Carta a los soldados mexicanos
México está herido de muerte. La parca llega cuando un pueblo pierde toda
esperanza. Los mexicanos solo ven un
futuro de miserias, estrecheces, pobreza, hambre, y peor, es el futuro que
perciben para sus hijos. La desesperanza
cunde en todo el país, desanimando a los luchadores y dando pie a
claudicaciones y traiciones. México como
nación se extingue y muere.
O sea, en estos momentos, ya no hay nada que perder. De seguir este rumbo México dejara de existir
como nación y acabara como una puta estrella mas del imperio.
Don Ignacio Allende, coronel en el regimiento de lanceros de
la reina, con todos los privilegios y sueldos que eso implicaba, antepuso su
amor a la patria –que entonces ni existía como nación—ante los juramentos que había
hecho al rey de España.
Don Vicente Guerrero hizo a un lado sus prejuicios contra el
sangriento asesino de tantos insurgentes, Iturbide, y no tuvo empacho en llegar
a un acuerdo con este para que la patria naciera.
Don Ignacio Comonfort, que gozaba de los privilegios
de un comandante de la plaza de Acapulco, cayó en cuenta que bajo la tiranía de
Santa Anna la patria seria destruida y vendida a pedazos al extranjero. Fue asi que Comonfort se fue
a buscar al viejo insurgente, don Juan Álvarez, en las montañas de Guerrero. Juntos conspiraron contra el tirano y el quince uñas salió huyendo.
Después de la decena trágica, el general Felipe Ángeles, por
su reconocida trayectoria militar, fue indultado por el chacal Huerta y se le
ofrecieron puestos y honores dentro del régimen de este. Ángeles rehusó todo esto y tuvo que
exiliarse y eventualmente regreso para luchar contra el usurpador. Luego, viendo la ambición que
existía en el corazón de Carranza no tuvo empacho en sumarse a las fuerzas de
la división del norte de Francisco Villa.
Los ejemplos abundan de militares mexicanos que rehusaron
tomar el camino fácil, cómodo, para servir con honor a México. Pero la lección es evidente: en cada caso el
pueblo supo reconocer a los verdaderos caudillos que defendían a la patria y
gustoso se les unió (“en bandas milenarias” como decía la carta de renuncia de
Porfirio Díaz). No hay razón por la que
no sea hoy igual.
Hoy los traidores a la patria gobiernan. Se disponen a entregar los jirones de patria
que nos quedan a los extranjeros.
Desprecian al pueblo. Le
roban. Lo explotan y le ofrecen toda
clase de facilidades a los extranjeros para que hagan lo mismo. Pero ese no es su mayor crimen. Es este: querer quitarle toda esperanza al
pueblo y así que este acepte resignado la muerte de la patria.
Soldados mexicanos: ustedes son la última esperanza que
queda. El lema del H. Colegio Militar es
“por el honor de México”. Es tiempo de
que demuestren que ese lema no es letra muerta.
No dejen que la patria muera.
No dejen que la patria muera.
Mario Quijano Pavón
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