viernes, 21 de diciembre de 2012

Un ojo no es nada...subido por Alberto Sladogna, psicoanalista,@sladogna


“Un ojo no es nada. Miles de seres humanos no tienen que comer todos los días": Uriel Sandoval Díaz*

*escrito por Alberto Sladogna y Flavio Meléndez (texto publicado,hoy, en La Jornada Jalisco, Guadalajara, subido con autorización de los autores en este blog)
Juan Uriel Sandoval Díaz perdió un ojo en las protestas en contra de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto el pasado primero de diciembre en la ciudad de México. Un proyectil, al parecer una bala de goma disparada por la Policía Federal, lo hirió en el ojo derecho, provocándole además fracturas en pómulo y nariz. Las palabras del joven estudiante al salir del hospital en que fue atendido son algo más que una lección de dignidad.

Al margen de cualquier apetito de venganza, de la represalia que hace del “ojo por ojo, diente por diente” su máxima, Juan Uriel dice, dirigiéndose a la prensa y a sus amigos y compañeros que lo esperaban a su salida del Hospital General, algo que es muy poco común escuchar en quien ha vivido una experiencia como la suya: “Un ojo no es nada. Miles de seres humanos no tienen que comer todos los días, los obreros tienen que ir a las fábricas agachando la cabeza para darle de comer a sus hijos, los campesinos pierden sus tierras y nadie hace nada… Hay muchas injusticias en el país que también están sucediendo y que no las podemos olvidar”(http://www.youtube.com/watch?v=PQfjvx0Gq6w). 
Eso que le quitaron él lo transforma en condición de “nada”, el mercado no puede resarcir eso como “daño económico”, comparado con aquello que otros pierden, con aquello de lo que carecen, con la injusticia que padecen y que Juan Uriel convoca a no olvidar.
Él añade una “cosa insignificante”, sin precio en el mercado: dignidad. En una época en la que frecuentemente se oye decir que “nada es gratis”, en la que el capitalismo ha convertido casi todo en mercancía, Juan Uriel le da cuerpo a lo que resta en ese casi al desprenderse gratuitamente, no solicitó una reparación económica, de una parte de su cuerpo. Si querían una parte de él se las regaló, no implora, no se coloca como víctima.
La gratuidad de su gesto va acompañada de una visión singular: “Esto no terminará hasta que la miseria termine. Reivindico todas las formas de lucha y pido justicia para todos los presos, porque la libre manifestación es un derecho que no nos dejaremos arrebatar. Hace falta más organización entre los desposeídos para buscar los ideales de solidaridad e igualdad” (La Jornada, viernes 7 de diciembre de 2012). 
Él queda desposeído de una parte de su cuerpo, que cede a cambio de sostener una lucha política que ponga fin a la miseria de los desposeídos. Un ojo deja en alto su mirada, esa dignidad que hace relación con los otros.
Cuando muchas voces en nuestro país -no solo dentro del duopolio televisivo- se apresuran a nombrar como “vandalismo” algunas manifestaciones de violencia que cuando ocurren en otros países -Grecia, España, Francia, etc.- son nombradas como “protestas” o cuando mucho “disturbios”, Juan Uriel reivindica todas las formas de lucha al no olvidar la violencia que entraña la desposesión en la que viven millones en nuestro país. 
Una visión que prescinde del discurso políticamente correcto, el de una democracia que tiene su coartada perfecta cuando encierra la participación política de los miembros de una sociedad en las paredes de la urna electoral.
El acto de Juan Uriel nos muestra que en el terreno del deseo hay que perder algo para ganar -todo lo contrario a lo que propone el sistema de creencias que le da forma al capitalismo-, que solo cediendo un objeto sin restitución es posible que se sostenga un deseo que tenga consecuencias. Como todo deseo éste también hace posible una forma de lazo social, en este caso uno en el que quedan incluidos aquellos que han sido excluidos: los presos políticos y los desposeídos de los beneficios de ese sistema de exclusión que se llama capitalismo. “¡No estás solo, no estás solo!”, le gritan sus amigos y compañeros a Juan Uriel, quien se autoriza junto con algunos otros a sostener la dignidad.
* Psicoanalistas. Miembros de la Escuela lacaniana de psicoanálisis/École lacanienne de psychanalyse


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