
un conocimiento digital, comunicacional, de cientistas de la imagen y de las
redes sociales. Uno de los indicadores más nítidos de normalización política en
curso es el hecho mismo de que los estudios de mercado sean los principales
proveedores de saberes y esquemas de comprensión de lo social. La lucha del
Orden por instalar una Crisis que conlleve Orden en las redes es para alimentar
sus fuentes de saber y conocimiento de los usuarios para…tratar de ponerlo en
orden.
La racionalidad del paradigma de
gobierno propio del Orden no recae, en última instancia, en los políticos –el sistema
no es tonto sabe que a ellos no se les puede confiar nada serio- sino en una
amplia trama de operadores culturales capaces de ofrecer una interface viva
entre el mundo de los mercados financieros (de su heroica tentativa por ofrecer
marcos de inteligibilidad y de estabilidad a unas operatorias a futuro
dominadas por la incertidumbre) y los modos de vida. Recordemos que la economía
es una ciencia sin orden, es una ciencia sin Dios donde gobierna el principio
de la incertidumbre disfrazado como inversiones seguras. Lo Cultural busca, en
la traducción entre vida y finanzas, modos de sostener la promesa de
previsibilidad y hasta de seguridad: propone un estado de ánimo y un modo
amigable de asumir el estado “en riesgo”.
Gobierno de la crisis y coaching ontológico.
Desde el punto de vista de las
políticas locales, el macrismo en Argentina y aunque parece mentira el PRI con
Peña Nieto se muestran hoy como vencedores en este juego. En ocasiones se tiene
un traspié fuera de cálculo como el ocurrido con el “gober grasoso de”
Verácruz. El Orden alardea de haber sustituido al populismos en la tarea de
ofrecer mediaciones para gobernar la crisis. Retomó, de modo ultra
reaccionario, la idea según la cual no hay orden posible sin negativizar las
subjetividades de la crisis. El Orden y la Crisis victoriosa de Peña Nieto –y próxima
extensión al sur del continente- fue instalar una consigna del orden global:
“seguridad” y “narcotráfico”.
Con estilo gerencial, los gobiernos
se dan el lujo de licenciar –sin reconocimiento y no sin violencia– a aquella
parte del andamiaje del viejo Estado Benefactor: Pemez, IMSS, Isste, Educación
Pública, etcétera…. Es su forma de combatir la “politización” del Estado. Esa
parte ya no corresponde a este nuevo período. Su liquidación pública real permite
la transición a una nueva disposición subjetiva en la que domina la confianza
plena en los dispositivos del mundo de los mercados, en su eficacia integradora,
en su mecánica a la vez fluida y jerarquizante de la organizar lo social. Pues esos dispositivos ya funcionan en cada
uno de los ciudadanos, incluidos aquellos que dicen no emplearlo y/o estar al
margen de ellos, su fuerza performativa no conoce límites voluntarios.
Eterno retorno
Convocado como su reverso
dramático por el Orden, “LA” Crisis no deja de volver. Y no dejará de hacerlo
mientras la crisis siga siendo invocada como fundamento, imagen a conjurar, base
sobre la cual suscitar el miedo y, con él, la fuga hacia el Orden. En el
momento en que el orden tambalee, vacile, la crisis estará irremediablemente
allí, como grado cero del orden. Sólo que vendrá ya negativizada: ¿conservará
la crisis así tratada algún poder insurreccional? Es el riesgo que corre el Orden al manipular
la Crisis como su fundamento. De todas los momentos de Crisis real –desempleo, inestabilidad
de precios, etcétera – no suelen disparar insurrecciones.
De allí la difícil relación entre
crisis y resistencia. Del lado de la llamada resistencia, el problema consiste
en cómo evitar el abrazo al orden, presente en el temor a la crisis. Y desde el
punto de vista de la crisis misma, ¿no es evidente que la imagen que podemos
hacernos hoy de la insurrección ya no se ajusta en nada atrás, como la gesta de
la revolución mexicana o 1968 con el fuerte contenido comunitario de muchos de
sus protagonistas?
Parece que el problema, la
encerrona que enfrentamos, al fin y al cabo, es la falta de toda imagen
positiva de la Crisis. Tal el éxito, la penetración alcanzada por el Orden.
