#Yamecansé19. Reseña de “El Capital en el siglo
XXI”(FCE,2014,11/2014) Es una reseña de 3 páginas de un libro de mil páginas quizás el lector puede honorar el texto y leerlo, suele ser interesante y de cierto provecho para hacer frente a esta barbarie civilizada en la que nos toca vivir (AS). El lector más osado puede bajar el texto de Piketty en este link: http://www.consensocivico.com.ar/uploads/546b10d939080-Piketty%20-%20El%20capital%20en%20siglo%20XXI%20%28CC%29.pdf
Thomas Piketty augura para este
siglo un regreso del capitalismo patrimonial: un futuro con crecimiento lento y
desigualdades cada vez mayores, que solo podrían mitigarse mediante impuestos
mundiales sobre el capital. 'Capital', un ensayo de Thomas Piketty
¿Han sido los últimos treinta años una pesadilla neoliberal de la que
la crisis nos ha despertado y, en cuanto la socialdemocracia recupere la
iniciativa política, volveremos a la época dorada de crecimiento y reducción de
las desigualdades del Estado social de mediados del siglo XX? Thomas Piketty
responde negativamente. No es pesimismo o una conjetura sobre la impotencia de
la socialdemocracia, es el resultado de un análisis pormenorizado sobre la
evolución de la riqueza y las desigualdades en los principales países
desarrollados en los últimos doscientos años.
Los hechos son inapelables: el
rendimiento del capital (r) ha sido sorprendentemente estable históricamente,
en torno al 5 %, mientras que la tasa de crecimiento (g) ha oscilado entre el 1
y el 1,5 %. El crecimiento entre el 3 y el 5 % de las tres décadas posteriores
a la Segunda Guerra Mundial es una excepción. En estas condiciones, donde
r>g, los patrimonios tienden a acumularse a un ritmo mayor del efecto
redistributivo del crecimiento por el aumento de la producción y los salarios,
generándose desigualdades crecientes que, en los últimos años, han superado el
pico de desigualdad que se produjo justo antes de la Primera Guerra Mundial,
cuando el stock de capital equivalía a entre seis y ocho años de la renta
nacional total. Hicieron falta dos guerras mundiales y “el suicidio de los
rentistas” entre las dos guerras (es decir, vivieron por encima de sus
posibilidades en el sentido de que el gasto anual que les generaba su ritmo de
vida era mayor que la renta que percibían de su patrimonio) para redistribuir
las cartas y empezar casi de cero.
Tras la Segunda Guerra Mundial,
precedida por la Gran Depresión y las políticas redistributivas que inspiró, el
fuerte crecimiento de las economías en reconstrucción y expansión y la agresiva
fiscalidad progresiva, con tipos marginales superiores de alrededor del 60-70 %
en Europa y del 80-90 % en Estados Unidos, así como el acceso generalizado a la
educación y los seguros por enfermedad, desempleo o vejez, aseguraron el acceso
de las masas trabajadoras a un pequeño patrimonio, convirtiéndolas en clases
medias. Si en 1913 un 10 % de la población acumulaba la práctica totalidad de
la riqueza nacional, en la actualidad ese 10 % sigue poseyendo la mayor parte,
pero ahora hay un 40 % que disfruta de un pequeño patrimonio, mientras que el
50 % restante cobra un sueldo o una prestación pero no acumula patrimonio y no
deja casi nada a sus herederos. Esa emergencia de una “clase media patrimonial”
es para Piketty la mayor transformación estructural del reparto de la riqueza
en los países desarrollados. Con la ralentización del crecimiento y las rebajas
fiscales de la revolución conservadora de los años 1980, la clase alta
patrimonial vuelve a emerger: el patrimonio del 10 % más rico crece
exponencialmente mientras que el del 1 % más rico lo hace estratosféricamente.
La perspectiva para el siglo XXI,
una vez que las economías emergentes hayan alcanzado la madurez y la población
mundial se estabilice, es una tasa de crecimiento del orden del 1 ó 1,5 %,
mientras que el rendimiento del capital seguirá en torno al 5 %. La implicación
evidente es que el reparto de la riqueza acentuaría su senda divergente hasta
alcanzar cotas social y democráticamente inaceptables.
Esta radiografía completa del
capitalismo patrimonial se encuentra en el imponente último libro de
ThomasPiketty , El Capítal en el siglo XXI (FCE).
Esta obra de Piketty de casi mil páginas se ha convertido inmediatamente en una
referencia de las ciencias sociales. Ya antes de su publicación, Thomas
Piketty, un brillante economista francés de 41 años, era un referente mundial
en el estudio de las desigualdades de renta. Junto con Emmanuel Saez, de la
Universidad de Berkeley, y Anthony Atkinson, de la Universidad de Oxford, han
construido una base de datos monumental sobre las rentas altas, la WorldTop
Incomes Database, en la que también ha colaborado el joven economista argentino
Facundo Alvaredo.
