miércoles, 21 de noviembre de 2012

¿Cambió al país la Revolución mexicana? por @salme_villista

Pedro Salmerón Sanginés
@salme_villista

Indudablemente: en las tres décadas que siguen al fin de la lucha armada, México dejó de ser un país casi despoblado, con 72% de analfabetismo y 85% de población rural; un país exportador de materias primas baratas y e importador de bienes de producción y consuma caros; una semicolonia de las grandes potencias en que imperaban el privilegio, la desigualdad y
en el que había condiciones de trabajo cercanas a la verdadera esclavitud humana, para duplicar su población, abatir el analfabetismo, reducir de manera visible los abismos sociales y lanzar a México por la vía de la modernización capitalista. Sólo quienes no estudian los hechos concretos de la historia nacional, los números y las estadísticas, pueden seguir afirmando que se revolucionó todo para no cambiar nada, o peor aún, que México perdió 75 años.


El primer resultado, el primer impulsor de otros cambios fue el reparto agrario: entre 1915 y 1934 los gobiernos de los vencedores de la Revolución entregaron a los campesinos entre siete y medio y diez millones de hectáreas, casi siempre en respuesta a presiones de los campesinos organizados, en una reforma agraria tibia y parcial, que entregó a los campesinos parcelas demasiado pequeñas (en promedio nueve hectáreas por cabeza) y avanzó muy poco en la creación de infraestructura de apoyo a los ejidos. Pero entre 1935 y 1939 se repartieron más de 18,000 millones de hectáreas a poco más de un millón de jefes de familia. El reparto agrario sacó de la pobreza y el trabajo servil a casi todas las familias del campo y de inmediato se vieron sus frutos en el aumento palpable, espectacular incluso, de la producción agrícola.


Aunque gobiernos posteriores detuvieron el reparto de tierras y abandonaron al ejido a su suerte, el reparto cardenista alteró profundamente las relaciones sociales en el campo y tuvo un impacto directo en el crecimiento exponencial de la producción agrícola y del consumo popular, reduciéndose de manera drástica y significativa los índices de miseria y desnutrición en el campo mexicano. El crecimiento de la producción agrícola y de la población permitió a su vez la transferencia creciente de recursos y mano de obra del campo a la ciudad, lo que a su vez permitió la acelerada industrialización y modernización de México e índices de crecimiento sostenido de la economía que llegaron a rebasar el 6% anual. Treinta años después del reparto agrario cardenista, México era un país moderno, industrial y urbano; desigual y atado al furgón norteamericano; con un sistema política de eficacia y disciplina porfirianos; y no más el país rural, despoblado, desnutrido y analfabeto de la revolución. Nuevos problemas y nuevos desafíos llamaban a la puerta de ese país, de sus balcones luminosos y sus sótanos oscuros.


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