individuos acaba con cualquier posibilidad de que
habiten un mundo común
Una diferencia económica abismal
entre los individuos acaba con cualquier posibilidad de que habiten un mundo
común
Pierre Rosanvallon: “Una
diferencia económica acaba con la convivencia”
En la caída del muro de Berlín
encuentra Pierre Rosanvallon el fin del miedo a la revolución y de un horizonte
alternativo. Con La sociedad de los iguales
(RBA),el pensador Pierre Rosanvallon (Blois, 1948) propone recuperar el papel
central que la igualdad tuvo en la teoría y la práctica políticas hasta finales
del siglo XX..
Pregunta. Usted no propone identificar
nuevos instrumentos para promover la igualdad sino redefinir el concepto.
Respuesta. Hasta ahora la
igualdad se ha pensado remitiéndola a la idea de justicia y también
identificándola con el igualitarismo, como sucedió en el siglo XIX. El concepto
que sugiero entiende la igualdad como relación social. De lo que se trata es de
vivir como iguales, reconociendo la singularidad de cada cual. La experiencia
de las utopías igualitarias, que acabaron en el totalitarismo, hizo que incluso
la izquierda prefiriese hablar de equidad y no de igualdad. A mi juicio, claro
que hay que hablar de igualdad, pero entendiéndola como relación social y no
como distribución igualitaria.
P. Se ha preferido hablar de equidad
pero también circunscribir la igualdad a la igualdad de oportunidades. Usted ve
esta evolución con reservas.
R. En último extremo, se
convierte en una forma de legitimar la desigualdad. Si se alcanzara una
igualdad de oportunidades perfecta, entonces las desigualdades serían naturales
y, por tanto, habría que resignarse a aceptarlas. Dada la infinita variedad de
talentos y habilidades de los individuos, la sociedad sería inhabitable. Mi
idea es que son necesarias políticas que fomenten la igualdad de oportunidades
—pensemos en la sanidad o en la educación—, pero que la igualdad de
oportunidades no puede convertirse en una filosofía.
P. Políticas, en definitiva, que
corrijan el desequilibrio que usted observa entre ciudadanía política y
ciudadanía social.
R. Al desaparecer el horizonte
del igualitarismo tras el fracaso del socialismo de la colectivización, solo
sobrevivió la idea de la igualdad de oportunidades. Blair y la tercera vía la
colocaron en el primer plano de la reflexión y de la acción de gobierno, pero
no definieron una visión social alternativa. Las desigualdades crecieron y,
como dijo Rousseau, la desigualdad material no es un problema en sí misma, sino
solo en la medida en que destruye la relación social. Una diferencia económica
abismal entre los individuos acaba con cualquier posibilidad de que habiten un
mundo común.
P. Definir una visión social
alternativa partiendo de la igualdad, ¿no es lo que hicieron las utopías del
siglo XX?
R. Para esas utopías la humanidad
es la vez única y múltiple, porque los individuos son individuos pero deben
acabar pareciéndose. Yo parto de una visión distinta de la emancipación. A mi
juicio, la emancipación consiste en promover la singularidad y, al mismo
tiempo, la vida en común desde la singularidad. No se trata de que los
individuos sean iguales, sino que vivan como iguales. Es, por ejemplo, el caso
de la pareja moderna, que no se entiende como célula social, sino como un
vínculo entre dos singularidades.
P. Usted sostiene que el crecimiento
de la desigualdad no es hoy una herencia del pasado, sino una ruptura con él.
R. Antes de que estallase la
Primera Guerra Mundial se inició una transformación silenciosa inspirada por
imperativos morales pero también por el miedo a la revolución. Los gobiernos
estaban convencidos de que, para evitarla, era preciso emprender reformas
sociales que redujeran la desigualdad. A partir de los años 70 del siglo pasado
empiezan a cambiar las cosas. Se pasa de un capitalismo de organización a un
capitalismo de innovación. Coincide, además, con que el miedo a la revolución
desaparece tras la caída del muro de Berlín. Deja de existir cualquier
horizonte alternativo.
P. Sorprende su afirmación de que es
preciso renacionalizar para fortalecer el espacio común de los ciudadanos. Al
menos en España, la experiencia parece ser la contraria.
R. Hablo de renacionalización en
el sentido de rehacer el Estado de bienestar, no en el de profundizar las
identidades. Entiendo la nación como el espacio pertinente de solidaridad y
redistribución. Pero resulta que los fundamentos morales y filosóficos de la
nación, de la nación en el sentido en que yo empleo el concepto, están
desagregándose. Atravesamos una crisis económica en la que la solidaridad
resulta imprescindible, a menos que quieran afrontar grandes catástrofes.
P. ¿Y no será que esos fundamentos
se están desagregando porque hay menos que redistribuir? La política alemana,
por ejemplo, está generando graves problemas en la Europa del Sur.
R. Cuando se estableció el euro
se perdió de vista que una moneda común no era solo un instrumento de
regulación, sino también de solidaridad. Como instrumento de regulación, el
euro funciona correctamente. Pero no ocurre lo mismo por lo que respecta a esa
segunda dimensión. Al hablar de Europa hay una cifra que no puede olvidarse:
desde la entrada en vigor del Tratado de Roma, el presupuesto común nunca ha
superado el 1% del PIB europeo. Todo lo que la Unión puede redistribuir entre
los miembros se reduce a ese porcentaje.
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