FRANCISCO SE PREPARA PARA VIAJAR A UN MEXICO FRAGMENTADO
por Eduardo Febbro, Página/12 En México
Una compleja geometría social hecha de opulencia moderna, pobreza,
violencia del crimen organizado, desapariciones continuas, asesinatos,
políticas inclusivas, exclusión y corrupción. La visita que el papa Francisco
emprende este 12 de febrero en México pone en la superficie la polifónica
problemática del país y de un Episcopado que aún lleva en sus entrañas las
huellas conservadoras y monárquicas de su predecesor, Benedicto XVI. La propia
geografía de la capital mexicana refleja esas dualidades profundas. En los
barrios ricos como Polanco, las cabinas telefónicas están decoradas con fotos
del papa. En las zonas más pobres, hay muchas menos cabinas, el Papa no aparece
pero allí saltan al paso, en el medio de las veredas, los coloridos altares de
la Virgen de Guadalupe. “Francisco, el dulce guerrero”, dice el titular del
número especial editado por el semanario progresista Proceso. Bella definición.
Pero ese “dulce guerrero” tendrá en su entorno guerreros sin piedad.
Francisco no visita un país, sino varios, y desde dentro de esta
multiplicidad también emitirá un mensaje al gran y problemático vecino
norteamericano, hoy inmerso en una repugnante campaña contra los inmigrantes
mexicanos. Pocos viajes papales han acuñado un dramatismo de tales proporciones
y abrazado tantas esperanzas: todos esperan del sumo pontífice una palabra
salvadora, un resplandor humano entre tantas contradicciones. Cada etapa del
viaje es un campo minado: Ecatepec, Chiapas, Michoacán, Ciudad Juárez:
violencia urbana, exclusión indígena, narcos y corrupción, desapariciones e
inmigración. En Ciudad Juárez, Francisco se aproximará a la Frontera entre
México y Estados Unidos y extenderá su mano hacia el otro lado, ese orbe rico y
desarrollado desde el cual la imbecilidad racista mundial se encarnó en el
candidato republicano Donald Trump y sus continuas diatribas contra los
mexicanos. En Chiapas, tierra de la revuelta de los zapatistas liderada hace 22
años por el Sub Comandante Marcos, el papa se inclinará ante la tumba de quien
ha sido la figura eclesiástica más comprometida con los indígenas chiapanecos,
con su cultura, con sus derechos y con el movimiento zapatista, Monseñor Ruiz,
el fallecido obispo de San Cristóbal de las Casas a quien los indígenas apodan
Tatic. Ruiz fue, a su manera, la semilla que va de Bergoglio a Francisco y su
hoy universal Iglesia para los pobres: Ruiz fue el obispo de los excluidos, el
antagonista de las castas católicas y políticas. Para la curia romana y el papa
Juan Pablo Segundo, Tatic resultó una suerte de satanás a quien, tantos años
después, Francisco rinde un homenaje en un claro gesto de reivindicación de su
legado. En Chiapas, el idioma del imperio dejará su sonoridad a otros. El sumo
pontífice vendrá a estas tierras con un decreto que autoriza el empleo de los
idiomas indígenas en las misas. La suya se escuchará en tres idiomas locales.
Francisco no viene a cambiar a un país, sino a renovar una Iglesia
todavía embutida en sus privilegios y silencios, a intentar restaurar una fe en
declive. El papa saltó la valla de las tentaciones oficialistas, de los paseos
coloridos y balizados por las narrativas oficialistas y del ecumenismo político
que proclama que aunque todo esté mal Dios está para salvarnos. Entre un paseo inocente
y otro riesgoso y comprometido, eligió zambullirse en el segundo.
Para renovar la Iglesia, el papa necesita de la base pastoral que
lo venera en contra de una cúpula acomodada que lo olfatea con desconfianza y
temor. Y para llegar a esa base, hay que estar presente allí donde las
fracturas son como animales al acecho. Violencia y miseria, esa es la figura
geométrica que Francisco encontrará en sus recorridos y evocará con sus
palabras. Pero la visita papal a México puede ser mucho más que el mismo
México. Este país intenso y fascinante envuelve en su geografía y sus hábitos
políticos cada una de las problemáticas que hacen tambalear al mundo:la
corrupción, desde luego, con su sistema universal de lavado de dinero y evasión
fiscal montado por los grandes bancos globalizados: la inmigración y su drama
sin fin que hoy arrincona a la timorata unión europea: el narcotráfico,
problema planetario igualmente facilitado por los circuitos bancarios y las
complicidades incrustadas en los poderes políticos de cada continente: la
pobreza extrema y su aumento mundial frente al estrecho pero infinitamente más
poderoso espejo de los ricos. Con su retórica moralista y facilonga, la prensa
mundial dirá sin dudas que México es esto o lo otro, pero México es en un sólo territorio
nuestro propio mundo.
Las narrativas pastorales de Francisco suscitan en el país un
entusiasmo palpable. El Papa del “fin del mundo” viene a extender la esperanza
de un mundo prisionero de dramas abismales. Pobres, víctimas de abusos
policiales o del crimen organizado, familias de desaparecidos, indígenas,
inmigrantes, cada sector espera un milagro. Ese es el secreto de la
esperanza:que de la nada, que de las manos vacías, surja algo que trastorne y
transforme. En un ámbito más político, los medios locales aseguran que el
gobierno mexicano intentó “interceptar” la agenda de Francisco y atenuar su
alcance. El intento parece haber tenido resultados.
Nadie ha sido capaz, hasta ahora, de domesticar al Papa. Es lícito
reconocer que la agenda papal es una exposición en carne propia a todo aquello
que incomoda al gobierno: desaparecidos, corrupción, narcotráfico, asesinatos.
No obstante, la presencia del papa es también un éxito para el presidente Peña
Nieto. Aunque diste mucho de asemejarse a los bucólicos e intrascendentes
paseítos de Juan Pablo Segundo y Benedicto XVI, el viaje del papa legitima a un
presidente mexicano que ha comprendido mucho mejor que sus colegas
latinoamericanos que, muchas veces, incluso si pueden ser en un momento
adversas, lo mejor es dejar que circulen las narrativas de los medios. México
es igualmente clave para el papa: se trata del segundo país con mayor presencia
de católicos en el mundo –el primero es Brasil. Algunos analistas aseguran que
el mandatario mexicano se arrepentirá de haber buscado con tanto ahínco que el
papa venga a México. Otros, en cambio, apuestan por el hecho de que las
imágenes de los dos dirigentes y el efecto “beatificador de Francisco”
suavizará el impacto.
Lejos de esas especulaciones de pasillos reales, la población lo
espera, y lo espera sinceramente. Lo necesita porque no hay soledad más
desgarradora que aquella de la víctima que no tiene quién la escuche o quién
comprenda su dolor. El cielo no responde, el poder no hace justicia. Francisco,
al menos, les habla a esas almas que en las complejas situaciones del mundo
viven en la periferia del sufrimiento. El las ha puesto en el centro de su
geometría.
efebbro@pagina12.com.ar
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