Il manifesto, ante el vandalismo civilizado, texto subido por Alberto Sladogna, psicoanalista vándalo, @sladogna
Ante los recientes acontecimientos: el surgimiento de un movimiento como el #YoSoy132,la derrota electoral de AMLO en las elecciones y los hechos producidos a consecuencia de la asunción del Lic.EPN, conviene detenerse para reunir energías, fuerzas y lanzar, si se quiere con nuevos bríos y en lo posible con más inventiva, formas de hacer algo ante el invierno/infierno que se instala.
Conviene tomar nota de una pregunta:cuando alguien introduce un voto en la urna a condición de haber aceptado un pago, al hacer eso ¿No comete un acto de vandalismo? El término vandalismo surgió en Europa, lo decían los representantes del imperio romano para calificar a quienes no se sometían a sus usos y costumbres eran "vándalos" o "bárbaros". Hoy cuando vandalismo proviene de la civilización, vívimos en la barbarie civilizada del actual sistema capitalista ¿Quiénes son bárbaros, quiénes son civilizados? Resulta que hoy vivimos en la barbarie civilizada.
Vaya esta nota como modesto homenaje a un portero bárbaro: Miguel Cálero que ahora está jugando, desde ayer en las divisiones superiores, seguro que seguirá atrapando los mejores y los peores bálones.
Ante los recientes acontecimientos: el surgimiento de un movimiento como el #YoSoy132,la derrota electoral de AMLO en las elecciones y los hechos producidos a consecuencia de la asunción del Lic.EPN, conviene detenerse para reunir energías, fuerzas y lanzar, si se quiere con nuevos bríos y en lo posible con más inventiva, formas de hacer algo ante el invierno/infierno que se instala.
Conviene tomar nota de una pregunta:cuando alguien introduce un voto en la urna a condición de haber aceptado un pago, al hacer eso ¿No comete un acto de vandalismo? El término vandalismo surgió en Europa, lo decían los representantes del imperio romano para calificar a quienes no se sometían a sus usos y costumbres eran "vándalos" o "bárbaros". Hoy cuando vandalismo proviene de la civilización, vívimos en la barbarie civilizada del actual sistema capitalista ¿Quiénes son bárbaros, quiénes son civilizados? Resulta que hoy vivimos en la barbarie civilizada.
Vaya esta nota como modesto homenaje a un portero bárbaro: Miguel Cálero que ahora está jugando, desde ayer en las divisiones superiores, seguro que seguirá atrapando los mejores y los peores bálones.
Il manifestó, texto de Rossana Rossanda
Rossana Rossanda es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Rossana ha roto con el periódico que fundó, Il Manifesto. Las razones, algunas de ellas al menos, están expuestas a continuación. En primer lugar reproducimos una carta que explica dónde pueden encontrarse sus artículos a partir de ahora.
Carta
Tomando nota de la falta de disposición para el diálogo de la dirección y de la redacción de Il Manifesto, no sólo conmigo sino con muchos redactores que se han quejado públicamente, y con los círculos de Il Manifesto que han apoyado siempre su financiación, he interrumpido mi colaboración con el periódico al que dimos vida en 1969. A partir de hoy (ayer para el diario), mi comentario semanal se publicará, generalmente el viernes, en colaboración con Sbilanciamoci y su página digital http://www.sbilanciamoci.info/.
