La fantasía de lo inaccesible
Las infantilizadas y sumisas chicas de los maid cafés de
Tokio proporcionan a sus clientes unos ideales sentimentales ficticios con los
que fantasear y evadirse de la realidad. Chicas reales convertidas en muñecas
de mentira al calor del anime y del manga. | Ellas ofrecen un entretenimiento
aséptico con unas normas estrictas que excluyen el contacto físico. Una
revisión en toda regla del concepto de la tradicional geisha en pleno siglo XXI. Los propios folletos de los maid cafes en Japón utilizan la
imagen de sus serviciales empleadas como reclamo más notorio que las
consumiciones que sirve
Existe un lugar en el mundo donde lo real y lo imaginario
convergen. Un cruce de caminos que la mirada occidental no logra entender, ni
siquiera imaginar. Es icónico. Ese lugar está en el barrio de Akihabara,
también conocido como Akiba. Fascina, embriaga, desconcierta. Sólo hay que
meterse en uno de sus callejones, flanqueados por establecimientos de colores,
y dejarse caer en un maid café para experimentar el salto a la realidad de lo
visto en los cómics y videojuegos. Es un negocio de cafetería, sí, y algo más.
Pero no hay contacto, no hay sexo, no hay pornografía, y no es prostitución. Mirar,
pero no tocar. El placer no es físico en el sentido literal del término, sino
que se presenta casi casi como una experiencia espiritual: el gusto de ser, de
estar, de conversar sin que importe quién eres, tus fracasos o tus logros
sociales. Allí, las mujeres de verdad, que aparentan ser niñas y que actúan
como tales, se parecen cada vez más a las muñecas de mentira. Son las
camareras, las meidos. Allí, cuanto más se asemejan a las heroínas de manga, de
anime o de videojuegos, más deseadas son en secreto por los hombres. Pero como
las geishas de otro tiempo, estas chicas encarnan la fantasía de lo inaccesible
en un barrio, Akihabara, que es el corazón del aislamiento en compañía.
Al llegar a la estación de Akiba se las puede distinguir
entre las multitudes de estudiantes de instituto, de jóvenes y de empresarios
sin corbata aunque con zapatos siempre relucientes. Algunas de estas chicas
permanecen en la calle a modo de reclamo, como también lo hacen las jóvenes
prostitutas: reparten publicidad del local en el que sirven y si es necesario
acompañan a los clientes hasta la misma puerta. Están ahí para ser vistas,
aunque evitan a quienes intentan sacarles una foto. Sólo se dejan fotografiar
en las cafeterías, si pagas. En su mayoría visten como las meidos clásicas,
inspiradas en las sirvientas del anime: falda corta con volantes y camisa a
juego, delantal blanco con puntillas, medias o calcetines largos por encima de
la rodilla y una toquilla en el pelo. También las hay vestidas como heroínas
del manga. Un disfraz que no sólo cubre su cuerpo (las pantorrillas suelen
quedar sugerentemente al descubierto) sino que también se apodera como un alien
de su identidad, de su manera de hablar, de reír... Se apodera de su actitud.
Dicho en otras palabras, las chicas dejan de ser reales para pasar a ser una
fantasía. En horario de trabajo son Hitomi, Hazuki, Suyaku, Mikan, Runo...
Personajes que reconocen bien los otakus, como se conoce a los fanáticos de la
cultura del anime y los videojuegos. Los mares de otakus llenan los maid cafés
en sesión continua en un barrio convertido desde los noventa en el gran bazar
tokiota de la tecnología, la electrónica y la prostitución.
Mujercitas. Muy jóvenes. Se diría que son adolescentes (en
Japón se puede trabajar desde los 16 años) si no fuera porque en este país las
mujeres aparentan menos edad de la que tienen. Lo cierto es que las camareras
de los maid parecen aún más jóvenes y más tímidas que las adolescentes
occidentales. Cobran unos 200.000 yenes (algo más de 2.000 euros) al mes.
