El observador observado
Los desarrollos tecnológicos contemporáneos en
materia de comunicación, pero sobre todo la capacidad que los sujetos
desarrollan a partir de las nuevas posibilidades, generan situaciones
novedosas y abren caminos para la información, el debate y la
participación. Fernando Peirone aporta elementos para pensar la
reconstrucción del sujeto colectivo desde una perspectiva que trasciende
lo personal por Fernando Peirone*
¿Cuál
es la probabilidad de que una persona con una cámara se tropiece con un
acontecimiento de importancia global? Casi ninguna. Pero si tenemos en
cuenta que hay 1500 millones de personas que deambulan por el mundo
portando algún aparato con cámara, la pregunta sería: ¿qué probabilidad
hay de que un acontecimiento de importancia global no sea registrado? La
diferencia entre estas dos preguntas, planteadas por Clay Shirky en su
libro Excedente cognitivo (Ed. Deusto, 2012), sobrepasa el artificio y
nos plantea una disyuntiva epocal. La primera pregunta está centrada en
lo personal y su perspectiva es desalentadora en la medida en que
contrapone –por así decirlo– nuestra suerte a lo azaroso, y por lo tanto
a lo ingobernable. La segunda pregunta, desde esa misma perspectiva,
sólo implicaría un cambio de escala, y por lo tanto una constante de lo
improbable. Pero desde una perspectiva más amplia, supone 1) el
reconocimiento de un sujeto colectivo que está protagonizando un
importante cambio cultural y 2) la alteración de un paradigma dominante:
ya no sólo somos observados, también nosotros observamos. La infinidad
de acontecimientos que en los últimos años fueron documentados con
teléfonos celulares y luego compartidos en Internet da cuenta de un
recurso global que no sólo restringe lo improbable a uno de cada cuatro:
la posibilidad de registrar un evento público –dice Shirky– se redujo
prácticamente a la existencia de algún testigo. Dicho en otros términos:
los hechos noticiables, que hasta hace poco dependían de la decisión y
la visibilidad que les dieran los medios tradicionales a través de un
relato unidireccional, y por lo general monolítico, hoy son abordados
sin mediación y compartidos por un “público” que los mass-media ya no
monopolizan ni pueden retener. Este fenómeno epocal, que Manuel Castells
llama “autocomunicación de masas”, permite divisar, cotejar y analizar
cualquier acontecimiento de manera independiente, interactiva y
multidireccional. Más aún, la propagación exponencial y global de esta
práctica de origen societal (en tanto que social de lo social), favorece
el control ciudadano y reformula la ecuación “vigilar y castigar”.
Puede sonar fuerte, pero ¿qué hace Wikileaks sino exponer ante la mirada
del mundo lo que antes sucedía en el hermetismo del palacio y a
resguardo de la opinión pública? ¿No es eso, acaso, una inversión de la
lógica disciplinaria con que Bentham concibió el panóptico? Filtraciones
y espías hubo siempre, pero “el poder” nunca estuvo tan expuesto
globalmente por organizaciones civiles y sin fines de lucro, que
funcionan cada vez más como órganos de contralor. De este modo, el
dispositivo de poder que identificó a la modernidad y que gravitó sobre
la vida social y particular en los últimos 250 años se enfrenta a una
suma de partes no identificables –y hasta el momento no controlables–
con una enorme potencia ciudadana. Así lo atestiguan, sin ir más lejos,
la suerte de José María Aznar, Hosni Mubarak, Ben Alí y hasta la del
papa Ratzinger.
A diferencia de cierta tecnofobia errática y desangelada, no hablamos de tecnología, hablamos de capital social. Entre otras cosas, porque lo que llamábamos ciberespacio ya no es una alternativa a lo real, sino lo real mismo que devino crucial para conectarse, comunicarse y movilizarse. La masificación de las TIC se convirtió en un “recurso global compartido” alrededor del cual se está configurando un “nosotros” que funciona como espacio de subjetivación y, por lo tanto, de resignificación del lenguaje, la percepción y los comportamientos. Un “nosotros” que “no habla por todos sino para todos” y que está dando lugar a una ética de la responsabilidad que consiste en “hacernos cargo en común de lo común”, implicando lo particular-local en lo común-global, como cuando alguien decide clasificar los residuos de su hogar o cuidar el uso del agua potable. Es decir, estamos ante un corrimiento de lo dado (que nos concebía como individuos racionalizadores de nuestro destino personal, pero no del destino común) y el surgimiento de un nuevo estatuto colectivo que –en sintonía con la tradición humanista– concibe al cuidado de sí como cuidado de todos en sociedad, y viceversa.
En esta línea podemos leer no sólo la creciente cohesión latinoamericana, sino también la que, sin acompañamiento estatal, comenzó a desarrollar la población europea con experiencias como el 15-M, o la que se construye en otras latitudes alrededor de Occupy Wall Street y #YoSoy132. ¿El mundo cambió? Digamos que no. Pero si algo favorece el incremento exponencial de la capacidad expresiva de nuestra época es la acción comunicativa en tanto que instancia de inter-comprensión y reconstrucción del sujeto colectivo desde una perspectiva que trasciende lo personal. Y eso no es poca cosa.
* Investigador de la Unsam. Autor de Mundo extenso. Ensayo sobre la mutación política global.
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