lunes, 26 de noviembre de 2012

Columna invitada: Crónica del 1° de diciembre de 2006

Por @Jackotorrez

Después de la trifulca que se armó para tomar la tribuna de la Cámara de Diputados, legisladores del PAN y del PRD-PT-Convergencia pactaron una tregua para que cada quien mantuviera los espacios conquistados durante la refriega. Así, durante algunos días estuvieron sentados o de pie, codo a codo, diputadas y diputados de ambos bandos. Así también pernoctaban.

Quienes trabajábamos ahí apoyábamos llevando alimentos y bebidas a las puertas de entrada al salón de plenos, cuando aún estaban libres. Dos días antes de la toma de protesta nos organizamos para cubrir los distintos accesos para el día primero de diciembre. Decidimos dormir esas noches en nuestras oficinas porque sabíamos que si abandonábamos la Cámara, ya no podríamos reingresar. Se acabó la comida y vaciamos las máquinas expendedoras de chucherías; algunos compañeros conseguían salir del cerco que ya estaba alrededor de San Lázaro para traer tacos y tortas.

El 30 de diciembre por la noche nos fuimos a dormir y se quedó despierta una guardia de compañeros, lista para despertarnos por si sucedía algo raro en la noche.

A las 8 de la mañana nos fueron a despertar oficina por oficina. A esa misma hora, los diputados del PRD-PT-Convergencia dieron la voz de ataque para intentar una vez más tomar la tribuna. Fue inútil. Se registraron más intercambios de golpes entre las curules y nada más. El Estado Mayor ya estaba el interior del salón de plenos.

Antes de tomar mi puesto, salí del edificio donde estaban nuestras oficinas para tomar aire. Ahí me di cuenta que diputadas y diputados del PAN bajaban de un autobús cargando ropas limpias en ganchos y bolsas, como en las tintorerías. Se habían ido a bañar al hotel donde estaban alojados los diputados foráneos, según me enteré.

Bajé al sótano del salón de plenos con compañeras y compañeros que debíamos resguardar un acceso. En el área del PRD había cubetas con vinagre y trapos “–para limpiarse los ojos del gas lacrimógeno-“, nos dijeron.

Junto con mi grupo nos sentamos frente a la puerta de cristal del basamento, esperando que pasara el tiempo. Desde ahí alcanzábamos a ver una TV que estaba en las oficinas del PT y estábamos al tanto de lo que pasaba afuera gracias a la transmisión especial de TV Azteca. “La gente está bien encabronada allá afuera, no dejarán que ingrese ningún vehículo, ya tomaron las calles”, eso decíamos ingenuamente.

Para nuestra sorpresa, vimos en la tele que unas camionetas negras habían ingresado a la avenida Congreso de la Unión; esa fue nuestra voz de alerta. ¿Dónde estaban las masas enardecidas que iban a impedir la imposición? Nos pusimos de pie y entrelazamos nuestros brazos, hombres y mujeres. Los trabajadores del PT hicieron una fila para bloquear el pasillo que estaba a un lado de nosotros. Lo chusco fue cuando apareció Francisco Labastida Ochoa preguntando dónde era la entrada. Salió corriendo cuando las compañeras le comenzaron a decir “¡vendido!”, ”¡lambiscón!”, ”¡La Vestida!”.

Detrás de las fila de los petistas se colocó otro grupo, en cuclillas, con extinguidores para atacar a quien intentara desalojarnos.

Pocos minutos antes de que se suponía iniciara la ceremonia, escuchamos a lo lejos pasos fuertes, en paso corto, como en las primarias. A medida que se acercaban lo pasos, también oíamos golpes secos, estruendosos. Llegó corriendo un compañero y nos dijo: “¡Listos, ahí viene la PFP!”.

Efectivamente, era un pelotón como de 20 granaderos vestidos a la robo cop. Venían marchando perfectamente formados y golpeando sus escudos con macanas enormes. Nos apretamos unos a otros y mandamos a las mujeres hacia atrás. Pero se enojaron y volvieron a sus posiciones. Yo tensé la quijada esperando el primer golpe. “Golpeen en las rodillas, ahí no traen protección”, decía alguien del PT con voz bajita.

Cuando estaban como a tres metros de nosotros, algunas compañeras se tiraron al suelo y luego otros más. Cuando se aproximaron los granaderos a casi un metro de nosotros, recibieron la voz de ¡ALTO, YA! En seguida formaron una fila compacta que nos rodeo a todos. Fue un momento muy tenso. A mí, debo reconocerlo, me temblaban las piernas. Yo creía que la siguiente orden sería la de golpearnos a discreción. Con algunas y algunos sentados en el suelo, un compañero se puso de pie y comenzó a echarles un discurso a los granaderos. “Compañeros, esta lucha es también por ustedes, son pueblo, igual que nosotros, la violencia genera más violencia, la Constitución permite la libre manifestación, etc. etc.”

En esas estábamos cuando vimos en el monitor del PT que arribaban Fox y Calderón al salón de plenos. “¿Quéee?, qué pasó, quienes fueron los pendejos que los dejaron pasar?” Se suponía que estaban bloqueadas todas las puertas de acceso. Habíamos distribuido bien a todas y todos los compañeros. Nuestros sentimientos fueron mezcla de rabia, impotencia y tristeza. Cuando llegó el momento de “…protesto guardar y hacer guardar, etc.”, no pude evitar que rodaran las lágrimas. Me mordí el labio inferior y volteé a ver a mis compañeros. La mayoría estábamos llorando.

Nos soltamos y nos sentamos en el piso. Los granaderos parecía que ni respiraban. Cuando acabó la ceremonia, el pelotón recibió la orden de retirada. Contra ellos, erróneamente, descargamos nuestra ira; les gritamos toda clase de insultos mientras marchaban hacia la salida.

La única puerta que no estaba bloqueada, la que da acceso a la sala de prensa y a la Mesa Directiva de la Cámara, fue la que aprovechó Calderón. Al entrar por ahí, arribó al salón de plenos literalmente por la puerta de atrás.

Subimos a nuestras oficinas en silencio. Agachados. Derrotados.

Apagamos todo y comenzamos a retirarnos. ¿Dónde estaba la gente que se suponía que impediría la imposición?, ¿dónde están ahora?

Epílogo: Al salir del edificio donde estaban nuestras oficinas, con los ojos irritados y cubriéndonos del sol, nos topamos con el periodista Ricardo Rocha. Nos preguntó: “Perdón, ¿dónde está el estacionamiento?”, “a la derecha”, le dijimos. Sonrió y se nos quedó mirando. “No muchachos, nunca a la derecha”, nos dijo. Nos arrancó la única sonrisa del día.

JTO

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