Larga melena azul, vestido ajustado con un toque futurista y
botas plateadas de alto tacón cuadrado, Runo es uno de los personajes
secundarios en Bakugan y camarera en uno de los populares locales de la cadena
@maidreamin. A la pregunta de qué edad tiene, Runo, y todas, responde siempre:
“Eternamente quince”. En los @maidreamin ninguna tiene más de 22 años. “Un
requisito indispensable es que sean infantiles en la actitud y en la
apariencia. No son chicas perfectas, no son modelos. Si algo valoramos es que
sean kawaii: hermosas, pero alejadas de la perfección”, explica Miki Ikezawa,
relaciones públicas de esta cadena.
La cultura kawaii, socialmente aceptada, se puso de moda en
Japón en los años 80. Kawaii significa en japonés bonito, tierno, adorable. Para
los otakus también es moe. Su referente más conocido en occidente sería la
popular gatita Hello Kitty que, junto a otros personajes, inició una tendencia
que alcanzó al diseño industrial, la moda textil, la gastronomía e incluso las
campañas gráficas oficiales. Los maid cafés también se inspiran en el
submovimiento lolita (nada que ver con el personaje de Nabokov), que mezcla
elementos infantiles con la moda victoriana y elementos de la subcultura gótica
difundida a través de la música pop. Explica el doctor en Historia
especializado en estudios asiáticos Guillermo Martínez Taberner que la de las
meidos se considera una forma distintiva de cosplay: se combina el aspecto de
la criada gótica o francesa con el de la heroína de anime y de Alicia en el País
de las Maravillas. E incluso podría añadirse una tercera influencia: el estilo
hentai (que distingue el manga erótico) y que exalta un supuesto erotismo
infantil para atraer. En común tienen la infantilización de la realidad, en el
fondo y en las formas. Una combinación explosiva.
Otro de los atributos de las meidos, prosigue Miki Ikezawa,
es “tener talento para atender, entretener y saber meterse en la fantasía”.
Todo eso, claro está, y una actitud sumisa hacia el cliente. Hasta tal punto es
así que las chicas sirven y conversan con los clientes de rodillas. Como en la
época medieval. Resulta inaceptable una situación como esta en Occidente, donde
sería tanto como negar el derecho a la igualdad entre las mujeres y los
hombres. Miki se encarga de recordar que la sumisión al hombre sigue marcando
el comportamiento de la sociedad japonesa y “aunque en los maid cafés se
exagera esa sumisión, en general está bien vista”.
La conversación con Miki discurre a duras penas en medio del
sonido ensordecedor de una música de dibujos de anime a lo Saylor Moon. Este
local está en el cuarto piso de un edificio que tiene salas de masaje, de relax
o de prostitución en otras plantas. El maid café está decorado como una
habitación de niños. No mide más de150 metros cuadrados. Es sábado y aquí hay
mucho cliente hombre solitario, de entre 18 y 40 años, aunque también hay
grupos y parejas. La mayoría de ellos ha tenido que esperar más de una hora en
la escalera de incendios para entrar. En el ascensor no caben más de cuatro
personas. Los precios están indicados a pie de calle y suponen una inversión
nada despreciable. La entrada incluye una consumición (unos 2.000 yenes, en
torno a 20 euros), y se abona aparte un menú (dulce o salado) de consumo
obligado (de unos 4.000 y pico yenes). Para garantizar la rápida rotación de
mesas, se limita el tiempo a 60 o 90 minutos. Todos los extras se pagan aparte.
