@salme_villista
La amenaza extranjera:
La segunda mitad de 1859 fue casi mortal para la República. Las leyes de Reforma exacerbaron las pasiones y recrudecieron la guerra civil. Los conservadores se empeñaron en acentuar el carácter religioso de su lucha denunciando las propias leyes y algunos hechos concretos de los liberales, que para los conservadores eran sacrílegos, como el que los gobernadores de Zacatecas y Michoacán, Jesús González Ortega y Epitacio Huerta, tomaran la plata de los templos para armar a sus ejércitos.
Desde el inicio de la guerra civil, en enero de 1858, los conservadores ganaban batallas, pero no había indicios de solución militar del problema por ninguno de los dos bandos, que se desangraban mutuamente. Sin embargo, los efectos de las Leyes de Reforma (julio de 1859) golpearon a los conservadores, que empezaron a quedarse sin fuentes de ingresos, por lo que pusieron nuevos elementos en la balanza.
El ministro del gobierno conservador ante el emperador de los franceses, general Juan N. Almonte, firmó con el embajador español, Alejandro Mon, un tratado que, entre otras cosas, implicaba una amenaza inmediata para el gobierno liberal, el cual lo denunció en seguida. Mediante el Tratado Mon-Almonte, España se metía en la cuestión mexicana. Para complementar, los diplomáticos conservadores trataban de granjearse el reconocimiento y la amistad del emperador de los franceses, quien también tenía intereses particulares en México.
Al mismo tiempo apareció una amenaza aún más grave, porque quien la pronunciaba era más fuerte que la corona española y porque su amenaza era más inmediata que la del emperador de los franceses: en diciembre de 1859 el presidente de los Estados Unidos, James Buchanan, se dirigió al Congreso de su país, diciendo que las reclamaciones de ciudadanos estadunidenses contra México eran justas y estaban creciendo a causa de la anarquía que reinaba en nuestro país; decía también que la política de Estados Unidos rechazaba cualquier intervención europea en América. Por tanto, para evitar la intervención europea y para cobrar los agravios infligidos a ciudadanos estadunidenses, Buchanan pedía al Congreso “que dicte una ley autorizando al Presidente, bajo las condiciones que parezcan más convenientes, para que emplee una fuerza militar suficiente para invadir México con el propósito de obtener indemnización por lo pasado y seguridad para lo futuro”.
Buchanan pertenecía al partido esclavista y hacía poco se había roto el equilibrio entre esclavistas y antiesclavistas en el senado estadunidense en favor de estos últimos, por lo que reaparecía la amenaza de los sureños de acrecentar su territorio a costa de México, dirigiendo su ambición, principalmente, a Sonora y Sinaloa. Y más allá de favorecer a un partido, Buchanan trataba de fortalecer la presencia de Estados Unidos en América Latina, por lo que tenía el respaldo de numerosos políticos y no únicamente de los esclavistas. Esa agresiva posición mostraba que las potencias podían hablar de México como un objeto o un botín, que aún no era el nuestro un Estado nacional de soberanía respetada e indiscutible.
Todas esas noticias llegaban a Veracruz al mismo tiempo que los informes sobre la terrible derrota de los liberales en la batalla de Estancia de Vacas, lo que dejó a Miramón con las manos libres para atacar Veracruz, por tierra y mar, pues el todavía invicto caudillo conservador gestionaba en La Habana, gracias a su nueva amistad con la corona española, la adquisición de unos barcos para bloquear desde el mar el puerto jarocho.
De esa manera, la amenaza inminente del enemigo interior, apoyado por España, se conjuntaba con la amenaza del enemigo extranjero. Juárez y sus colaboradores sintieron, como 13 años atrás, al ejército estadunidense a las puertas de México. En ese momento regresó de una comisión diplomática en los Estados Unidos Miguel Lerdo de Tejada, quien, unido a José María Mata, estudioso de la historia y la política de aquel país, sugirió, como única salvación posible, acercarse al gobierno de Buchanan.
El acuerdo con ese gobierno era, pues, obligatorio para el gobierno de Juárez. No buscarlo implicaba el suicidio no sólo del partido liberal, sino el de la patria. Firmar un acuerdo era quitarle a Buchanan los pretextos que esgrimía, según los cuales la anarquía en México causaba daños a intereses y vidas estadunidenses: se tenía que buscar un acuerdo y prometer que cesaría la anarquía, haciendo cesiones y concesiones que salvaran quizá no el honor, pero sí la nación.
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