El fuerte impacto del libro de
Piketty se explica por varias razones. La primera es el carácter inédito y
exhaustivo de un estudio del capital, tanto de las rentas como del patrimonio,
en los países desarrollados en la mayor escala temporal que permiten los
archivos, es decir, prácticamente, desde la Revolución Francesa que instauró en
Francia un censo patrimonial, la Revolución Industrial en Reino Unido y la
independencia en Estados Unidos. Sobre otros países, como Alemania, Japón,
Canadá o Suecia, las estadísticas fiables disponibles empiezan a finales del
siglo XIX. Todos estos datos se pueden consultar en un anexo técnico en
internet que constituye una auténtica mina documental. La segunda razón son las
conclusiones empíricas que se extraen de este estudio y que contradicen, como
veremos a continuación, axiomas de la teoría económica hasta ahora inamovibles.
La tercera son las nuevas leyes del capitalismo que se deducen del análisis de
los datos. Por último, Piketty, que pertenece a la estirpe de los intelectuales
franceses preocupados por el devenir político del mundo en el que viven, ofrece
una perspectiva inquietante sobre la evolución previsible del capitalismo
patrimonial en el siglo XXI y se moja proponiendo soluciones.
El primer axioma que se derrumba
a la luz de los datos es el de los rendimientos decrecientes de Ricardo, que
serviría a Marx, aplicándolo al capital, para predecir la crisis del
capitalismo por la caída de los rendimientos del capital a medida que éste se
acumula. Ciento treinta años después de la muerte de Marx, el capital acumulado
ha superado cualquier previsión imaginable en la época del ideólogo del
socialismo, pero su rendimiento sigue siendo sorprendentemente estable en torno
al 5 %. El progreso tecnológico, el crecimiento de la población, el acceso a la
educación y, recientemente, la globalización y la sofisticación de los mercados
financieros, han permitido al capital encontrar constantemente nuevas
oportunidades de fructificar. Piketty no demuestra teóricamente de dónde
procede esta sorprendente estabilidad del rendimiento del capital, pero su
lectura de lo que nos enseña la historia económica deja poco lugar para la
duda.
Otro mito que se derrumba es la
visión optimista de Kuznets de una reducción de las desigualdades a medida que
el desarrollo económico y humano avanza. Kuznets basó su predicción en una
serie temporal de datos relativamente corta, entre 1920 y 1950. El paso a la
escala del muy largo plazo operado por Piketty demuestra precisamente lo
contrario, puesto que la relación r>g se muestra constante en la historia, y
que la excepción es el breve periodo entre 1950 y 1970. En este sentido, los
datos también hacen tambalearse otro supuesto básico de la economía neoclásica,
que implicaría una tendencia hacia la igualación entre las rentas del capital
(r) y el crecimiento económico (g).
El análisis frío y objetivo de
los datos, así como de las dinámicas en juego que los arrojan, ofrece una
perspectiva para el siglo XXI poco alentadora, con una economía mundial
instalada, desde hace treinta años, en una senda firme de acumulación cada vez
mayor de riqueza en lo alto de la pirámide. La ley de hierro de r>g conduce
a la victoria del rentismo sobre la meritocracia, en la que “el pasado devora al
futuro”. El capitalismo patrimonial ya conoció una evolución similar en el
siglo XIX que desembocó en 1913 en niveles de desigualdad sin precedentes.
Nadie puede desear un nuevo conflicto mundial devastador para deshacer esa
desigualdad, por lo que Piketty se adentra al final con valentía en el terreno
de las propuestas para atenuar o corregir dicha evolución. La principal de
ellas es la instauración de un impuesto mundial progresivo sobre el capital,
tanto de los activos inmobiliarios como mobiliarios y neto de deudas.
Piketty no se hace ilusiones
sobre la viabilidad política de su propuesta, aunque argumenta convincentemente
sobre su viabilidad en el seno de la Unión Europea si existiera la suficiente
voluntad política (Piketty no esconde su optimismo relativo acerca de la
deliberación democrática en base a los datos y las conclusiones a las que nos
llevará la acumulación de riqueza más allá de lo socialmente soportable). Pero
la considera una “utopía útil” en el sentido de que obliga a cualquier otra
solución a medirse con respecto al ideal teórico que constituye dicho impuesto
mundial progresivo sobre el capital.
También demuestra los beneficios
que comportaría, más allá de la recaudación, la cooperación fiscal
internacional necesaria para su implantación.
No hay espacio aquí para
mencionar otras cuestiones apasionantes tratadas por Piketty con una claridad
pedagógica al alcance de cualquier ciudadano formado, desde la distribución de
la renta hasta la historia de los sistemas impositivos, pasando por la causalidad
entre el desmantelamiento de los tipos marginales superiores “confiscatorios” y
la explosión de los sueldos de los altos ejecutivos. Tampoco cabe una crítica
más detallada del hecho de que el análisis y las tesis de Piketty reposen sobre
el estudio pormenorizado de las estadísticas pero no sobre una investigación de
las fuentes y fuerzas capitalistas de creación de riqueza. Aún así, El Capital
en el siglo XXI constituye una obra mayor no sólo por el amplísimo
objeto de estudio que abarca y los múltiples frutos que otros investigadores
podrán recoger del espectacular compendio de datos y análisis, sino por la
lucidez y humildad con la que Piketty reconoce la pertenencia de la economía a
las ciencias sociales y su deber de contribuir, desde la honradez intelectual,
a enriquecer el debate democrático en aras de descubrir las políticas que
producirán los resultados más acordes con los objetivos morales y sociales de
una comunidad.
Publicado en www.diario.es
(España)
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