Los clientes regulares suelen ir una vez por semana, pero
muchos van a diario o incluso varias veces al día, según ha analizado Patrick
W. Paul Galbraith, sociólogo de la Universidadde Tokio. Yumiko es uno de ellos.
Este hombre de 25 años acude cada sábado al @homecafe con un único objetivo:
ver y conversar con una de las chicas, de la que ni siquiera conoce su nombre
real. La llama Ai y por ella paga más de 2.000 yenes cada sábado y el billete
de tren que le llevará a Akiba desde la prefectura donde vive, Tochigi. “Me he
enamorado”, confiesa. En plena calle, Yumiko saca de su mochila un álbum de
fotos suyas con Ai. Todas las instantáneas tienen un aire de fotomatón porque
están tomadas en el mismo sitio y desde el mismo ángulo. Fotos compradas. Un
ideal sentimental ficticio que él cree real. Yumiko recita, conforme, las
reglas de todo maid café: no preguntar a las chicas por asuntos privados, no
esperarlas a la salida, no fotografiarlas, no tocarlas, no acosarlas...
Del análisis del sociólogo Patrick Galbraith se desprende
que una mayoría de los habituales de los maid cafés es gente que se siente
socialmente desprotegida, aunque no por razones económicas sino por algún tipo
de insatisfacción en el hogar o en el trabajo. La encargada de @filles, Otohane
Rui, lo describe a su manera: “En Tokio falta una comunicación real entre la
gente. Nos hemos olvidado de la esencia del diálogo. Es algo natural venir a
conversar con nosotras como amigos. La costumbre hace que se acabe escogiendo
siempre a la misma. A veces nos pasamos horas hablando sobre lo que le gusta o
lo que ha hecho durante el día”, cuenta. El profesor Galbraith ha acuñado el
concepto “intimidad alternativa” para explicar el fenómeno. “Yo uso la
intimidad para indicar un sentimiento de conexión, cercanía y comodidad. En un
país donde esa intimidad se entiende dentro del hogar, la escuela o el trabajo,
aquellos que no consiguen establecer las estrategias correctas recurren a la
cultura del consumo. Al consumir este tipo de servicios, fantasean una
intimidad que satisface sus necesidades individuales”.
En un Japón donde la comunicación interpersonal es cada vez
más débil pero no así la rigidez de las normas, en un ambiente urbano de estrés
y aislamiento, las meidos pueden actuar como un sustituto saciante para algunos
hombres. “Ellas les dan la bienvenida, recuerdan sus nombres pero no les
importa quiénes son ni sus habilidades sociales. Al mostrar un interés en sus
vidas, las camareras brindan la confianza necesaria para facilitar la
comunicación”, dice Miki Ikezawa. En cada nueva compra de un servicio, cada
nueva consumición, se facilita el contacto, que en ningún caso es físico. “Los
clientes quieren hablar con alguien que les escuche. Se trata de hacerles
sentir que valen la pena. Si ellos no hablan, el deber de las camareras es
sacarlos de su aislamiento dándoles conversación, con el lenguaje corporal o
con los juegos de mesa”, apunta Otohane.
En el momento en que el cliente cruza el umbral de la
cafetería, las meidos se dirigirán a él como maestro. “Okaerinasaimase
goshujinsama” (bienvenido a casa, maestro). En marcado contraste con los clubes
de alterne, en los maid cafés las chicas no se sientan junto a los clientes,
sino que más bien se posicionan frente a ellos, a menudo separados por un
mostrador o una mesa. Durante una hora larga, ellas irán entrando y saliendo
del campo de visión del maestro como en un juego de videoconsola. Una vez
dentro de este marco de ficción, el cliente deberá dejarse llevar, participar
de cuanto le ofrezcan las chicas pero siempre según las normas. Si hay que
cantar canciones tontas, se canta. Si hay que hacer el ritual moe con las manos
y dibujar corazoncitos en el aire, pues se hace. Si hay que agitar una especie
de espada fluorescente tipo Star Wars, se agita. Ahí estarán esas chicas, casi
niñas, disfrazadas de muñecas de mentira para dar un entretenimiento aséptico a
cuantos quieren evadirse de la realidad, replegarse en sí mismos o,
sencillamente, buscar consuelo o compañía. El tiempo dirá si se trata de una
nueva sexualidad egocéntrica o, sencillamente, de un negocio más que florece al
calor de una sociedad cada vez más consumista e individual.
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