Desde dónde volver a empezar
La discusión sobre Il Manifesto ha empezado mal. La primera pregunta no es de «de quién es» sino «qué es Il Manifesto». Por razones económicas también. Un periódico es al mismo tiempo una mercancía, y si los lectores no lo compran, fracasa. Hay que preguntarse porque desde hace varios años hemos superado el límite de pérdidas permitido a una empresa editorial, mientras subían los costes de producción. Dirección, consejo de administración y redacción y técnicos han infravalorado este dato, por más que fuese habitualmente conocido, engañándose con que recuperaríamos lectores aumentando las páginas y servicios con un rediseño tras otro. Ha sido un error imperdonable. Si el periódico es de quien lo hace, el fracaso es de quien lo ha hecho. Es decir, nuestro. Tengámoslo presente. Otros diarios «políticos» - es decir, interesantes para un gobierno o una fuerza de posición o un grupo social - han tenido problemas similares a los nuestros: una tradición que conservar, una redacción rodada desde hace decenios, ventas insuficientes y el recurso a financiadores (en nuestro caso, círculos o grupos de lectores). Ninguno de estos tres actores está en condiciones de hacer salir por sí solo un periódico. Por eso, por ejemplo, en Le Monde la propiedad se reparte en un tercio de los fundadores, un tercio de la redacción y un tercio de los financiadores. Si Il Manifesto llega a sobrevivir, su propiedad podría apoyarse en un sistema análogo. Pero previamente redacción, lectores y financiadores han de estar de acuerdo sobre su papel: «qué es», si mantiene un vínculo con su origen, si hay un colectivo de trabajo que cree en ello y un número de lectores y sostenedores en condiciones de hacer que aparezca.
Las razones para responder sí o no a estas tres preguntas pueden ser muchas, pero todas políticas. En torno a ellas se encuentra manifiestamente dividido el «colectivo», mientras que del grupo de los fundadores quedamos solamente Parlato, Castellina y yo, y no está claro qué esperanzas tienen los lectores y círculos de apoyo.
Il Manifesto nació con la ola del 68 como diario comunista libertario. Los fundadores habían sido expulsados del PCI por esto y por su crítica radical de la URSS. El reflujo del 68, junto a la liquidación por la derecha de los «socialismos reales», ha pesado sobre el colectivo no menos que las dificultades materiales para salir adelante. El colectivo ha ido dividiéndose entre reduccionismos diversos, tentaciones de apoyo directo o indirecto a los substitutos del Partido Comunista (PDS y siguientes, o Rifondazione y siguientes), a movimientos o al «movimiento de los movimientos». Más recientemente, entre ecología y teoría de los bienes comunes.
Se reflejan en su espejo las dificultades de una «izquierda» siempre menos homogénea al interpretar contradicciones y necesidades de una organización social tumbada por la crisis del socialismo real y la transformación de la escena internacional respecto a la heredada de la Segunda Guerra Mundial. De las dos superpotencias que perduraron de 1945 a los años 90, una, la URSS, ha desaparecido, la otra, los Estados Unidos, sigue siendo la más armada del mundo, pero ya no tiene la primacía en el ritmo de desarrollo, que ha pasado a China (partido único y socialismo «de mercado») por su elevada tasa de crecimiento. Nuevos en importancia son también los países «emergentes», un Brasil en ascenso con un modelo político democrático y socialmente progresista, una India democrática y capitalista, mientras América Latina, que ha escapado al dominio estadounidense, desarrolla diversos progresismos con escasa democracia formal. La caída de los socialismos reales ha fracturado el modelo dual entre un «capitalismo imperialista» y los «socialismos reales»: los segundos han desaparecido y el primero se muestra vacilante entre crisis, victoria de las finanzas sobre la «economía real», incertidumbres del modelo social, crisis de la democracia representativa. Si se añade la reafirmación de las religiones monoteístas en polémica con el pensamiento político moderno, es evidente que los parámetros con los cuales se debería analizar el presente no son los mismos de hace treinta años.
En Italia, el suicidio del Partido Comunista, no acompañado de un análisis autocrítico sino de esquivos cambios de nombre y defecciones de su base histórica, y el de la Democracia Cristiana, análogo, han llevado a una crisis de la política y de los partidos, que ha dado lugar a la entrega de todo el parlamento a la prioridad de la «técnica» representada por Mario Monti. En los márgenes se desarrollan movimientos o protestas de "qualunquismo" [ cualquiera, ni ni, ninis, ninismo, 1] en el límite de la legalidad constitucional. Es el único país que ha renunciado a una fisonomía propia y articulada, siguiendo los dictámenes neoliberales [2] de la Unión Europeas, asumidos en su huida de toda consulta popular.
