jueves, 22 de agosto de 2013

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Carta a los soldados mexicanos

México está herido de muerte.  La parca llega cuando un pueblo pierde toda esperanza.  Los mexicanos solo ven un futuro de miserias, estrecheces, pobreza, hambre, y peor, es el futuro que perciben para sus hijos.  La desesperanza cunde en todo el país, desanimando a los luchadores y dando pie a claudicaciones y traiciones.  México como nación se extingue y muere. 

O sea, en estos momentos, ya no hay nada que perder.  De seguir este rumbo México dejara de existir como nación y acabara como una puta estrella mas del imperio.

Don Ignacio Allende, coronel en el regimiento de lanceros de la reina, con todos los privilegios y sueldos que eso implicaba, antepuso su amor a la patria –que entonces ni existía como nación—ante los juramentos que había hecho al rey de España. 

Don Vicente Guerrero hizo a un lado sus prejuicios contra el sangriento asesino de tantos insurgentes, Iturbide, y no tuvo empacho en llegar a un acuerdo con este para que la patria naciera. 

Don Ignacio Comonfort, que gozaba de los privilegios de un comandante de la plaza de Acapulco, cayó en cuenta que bajo la tiranía de Santa Anna la patria seria destruida y vendida a pedazos al extranjero.  Fue asi que Comonfort se fue a buscar al viejo insurgente, don Juan Álvarez, en las montañas de Guerrero.  Juntos conspiraron contra el tirano y el quince uñas salió huyendo.

Después de la decena trágica, el general Felipe Ángeles, por su reconocida trayectoria militar, fue indultado por el chacal Huerta y se le ofrecieron puestos y honores dentro del régimen de este.  Ángeles rehusó todo esto y tuvo que exiliarse y eventualmente regreso para luchar contra el usurpador.  Luego, viendo la ambición que existía en el corazón de Carranza no tuvo empacho en sumarse a las fuerzas de la división del norte de Francisco Villa.

Los ejemplos abundan de militares mexicanos que rehusaron tomar el camino fácil, cómodo, para servir con honor a México.  Pero la lección es evidente: en cada caso el pueblo supo reconocer a los verdaderos caudillos que defendían a la patria y gustoso se les unió (“en bandas milenarias” como decía la carta de renuncia de Porfirio Díaz).  No hay razón por la que no sea hoy igual.

Hoy los traidores a la patria gobiernan.  Se disponen a entregar los jirones de patria que nos quedan a los extranjeros.  Desprecian al pueblo.  Le roban.  Lo explotan y le ofrecen toda clase de facilidades a los extranjeros para que hagan lo mismo.  Pero ese no es su mayor crimen.  Es este: querer quitarle toda esperanza al pueblo y así que este acepte resignado la muerte de la patria.

Soldados mexicanos: ustedes son la última esperanza que queda.  El lema del H. Colegio Militar es “por el honor de México”.  Es tiempo de que demuestren que ese lema no es letra muerta.

No dejen que la patria muera.

Mario Quijano Pavón







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