Noticias del Improperio
(con disculpas para Fernando del Paso y su obra Noticias del
Imperio)
Este es la última entrada del diario de Tontolina Peña Plastilini, la
hijita de #ElPutitoDeLosPinos que llamo a los mexicanos “proles mugrosos y
envidiosos”.
Marzo del 2075 – en algún lugar de Europa
Yo soy Tontolina de Atlacomulco, princesa de México, y mascota del América.
Yo soy Tontolina Carlota, prima de la famiglia
del Mazo, Gran Maestre del Cartel de los Templarios, Mictlacihuatl de los descabezados de Ayotzinapa, Virreina de las provincias
de Sinaloa acogidas a la bondad y clemencia de la DEA y de los patroncitos
chulos de EEUU en cuyo nombre gobiernabamos el patio trasero. Yo soy Tontolina Carlota Ludovica, hija del
Gran Catamita de los Pinos, Señor de las Vergüenzas, y asesino impune de mi
madre, a quien llamaran el más pendejo de los gobernantes, al que le enseñaba yo
sin éxito como leer cuando yo tenía tan solo seis años mientras me acariciaba
mis cabellos castaños y me decía que leer era malo pues asi lo sentencio Fox y
que me disciplinara o me daría epilepsia galopante como a mi progenitora. Yo soy Tontolina Carlota Ludovica de los
Chancros de Santa María Magdalena y hoy soy una octogenaria que reside tal vez
loca en un castillote en Europa pagado por el erario en tiempos del improperio,
cuando gobernaba en un país de proles mugrosos la realeza tricolor del
partidazo.
Hoy ha venido un sicario del EMP a traerme noticias del
improperio. Vino manchado de sangre y seboso
con los sesos de los civiles que los militares han ajusticiado. Me trajo un puñado de arena de un manglar que
ya no existe pues los gachupines lo secaron para poner un campo de golf donde
los indígenas le pueden cargar los palos a unos extranjeros panzones que
corretean una pelotita. Me trajo también
unos guantes de piel de jovencita desollada, muy suavecitos, y un enorme barril
de maderas preciosas relleno con el Bucañas y adentro estaba conservado el cadáver
del abuelo Monster, Joaquín Gamboa Pascoe, y juro por mi honor que se veía incólume
y mejor que en vida.
El mensajero me trajo también unos pellejos, querido Sinforoso, que me
aseguro que son tuyos, mi dulce y finado ex novio, encontrados en una fosa en el desierto agreste de San
Fernando donde fuiste a parar por orden de don Carlos después de que, por
pendejo, le diste “retweet” a la nota donde me burlaba de la prole mugrosa. Y trajo también el sicario unos pelos que reconocí
como del copete de mi santo padre, fusilado en Querétaro, y hasta pude ver como
si fue cierto que los plomazos le prendieron fuego a su cabello pues estos
estaban todos tatemados. Me conto un
narco, uña y carne de mi padre, como los indios horribles que lo asesinaron le
cortaron la cabeza y la metieron en un saco que cocieron y que luego con ella se
pusieron a jugar una cascarita mientras la prole gritaba furibunda “¡El cambio está
en ti!”. Y me aseguro que fue por pura
casualidad y con unas mordidas que encontraron esa dulce testa, ya hecha pulpa por las patadas de la prole, y recortaron el
copete para traérmelo a mí.
He hecho entonces, querido Sinforoso, con tus pellejos un pequeño
consolador pues no quedo mucho de ti y mis secas entrañas ya no podrían disfrutar
de algo más grande. Te conservo, sí,
siempre colgado con una cadena de oro entre mis pechos secos mientras oigo misa
y el obispo derrama agua bendita sobre el relicario que contiene los pelos
tatemados del copete de mi padre. Y nada
mas por eso y otras cosas, querido Sinforoso, afirman que estoy loca y que así
quede desde que fui la única de mi infortunada familia que alcanzo a llegar al
hangar presidencial y el avionsote logro despegar entre nubes de ladrillazos
que aventaba la prole enardecida que, cual indios salvajes ofreciéndole un
sacrificio a Huichilobos, alimento a una turbina del avión a mi madrastra, la
reina Angélica. Si, tal vez quede loca
al ver esos horrores y habéis de saber que la nave tuvo que volar a baja altura
hasta Europa pues nunca se pudo presurizar ya la cabina pues también habían algunos
plomazos en el fuselaje.
Como voy entonces a perdonar a México o a esos indios horrorosos si
todos los días pulo la foto presidencial de mi padre y recuerdo como orgullosa veía
y oía al patroncito tostado hablándole golpeado y luego haciéndole un hijo de
color a la reina Angélica e intentando hacer otro con mi padre aunque sin mucho
éxito por razones de índice fisiológico.
¡Era entonces cuando yo me sentía contenta de saber que pertenecía a la
clase gobernante que en nombre del patroncito tostado con nuestros fieles sicarios
verde olivo metíamos en cintura a la indiada cruel y desagradecida que nos
faltaba al respeto y no nos aplaudía.
Si, que me digan loca pues muchas veces he envuelto el consolador con
tus pellejos en la banda presidencial de mi padre e imagine como, si no
hubieras sido tan pendejo, te habría impulsado el partidazo a una gubernatura
o, quien quita, hasta la grande.