¿Qué puede ser Il Manifesto en este marco? Dirección y colectivo se han substraído al análisis hasta llegar a una declaración de fracaso, dando voz sin discutirla a esta o aquella posición de las débiles izquierdas como si fuese la propia. En particular, para apoyar la renuncia a los partidos como formas de la política por una representación directa de opiniones e intereses que se configurarían a través de listas cívicas más o menos ligadas a municipios. Sin embargo, la falta de discusión deja abiertas también otras hipótesis, como la estructuración de un partido del trabajo por ahora más sin definir.
Identidad y finalidad de Il Manifesto ya no son las de los orígenes, pero no se ha hecho manifiesta la transformación. Igual que parece desaparecida, también en esto sin una argumentación explícita, nuestra búsqueda de un marxismo crítico. Una y otra exigirían un trabajo analítico común que no se ha hecho, como si el aparecer cada día se viera apremiado y sepultado por acontecimientos no previstos ni dominados. No es casual que la única prioridad surgida del ex-colectivo haya sido la defensa del puesto de trabajo.
Esa mala costumbre no es aceptable y la progresiva disminución de lectores y de audiencia lo confirma. Admitiendo que pueda retomarse la cabecera sobre una base económica sana, y hasta que la dirección y el colectivo no hayan votado la decisión de romper con su origen, Il Manifesto tiene la obligación política y moral de definirse respecto a su intención fundacional.
En 1969 llamarse comunista no era algo puramente simbólico: las luchas de los años sesenta, los movimientos estudiantil y obrero del 68 y del 69, la anunciada victoria del Vietnam, los problemas que planteaba China sobre la naturaleza del socialismo real, permitían apuntar como objetivo realizable una transformación de las relaciones de fuerza entre las clases, y en el seno de las mismas. No sólo entre nosotros sino en el PSIUP [3] y en más de uno de los grupos que habrían intentado dar vida a las fuerzas extraparlamentarias se había reflexionado ya sobre los límites de una revolución desde el vértice, solamente política, sobre los de una mera substitución del capital privado por el público, se habían abierto impetuosamente camino dos temas de gran relieve que estaban ausentes de la agenda del socialismo: el feminismo y la ecología.
Esto proceso ha llegado a término en menos de una década, dejando únicamente en pie la temática del movimiento obrero en tanto en cuanto la asumían algunos sindicatos, el problema que dejaban en evidencia el feminismo y la ecología. Pero las izquierdas históricas - no sólo por no romper el vínculo con la URSS, cuyo declive no veían- no se han abierto al inesperado impulso difundido que surgía en aquellos años, no han alimentado ni se han alimentado de este movimiento sino que más bien se le han opuesto. Aislado, cuando no combatido, se abandonó a una generosa pero inmadura elaboración, favoreciendo algunas derivas y, al final, su disolución misma. Ha llegado un vacío político irremediable, del que ha surgido, más que en otros países donde la izquierda tenía menos peso, una desorientación y después un giro de la opinión hacia una derecha que Berlusconi – menos de cinco años después de la caída del Muro de Berlín- expresaba en su forma más vulgar, y de ella acabaría naciendo un populismo destructivo.
No hemos sido capaces de ocupar lo que podía ser nuestro propio terreno de trabajo, la crisis de los socialismos reales, que habíamos sido los únicos en anunciar, la restructuración del capitalismo a escala mundial, las diversas subjetividades que siguieron a ello. El triunfo del adversario nos ha debilitado y desmotivado: no sólo han disminuido los lectores sino que ha decrecido el peso que Il Manifesto había tenido en la opinión también en momentos difíciles, como el secuestro de Moro, el estado de emergencia, las acusaciones contra el 68. Los años 80 fueron la prueba. La caída del Este, que debía haber constituido una ocasión para nosotros, ha sido el tornasol sobre el cual ha quedado en evidencia la debilidad de las izquierdas históricas, pero también la nuestra, que no la ha afrontado, y ha terminado por considerarla un escollo que había que evitar. Y sin embargo, un viejo lema puesto al día por nuestras Tesis de 1970, «socialismo o barbarie» se convertía en la verdadera alternativa: ¿cómo denominar si no a la progresiva supresión de todos los derechos sociales a la que nos encaminamos? No tanto «el poder a los soviets», de cuyo fracaso histórico hemos dejado hablar a la derecha, sino la prioridad de salvaguarda del factor humano, de su crecimiento y de sus derechos, ha ido desvaneciéndose en favor de confiar en el libre mercado como único regulador social, haciéndonos retroceder a los años 20 y al borde de las peligrosas