En el camino a México, por Eduardo Febbro
Desde Ciudad de México y Ecatepec
En el avión, preparando la llegada, con uno de los gestos de humor ya esperados del papa argentino. Los camiones todavía se agitan en un vaivén frenético sobre el gigantesco predio donde se levanta el altar. Las polvorientas calles de la colonia Jardines de Morelos, en Ecatepec, han cambiado de aspecto. Esta localidad situada a 27 kilómetros de la capital mexicana de contornos pobres e insalubres, de calles de tierra y casas inestables vive una suerte de milagro espiritual y urbano. El domingo 14 de febrero el papa Francisco ofrecerá una misa en este barrio enclavado en el corazón de una ciudad que ha sobrepasado a Ciudad Juárez por la cantidad de femicidios.
En la avenida que da al tramo de cerca de 50 hectáreas donde Francisco hablará ante 300 mil personas, las casas fueron pintadas y casi todas las mañanas los camiones riegan con agua esa zona agitada por remolinos que levantan nubes de polvo. De repente, ya no es lo mismo. El olor a tierra mojada tapa las emanaciones insalubres y el agua aquieta la polvorienta rebeldía de los meses de febrero y marzo. Ecatepec tiene más de millón y medio de habitantes y es muy probable que, en apenas unas horas, multiplique por dos esa cifra. Ya han llegado miles de personas de muchas partes. Muchos preparan un milagroso negocio vendiendo fotos del Papa, imágenes de la Virgen o crucifijos. Los 8 kilómetros que el sumo pontífice recorrerá en papamóvil son hoy un camino de leyendas y transformaciones del paisaje. Un domingo de concordia y multitudes sedientas de una palabra reconciliadora, de una mirada al fondo de sus almas golpeadas por la miseria, la violencia y esa forma de transcendencia extraña y eterna que se llama la esperanza. Todo encarnado en un hombre que ha sabido con gestos y palabras acercarse a la intimidad dolida y solitaria de millones de personas.
México espera al Papa como a un mensajero de lo absoluto. Esta séptima visita papal al segundo país con mayor números de católicos en el mundo es inusual por la magia epifánica que la rodea y la polifonía trágica de los temas que la atraviesan. Epifanía porque muchos esperan una revelación conciliadora. Trágica porque Francisco y los mensajeros vaticanos no han cesado de hacer circular la narrativa dominante: la pobreza, la violencia, la injusticia y la corrupción. Hasta un ateo irrenunciable se sentiría interpelado. En un mundo hedonista e infiltrado por la comunicación compulsiva, el Papa llega envuelto de un aura de justiciero renovador. México lo aguarda con los brazos abiertos y el corazón sediento, con una devoción que contrasta con las eternas jugadas maquiavélicas de la curia romana. Los calificativos de “papa anticapitalista” con que cierta prensa lo retrata provocan en México una adhesión todavía más fuerte hacia la figura de ese latinoamericano que revolucionó la historia de los papados con una práctica pastoral única. Los siempre bien llamados “medios dominantes” se pierden en sonseras eternas: los papamóviles, la comida del papa, la ropa, los cruces oficiales, las estadísticas que maquillan el contenido de un mensaje ya adelantado. La expectativa se centra en los mensajes sociales que Francisco emitirá en cada uno de los lugares que visitará. Será un recorrido por las fracturas de un país: Ecatepec, Ciudad Juárez, Michoacán, Chiapas. En cada etapa y con diferentes actores, el sistema prueba que “se ha pasado de rosca”, como suele decir Francisco cuando se refiere al poder y las riquezas de los muy poderosos. En México, la pobreza, la desigualdad, las desapariciones, la violencia y la corrupción se han pasado muchas veces de “rosca”. Y el Papa acude allí donde mejor se encarnan las desigualdades. Los medios han hecho de la visita papal una suerte de final de Copa del Mundo. El pueblo, en cambio, ansía una palabra para creer que el mundo no tiene fin. Antes de viajar, Francisco ha dicho cosas fuertes. Retomando su idea de que el mundo vive una tercera guerra mundial en “pedazos”, el sumo pontífice declaró que “México vive un ‘pedacito’ de guerra”. Luego, afirmó que no venía “como un Rey Mago cargado de cosas para llevar, mensajes, ideas, soluciones a problemas...” Como lo hizo en Roma la noche en que fue elegido papa y le pidió al pueblo que lo bendijera, el Papa resaltó que “si yo voy ahí, es para recibir lo mejor de ustedes y para rezar con ustedes, para que los problemas... que ustedes saben que está sucediendo, se solucionen, porque el México de la violencia, el México de la corrupción, el México del tráfico de drogas, el México de los carteles, no es el México que quiere nuestra Madre”.
La agenda política papal ni ha sido fácil, ni aún está cerrada. Hay temas que trastornan el consenso posible y van más allá de las denuncias contra las disparidades sistémicas. Todavía no se sabe si Francisco recibirá en “visita privada” a las víctimas de los curas pederastas y, sobre todo, a las de la narcoviolencia, en especial a los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos en 2014. El Episcopado mexicano y el gobierno negocian este encuentro, al margen de la invitación especial cursada por el papa para que los familiares de los 43 normalistas sean los invitados especiales de las misas y celebraciones del papa. El vocero del Episcopado y coordinador de la visita, el obispo Eugenio Lira Rugarcía, negó que se haya previsto una reunión “privada” con víctimas o familiares. Pero la agenda, en estos casos, la maneja Francisco y el papa ha sido, hasta ahora, un líder de sorpresas. Cabe destacar, además, que las familias de los 43 normalistas están representadas por jesuitas. Joaquín Aguilar, una de las víctimas de los curas pederastas, dijo que había “altas” posibilidades de que el papa los recibiera el domingo.
Las frases que han precedido este viaje son contundentes. Ni Cristo, ni Dios, ni la Virgen de Guadalupe, ni la fe han sacado de la narrativa papal las confrontaciones con la realidad:sea la de la violencia de los carteles de la droga, sea la de la inmigración, sea la de la corrupción o las desapariciones de personas. Francisco no cambiará a México ni hará más visible su inmenso drama. Este país, a diferencia de otros, no se oculta a si mismo. El Papa, al menos, volverá a sacar de la periferia esa masa enorme de sufrimiento humano. Su mensaje es para toda esa gente que ya llena y llenará los caminos y las ciudades. Al peregrino de las misericordias lo espera un magma inusual de desconsuelos y pesares.
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