Parece que no pudiéramos ya imaginar la afirmación de la crisis, sino como
triunfo mortífero del Caos. Como si no alcanzáramos a adoptar un punto de vista
que no fuera ya el del Control. Tal es la fuerza de adherencia del Orden: su
capacidad para privatizar y neutralizar todo desafío. Se trata quizás de tomar
la cris s por su reverso, y tomar nota de que el Estado Benefactor está en una
crisis terminal que conduce al caos y que quizás, los pliegues del
neoliberalismo al suspender ese Estado paternal o populista abre horizonte para
una creatividad insospechada
Al margen, la peor herencia de las
rebeldías previas es la estereotipización de las organizaciones sociales y las
militancias autónomas. También estas imágenes trabajan para el Orden.
Precursores oscuros
A Nietzsche le gustaba la idea
del precursor. En un célebre y emocionado pasaje de su obra narra lo que sintió
cuando descubrió en Spinoza un “precursor”. Ya no la soledad, o en todo caso
ahora, ¡una soledad de dos! No es Borges enseñándonos a inventar desde el
presente nuestra propia tradición, a elegir nuestros legítimos predecesores. Lo
que Nietzsche siente es el impacto que en el presente autoriza a seguir su
curso, hasta entonces algo confuso o inhibido. Un curso aún no autorizado.
Contra el actual operador
cultural, coaching ontológico -maestro en la serena adecuación-, el precursor
de Nietzsche reúne en el presente las fuerzas para lanzar el desafío. Descubre
en el pasado hasta entonces inexplorado el apoyo que precisaba, un antecedente
que viene a confirmar lo que León Rozitchner decía haber aprendido de joven de
Paul Valéry: que hay que ser arbitrario
para crear cualquier cosa. O quizás se trata de una propuesta más precisa: sin
seguir a los árbitros, ni a lo arbitrario es posible crear algo nuevo que no
requiere de la vieja arbitrariedad.
Los precursores avanzan en la
pura opacidad, donde aún no hay senderos delimitados. Son oscuros aún si
anticipan una nueva luz, sin la cual no llegaríamos nunca a visibilizar la
materia de los posibles que en ella convergen.
Anuncian una luz que aún no les es propia. Su tiempo es intempestivo,
como la declinación (clinamen) de un átomo, un desvío que aparece justo antes
del relámpago que ilumina al cielo seguido por el trueno. Los precursores
operan en diferentes series sin pertenecer del todo a ninguna de ellas.
Tampoco deberíamos olvidar con
facilidad los precursores insurrectos que a lo largo de las últimas décadas han
creado vasos comunicantes entre las subjetividades de la crisis. ¿O no hay un
clinamen inesperado en el momento en que aquellxos de los que se espera que
actúen como víctimas reclamando derechos (familiares de desaparecidos; los “sin”
trabajo o “sin” techo, los “sin” patrón) actúan creando contrapoderes
efectivos?
Un punto de vista que busca en la
crisis no el mero negativo despotenciado a partir del cual se crea orden sino
la emergencia, en roce con el caos, de una nueva razón (¿política?). Desplegar
este punto de vista podría ser, aún hoy, la mejor parte de la herencia de movimientos
insurrectos previos.
Mientras tanto el precursor
oscuro que no apaga su fuego en la adecuación al código de Orden aparece como
una suerte de ética (una ética a su modo más política que la política misma):
vivir sabiendo que no somos seguidores de ningún curso nuevo, admitir que
ningún camino novedoso se ha desencadenado con la potencia esperada y, al mismo
tiempo, rechazar la adecuación al orden que se nos propone, como si cada uno de
nosotrxs fuese por su cuenta –aunque no necesariamente de modo aislado- el
oscuro precursor de un saber posible que alguien necesita, para quien nuestra
resistencia pueda ser, en efecto, anticipación salvadora. La fuerza que hoy no
tenemos sería entonces, también, la fuerza que a pesar de todo se forja
oscuramente en una reunión que aún no sabemos entender bien. Un modo de no
renunciar a esa cita. Quedaría entonces
flotando en el aire que cada quien respira la pregunta que en su hermoso libro,
Hijos
de la noche, formula Santiago López Petit: ¿Cómo hacer para recrear a nivel
colectivo lo que en la vida asumimos como desafío?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario