La solución de Islandia para salir de la crisis: ni un céntimo para los bancos
El país que no dio dinero público a la banca y llevó a políticos y banqueros a los tribunales ya está saliendo de la crisis
Día 07/06/2012 - 05.14h
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Islandia, 2007: país pequeño, poco poblado y con alto grado de bienestar social. Cuatro pequeños bancos operaban en el interior del país. Poco
a poco se fue permitiendo privatizar ciertos recursos, se facilitó la
especulación bancaria. Se abusó de la vivienda como recurso de
inversión, llegó el boom inmobiliario y con él, la concesión de créditos sin límite. En España ya hemos visto la película, pero en esta ocasión el final cambia.
Como ocurrió con nuestro país, un par de años después Islandia se colapsó. En 2008, fueron nacionalizados los tres mayores bancos y su deuda pública empezó a multiplicarse. Un año después, el Parlamento acordaba devolver la deuda a Gran Bretaña y Holanda, sus principales acreedores bancarios. Cada familia islandesa debía pagar 3.500 durante 15 años al 5,5 % de interés. Aumentaron
las protestas sociales y se convocó un referéndum en el que se decidió
rebajar el interés al 3% y aumentar el periodo de pago a 37 años.
Finalmente, Islandia tuvo que pedir un rescate internacional del FMI que
le obligó a acometer importantes ajustes económicos. Pero, ahí empieza
la diferencia: el Gobierno islandés no desembolsó ni una sola corona de
los contribuyentes en los bancos. Los dejó quebrar.
En octubre de 2008, Islandia dejó morir a tres grandes bancos —el
Kaupthing, el Landsbanki Íslands y el Glitnir—. Renegoció la deuda con
los acreedores (en su mayor parte de Alemania, Reino Unido y Holanda) y
permitió que tomaran el control de las nuevas entidades. No obstante, se
calcula que los tenedores de la deuda (casi todos extranjeros) sufrieron una quita del 70%.
Islandia no es España
Pese a las semejanzas en el discurrir de los acontecimientos, Islandia
parte de un punto muy distinto. En el país escandinavo, para empezar,no circulan euros y eso les permite devaluar su moneda temporalmente,para
ser más competitivos. En segundo lugar, los acreedores de la inmensa
deuda de sus bancos, no eran los islandeses, sino alemanes, británicos y
holandeses. Eso puede explicar que dejar morir a la banca, sea una
opción para ellos, pero no para España.
Sin embargo, hay otro tipo de medidas que Islandia tomó. Los tribunales
escandinavos, por ejemplo, juzgaron si el ex primer ministro Geir Haarde era «parte responsable en la crisis financiera». Se
trata, por el momento, del único proceso judicial abierto en el mundo
contra un político por su presunta implicación en una crisis económica.
El ex primer ministro negó todos los cargos. «Ninguno de nosotros estimaba que había algo mal en el sistema bancario», se
defendió, al tiempo que añadía que no había ningún signo «claro» de que
fuera a producirse ese «crack». Finalmente Haarde fue exculpado de tres
de los cuatro cargos que se le imputaban aunque se le condenó por
violar la ley de responsabilidad de los ministros.
También sentará en el banquillo de los acusados la cúpula directiva del banco islandés Kaupthing Bank.
El presidente y el consejero delegado de la entidad, fueron acusados
junto a otros de fraude y manipulación por la Fiscalía Especial de
Islandia, en el marco de sus investigaciones sobre el colapso de la
banca islandesa en 2008.
Brotes verdes
A Islandia aún le quedan asuntos por resolver, pero está en el camino de conseguirlo. Su deuda pública sigue suponiendo el 100% del PIB y tiene una importante deuda privada, la inflación
no está del todo estable y, aunque pagó anticipadamente de 339, 2
millones al FMI, aún le queda parte del préstamo por devolver.
El mismo órgano acaba de publicar su última revisión sobre el estado de Islandia y las previsiones dicen que este año su economía crecerá un 2,4%, con un consumo privado tirando al 3% y compensando la caída de la inversión pública fruto de las medidas de austeridad.
En la estepa islandesa ya se ven brotes verdes. Los
islandeses han tirado el libro de estilo de las crisis económicas por
la ventana y, por lo que parece, les está saliendo bien.
ABC.ES
¿Están locos los islandeses?
Por L.Silva mié 19:02
Sí, ellos también la cagaron, y bien. Y en parte, por dejarse llevar por
las mismas tonterías. En la foto de Reikiavik que abre la entrada,
tomada aprovechando el sol esplendoroso que bañaba la capital islandesa
el pasado martes, se puede ver un rastro del desatino. Está a la derecha
de la imagen y lo representan unos edificios, notoriamente más altos
que los demás. También allí se especuló con el suelo para hacer algo que
no sólo no encajaba, sino que además tenía un sentido más que
discutible: las vistas al mar están muy bien, pero cuando ese mar es el
Mar de Noruega, con gélidos vientos que soplan durante la mayor parte
del año, implican el peaje de vivir en la zona más inhóspita de la
ciudad. No obstante se hicieron y ahí quedan, como recordatorio de los
tiempos del disparate. No son el único.
Todo
se reveló, del modo brusco en que se revelan los géiseres, en octubre
de 2008. Los bancos islandeses, que en vez de dedicarse a administrar
con prudencia sus depósitos se habían embarcado en las más delirantes
aventuras financieras, se vinieron abajo todos a la vez y sin previo
aviso. El país estaba arruinado, la deuda colosal de los bancos
multiplicaba por mucho la riqueza nacional.
Los islandeses, simplemente, no podían devolverla ni en varias vidas
que destinaran a ello. Y lo que decidieron es conocido: negarse a pagar.
Se echaron a la calle, tumbaron a su gobierno, procesaron al presidente
y a los banqueros.
Desde sus orígenes, en Islandia, una isla de sólo 320.000 habitantes,
funciona con regularidad la democracia directa. Puede pensarse, con
fundamento, que algo tiene que ver esa tradición.
En el paraje de la foto siguiente se reunían los islandeses a decidir entre todos los asuntos públicos:
Incluso juzgaban, asambleariamente, los casos que los tribunales no
habían podido resolver. La ley la recitaba un bardo. En la iglesia que
se ve en la foto, donde reposan los grandes prohombres nacionales,
tienen lugar preferente los poetas. Un país así es un país especial.
(Desde luego, distinto del nuestro, donde los restos del más grande
poeta del siglo XX descansan en el lugar privilegiado que todos sabemos:
una cuneta ignota. Así nos va.)
La
reacción contra la rebelión islandesa no se hizo esperar. El FMI y los
gestores de las finanzas mundiales declararon a los islandeses
proscritos. El Reino Unido llegó a aplicarle a Islandia leyes
antiterroristas.
Como bien podría simbolizar la imagen de la gran falla que pasa cerca de
la iglesia, a cuyo cobijo se reunían los antiguos islandeses, y que
separa la placa tectónica de Europa de la de Norteamérica (en términos
geológicos, a cada lado de la foto es literalmente un continente
distinto), los habitantes de la isla se habían quedado desgajados del
mundo.
¿Y esto qué significa? ¿Qué catástrofes les han sobrevenido? Pues de
momento, ninguna. La moneda islandesa, la corona, perdió buena parte de
su valor, muchas familias, sobre todo las endeudadas, pasaron fuertes
apuros... Vamos, nada que pueda extrañar por aquí, con la diferencia de
que, como nuestra moneda no es nuestra, sino de los alemanes, no podemos
devaluarla y nos toca devaluarnos a nosotros mismos.
La otra gran diferencia es que sólo cuatro años después el paro ha
bajado al 4 por ciento. Hay, eso sí, un pleito por ahí, planteado por
los estados que se consideraron perjudicados por la espantada islandesa,
y que un día de éstos habrá de resolver un tribunal internacional.
Tribunal que tendrá que considerar, entre otras cosas, hasta qué punto
fueron defraudados los que ingeniaron productos que, poniendo de
intermediarios a los bancos de ese pequeño país, les hacían responder, y
con ellos a Islandia, de deudas astronómicas y desproporcionadas a su
PIB y su población.
Por cierto, tan pequeño es el país que al pasar por la calle principal
(la Skólavörðustígur, en la foto anterior, tras la estatua de Leifr
Eiricsson, el descubridor de América para los islandeses) uno se
tropieza como si nada con Björk, la cantante nacional y seguramente la
más notoria celebrity nacida en la isla. Doy fe, aunque no hice foto por no importunarla.
Pero volvamos a lo del empleo. Que se haya recuperado significa, entre
otras cosas, que en la cafetería próxima a las famosas cataratas
Gullfoss le atienden a uno, en español, un par de jóvenes que han
emigrado en pos de un trabajo que los jóvenes islandeses no quieren
porque está a dos horas en coche de Reikiavik, pero que nuestros
compatriotas aceptan de buena gana a miles de kilómetros al norte de sus
casas. Ventajas de la crisis, para el viajero español: en cualquier
lugar del mundo puedes pedir un cortado, tal cual, y en vez de ponerte
caras raras te entienden y te lo sirven. Si es que nos quejamos de
vicio.
Como se puede apreciar en la foto anterior, de veras impone ver la
catarata viniendo hacia uno, antes de precipitarse al cañón, pero verla
caer no le anda a la zaga:
El agua tiene ese color porque viene de un glaciar, el Langjökull (o
“glaciar largo”, el segundo mayor de la isla) cuya mole luce así en
medio del paisaje, casi de otro planeta, de la planicie islandesa:
Frente a su tierra extrema, aislada y remota, los islandeses supieron
adaptarse y construirse un país donde vivir, un país que se asienta
sobre sus historias, desde las sagas antiguas hasta el exitoso bestsellerArnaldur Indriðason, que ha triunfado en el mundo escribiendo en islandés (y que acaba de publicar en España nueva novela, Invierno ártico). Entre
ambos, todos esos poetas a los que tanto honran y recuerdan sus
compatriotas (ellos son la fortaleza desde la que resiste su pequeña y
extraña lengua). Tienen su premio Nobel y todo, Halldór Laxness, que
vivía en esta casita blanca:
Y en esta mesita ínfima escribía:
Supervivientes y poetas, cuando se vieron en el agujero, uno tan
profundo como el del volcán que se ve más abajo (y que se entenderá que
no me resistiera a fotografiar), los islandeses supieron pintarlo de
verde.
Son obvias las diferencias, entre un país de trescientos mil habitantes y
uno de cuarenta millones, pero uno vuelve de allí pensando: ojalá se
nos pegara algo.
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