A veces sueño, mi querido Sinforoso, que nunca paso lo que paso y que
no nos fuimos de México y que tu y yo nos hicimos viejos y te di muchos hijos y
tu tuviste muchas movidas y cada uno de nuestros hijos recibió una casota del
Grupo Higa y fueron gobernadores y generales y obispos y líderes sindicales y se hicieron contratistas del DIF o de Hacienda y
por supuesto no de Pemex pues ese mi padre lo desapareció. ¿Te imaginas querido Sinforoso la lujosa mansión
que tendríamos en un campo de golf que antes era un manglar pero que unos
gachupines desecaron? Y sí, me imagino a
la indiada siendo mansita, como Diosito siempre quiso que fuera, arrodillándose
a mi paso y aventándome flores mientras tu extendías las manos en alto y dabas
un discurso con una voz mamona y los acarreados nos aplaudían y en el canal de
las estrellas se nos alababa cual dioses venidos a la tierra y se hacían programas
especiales donde modistos jotitos y extranjeros opinaban sobre la elegancia de
mi vestido y mi calzado y como mis juanetes acentuaban a estos últimos y le
daban un je ne se quai a todo el “outfit”.
Cuando me pongo a recordar lo que fue el improperio y mi juventud a
veces no estoy seguro si estos recuerdos son tan solo sueños. Me acuerdo de la última vista al cadáver de
mi madre. Tan pálida estaba ella y tenía
un rictus de dolor y horror que le desfiguraba su dulce rostro y las marcas de
la cuerda con que había sido estrangulada parecían un collar rojo ardiente en
su blanco cuello. Y me acuerdo de la
premura con que el arzobispo don Perberto dio la misa, ante lo más granado de
la clase política mexicana, mientras mi padre trataba de disimular su risa
haciendo como que lloraba, y como luego luego la llevaron al crematorio por
instrucciones de don Carlos que sabía bien lo que había que hacer.
Pero también recuerdo la primera tarjeta platino pagada por el erario
que mi padre me otorgo. Y como te lleve
a ti, mi querido Sinforoso, hasta Bijan para comprarte unos trapos nais y como
tal fue la cuentota que hasta el cara de piña de Videgaray protesto pero mi
padre lo callo con un rotundo “usted páguele y no este chingando y si es
necesario contrate un préstamo con el FMI”.
¡Y es que que chulo te veias Sinforoso con esos trapos cuando nos íbamos
de clubbing en Manhattan cuando los sicarios del EMP madreaban a todo el que se
nos acercara y nos daban talquito de bueno nada más!
Pero mi padre heredo, mi amado Sinforoso, un trono sostenido por
bayonetas, erigido sobre columnas de sangre coagulada, y sujeto a los caprichos
del patroncito tostado de la Casa Blanca, y no hablo de la casota de la reina Angélica. Nos engañó el emperador yanqui diciendo que siempre
nos apoyaría. En cuanto la sangre rebozo
las fronteras y las vergüenzas y matanzas llegaron a ser conocidas, y peor,
denunciadas, en todo el planeta y ya no hubo manera de disimular que México era
una gran narco fosa, el culo el mundo, fue entonces que el ingrato emperador yanqui nos dejó caer sin darnos la mano
pues pensaba que con sus zuavos del Marine Corps lograría domesticar a la
indiada una vez que esta se decidiera a mandarnos al diablo y que sus empresas
transnacionales no serían barridas por el mismo torbellino que mando al diablo
a nuestro improperio.
Trajo también el mensajero unos lingotes de oro y plata extraídos por
los canadienses antes de que la plebe derritiera esas riquezas y se las
vertiera fundidas en sus bocas abiertas.
Y también me llego un cilindro de los que alguna vez de niña oia en el
centro histórico cuando mi madre me llevaba de shopping ahí. Y llegó me también una calavera de azúcar,
hecha, me dicen, en un ingenio veracruzano pues en su frente de hueso
demostraba precisamente el ingenio de sotavento con un verso que era, si se leía
bien, una mentada de madre a mi padre.
Los lingotes me ayudaran a sufragar mis gastos pues los herederos de don
Carlos se han rehusado pasarme la quincena que necesito para vivir de acuerdo
al tren de vida que he acostumbrado. El
cilindro lo hago tocar por un mozalbete austriaco que cuida de mis caballerizas
y me gusta montar en los trakener que poseo mientras resuenan esas notas que me
recuerdan a mi tierra. Y por lo que toca
a la calavera, querido Sinforoso, suelo arrancarle pedacitos para usarlos
cuando bebo el absinthe y elucubro como llevar a cabo mi venganza sobre esa
prole mugrosa que ha causado mis desdichas.
Finalmente, yo, Tontolina Carlota Ludovica de los Chancros Inmaculados
de María Magdalena beso tus pellejos dulce SInforoso y te introduzco en mis
secas entrañas mientras sueño de las multitudinarias alabanzas de las fuerzas
vivas y las entrevistas a modo por los televisos y los viajes internacionales a
besarle los hijares al papa o la charanga engusanada de la reina de Inglaterra y espero la
muerte tranquila y sin arrepentimiento.
FIN
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