involuciones que se sucedieron. Siguiendo una opción una elección neoliberal, y contrariamente a las esperanzas de sus primeros padres, se ha hecho la Unión Europea, anclándola sólidamente con el Tratado de Maastricht, con los píos deseos del Tratado de Lisboa, con la imposibilidad de someterla al juicio de los pueblos. Bastante alejada de una homogeneización política, la UE no es, en substancia, más que su moneda, el euro, sometido a agudas oscilaciones por la desigualdad de regímenes fiscales, el agigantamiento de las finanzas, la desindustrialización del continente, la consiguiente debilidad de los códigos laborales, las crisis externas, en primer lugar la de las "subprime" en 2008. El exorbitante aumento de las finanzas respecto a la llamada economía real y la prohibición a los estados de intervenir para corregirlo, ha expuesto al euro a una oscilación en todos los países del Sur, en los cuales se imponen directamente por vía legislativa o indirectamente, a través del juego de los mercados enfatizado por las agencias de "rating", crueles curas de austeridad, que los precipitan a una creciente desocupación y precariedad. En estas condiciones renacen escepticismos europeos de derecha e izquierda, y se hace difícil la legitimación popular, ya sea de medidas políticas o de un gobierno.
La política lamenta que la haya superado la economía, como si ella misma – y tratándose de gobiernos de socialistas, laboristas o de centroizquierda – no se hubiese liberado, renunciando a la posibilidad de intervención pública («menos Estado, más mercado») y aceptando la reducción de la economía a pura a contabilidad de los gastos del Estado, agravada por "six pack" sucesivos. Privados de recursos por el paro creciente y el rechazo a una imposición fiscal de las rentas y en particular de las finanzas, los estados están paralizados y las clases subalternas pagan un precio cada vez mayores. No hay más que recorrer los pocos artículos del «fiscal compact» votado por los gobiernos europeos el 28 de junio en Bruselas para darse cuenta de que se trata de pura obligación monetaria, que habría favorecido incluso la especulación de los mercados con la deuda de los estados si el BCE no hubiese intervenido con préstamos ilimitados a corto plazo, evitando un estrangulamiento inmediato, pero exigiendo de los países que lo piden que acepten un estrecho control por parte del BCE, del Fondo Monetario Internacional y de la Comisión. El texto del "fiscal compact" parece difícil de someter a un referéndum, como piden algunas izquierdas radicales, por su tecnicismo (tiempos de reembolso y condiciones para los créditos) y su silencio sobre todas las demandas socialmente apremiantes. Como observa más de un comentarista político el factor humano está del todo ausente en estos acuerdos, que sin embargo consignan el aumento de los desocupados (estimados en 18 millones en Europa), la extensión creciente de la desindustrialización, la deslocalización hacia países de costes laborales menores que la media en Europa, la amenaza de evasión fiscal de las rentas altas en Francia.
Esa elección por parte de los gobiernos, que representa el máximo consenso con las tesis de un von Hayek y el máximo de contradicción en la orientación de las constituciones tras la II Guerra Mundial, roba espacio al uso de esa posibilidad de defensa de las clases subalternas que éstas habían conquistado en el largo periodo del compromiso keynesiano, producto del enfrentamiento entre capital y trabajo, delineado por primera vez por Roosevelt como vía de salida de la crisis del 29, seguramente reforzado por el poder de la URSS, y teorizado después de 1938 sobre todo en Gran Bretaña. El movimiento del 68 sacó a la luz los límites políticos y estructurales, pero es obligado reconocer que lo ha desestructurado, evidenciando justamente los aspectos de compromiso, antes que impulsarlo hacia adelante. Acelerada después de 1989, la Unión Europea nació repudiando el modelo «keynesiano» (y había dado algunos argumentos la nueva izquierda), y una revisión tras otra del tratado, pese a los "wishful thinking" de Lisboa, ha uncido a los estados a un rigor presupuestario basado en la reducción del coste del trabajo y una organización del mismo que las nuevas tecnologías permiten reducir en cantidad de mano de obra en lugar de reducir tiempos y ritmos, mientras que la liberación del mercado de cualquier limitación permite poner a competir a los asalariados europeos con los de los antiguos países colonizados, mucho peor pagados. Las clases subalternas se ven impulsadas, como en Grecia y en España, a votar por su propio aniquilamiento sindical y político. No sorprende que se extienda el euroescepticismo, sobretodo en los antiguos bastiones obreros ni que en ellos se haya escuchado a las derechas extremas.
Cuando el director gerente de la FIAT, Marchionne, habla de «un antes y un después de Cristo» en las relaciones sociales, subraya una verdad: las izquierdas, no sólo comunistas y socialistas sino socialdemócratas han dejado en la desorientación de 1989 a sus bases y sus principios, perdiendo con ello su poder contractual (salvo en algunos países escandinavos) y lo que queda hoy es blanco de la parte contraria. No nos engañemos: no es el comunismo lo que la patronal de las multinacional ha decidido destruir hoy, operación que ya ha cumplido por sí sola, sino aquella legitimidad de los intereses sociales opuestos que los Treinta Gloriosos habían tenido que reconocer, que había permitido a las luchas obreras existir y conquistar algunas condiciones que algunos, también entre nosotros, consideran derechos inalienables. No hay en las relaciones entre las clases derechos inalienables. Estos se defiendo metro a metro de la posibilidad de un retroceso, instrumento fundamental del cual ha sido en el pasado la utilización exclusivamente patronal de la tecnología y hoy la más vulgar reducción de la economía a una contabilidad del Estado, mutilada de las entradas antaño aseguradas por el vasto panorama ocupacional, y a su régimen comunitario. En este sentido, la sujeción a los dictámenes neoliberales, sobre los cuales se ha formado la Unión Europea, se asemeja a una fatal disposición combinada: le está prohibido a la esfera política intervenir en el sistema económico, y se le permite al sistema económico intervenir en el continente, entrando y saliendo de él sin rendir cuentas a los estados, mientras las destrucciones que estas incursiones comportan para el tejido social de los diversos países constituyen un agravio financiero para el Estado correspondiente mientras se minan las bases y el consenso.
La reconstitución de un poder de contratación sostenido por las leyes y, en consecuencia, de un control político, estatal o comunitario, sobre los movimientos de capital, junto al gravamen de las transacciones fiscales, es una medida que se va revelando cada vez más urgente. Y se sostiene no sólo con la mano de obra industrial, que pide reconstituir sus bases productivas, adecuándolas al mismo tiempo a las compatibilidades ecológicas y ambientales, y por tanto, una política económica explícita y discutida en común, pero también de las clases medias, cuyo poder adquisitivo está disminuyendo. La ampliación del abanico de desigualdades sociales, como nunca había sucedido en la segunda postguerra, ha llevado a una afluencia de riqueza para una décima parte de la población y de gran riqueza para una décima parte de esta décima parte.
Es una tendencia no sostenible, e impone invertir el rumbo. Debido también a que al desvanecimiento de las relaciones de fuerza contractuales se suma el debilitamiento del sistema democrático más general, que se desconecta y contradice, por una parte, con el choque del mercado salvaje, y por otro, con una extendida antipolítica. La lección de Federico Caffè [4] ha sido destruida en los años 70 y 80.
Se trata de una condición para quede abierto el horizonte de una transformación que someta a la propiedad hasta sus raíces, salvaguardando en primer lugar a los sujetos. La tentativa de asignar a otros grupos sociales el papel que se había depositado en la clase obrera no ha tenido éxito. No ha pasado de modo perdurable a la juventud aculturada y marginal, como pensaba Herbert Marcuse, pese a los procesos de proletarización a los que se ve sometida, ni a las poblaciones de países del Tercer Mundo, como se creyó en el primer postcolonialismo, ni a la reactividad de las multitudes, defendida por Negri y Hardt.
En Italia, la anulación de hecho del parlamento en la unanimidad sin condiciones pedida por Mario Monti para aceptar el encargo se ha plegado de hecho a las condiciones establecidas por el BCE, el FMI y la Comisión Europea. ¿Qué partido o coalición se presenta hoy explícitamente contra Monti, garante de esta Europa? Y de Monti y lo que representa es garante el presidente de la República. Que esta solución haya sido promovida por un ex dirigente del PCI convertido en jefe del Estado, Giorgio Napolitano, es la señal más elocuente de lo que le ha sucedido a las izquierdas en 1989. Y también de los muy estrechos límites entre los cuales podría moverse, si la hubiera, una alternativa a este gobierno.
Pero hay que tener presentes estas constricciones, y por tanto hacer avanzar el horizonte en Europa, si se quiere evitar que el primer paso ya dado en la recesión se convierta en una caída catastrófica en ella. Es la situación de todos los países europeos del Sur, de Grecia a Italia a España, a Portugal, y el índice en torno al crecimiento cero previsto en Francia está poniendo también a París en este umbral. En los Estados Unidos, las consecuencias de la crisis de 2008 son violentamente impugnadas por las derechas para corroer los débiles resultados de la presidencia de Obama – tachados incluso de «comunistas»-, en Francia para bloquear de partida las modestas reformas de Hollande, y en todas partes para no perturbar al capital financiero, y con ello, sobre todo entre nosotros, a la banca alemana. La agresión es total.
Pero tienen razón Stiglitz y Krugman al escribir que este camino no tiene salida, los niveles de desempleo y de «crecimiento negativo» no son sostenibles en ningún país sin consecuencias políticas nefastas, repitiendo el escenario de los años Veinte. Los países del Sur no ven la salida del túnel, pero comienza a sufrirlo también Alemania, que vendía la mayor parte de sus productos en el mercado europeo y ve cómo se limita. A muchos les parece necesario un giro. Hace falta demostrar que es razonable y posible.
Me parece indudable que Il Manifesto, en caso de que vaya a seguir con vida, debe trabajar sobre la base de estos análisis e insistir en recuperar el factor humano: empleo y servicios sociales, redistribución de los impuestos a las clases más favorecidas y a las finanzas, en el centro de cualquier programa político que se llame de izquierdas. Argumentando modos y etapas y luchando por liberarse de las constricciones europeas que se les oponen. La inquietud es grande en varios países del continente, y nuestro diario podría darle argumentos y voz. Se trata de un trabajo político y cultural de largo aliento, dirigido sin equívocos a esa parte del país que no intriga sino que piensa y se interroga, dejando de flotar sobre objetivos genéricos y a corto plazo, ninguno de los cuales ha logrado realizarse hasta hoy.
Notas del traductor:
[1] "Qualunquismo" es el término que en Italia designa la actitud populista basada en la desconfianza hacia las instituciones, partidos y clase política. Procede del nombre del semanario L´Uomo qualunque [El hombre cualquiera, de la calle], fundada en Nápoles en 1944 por Guglielmo Giannini, y se constituyó como movimiento político, consiguiendo en las elecciones de 1946 el 5,3% de los votos y 30 diputados en la Asamblea Constituyente.
[2] "Liberismo" es la denominación italiana de lo que suele en otros lugares llamarse "neoliberalismo" o "liberalismo económico" para distinguirlo del "liberalismo" clásico.
[3] El PSIUP, Partido Socialista de Unidad Proletaria, activo entre 1964 y 1972, parte del cual confluyó en el PdUP, Partido de Unidad Proletaria [para el Comunismo], junto a varios de los fundadores de Il Manifesto, incluida la misma Rossana Rossanda.
[4] Federico Caffé (1914-1987), economista, fue uno de los introductores de la teoría keynesiana en Italia, ocupándose tanto de políticas macroeconómicas como de economía del bienestar. En el centro de sus reflexiones económicas estuvo siempre la necesidad de asegurar altos niveles de empleo y protección, sobre todo para las clases más inermes. (De la Wikipedia italiana).
Rossana Rossanda, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es una escritora y analista política italiana, cofundadora del cotidiano comunista italiano Il Manifesto. Ya hace algunos años apareció en el Reino de España la versión castellana de sus muy recomendables memorias políticas: La ragazza del secolo scorso [La muchacha del siglo pasado, Editorial Foca, Madrid, 2008].
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