El regreso a la Bastilla más allá de los medios y la TV, ese acto inagura en Francia y en muchos países de América Latina la acción electoral como uno de los lugares donde hacer lo imposible es un horizonte para llevarlo a cabo. Mientras en Venezuela el presidente Hugo Chávez reune a milesy miles de sus seguidores, el lic. Calderón no suele reunir más que a su custodia, familiares y amigos. Su candidata marcha a la par de tropiezo en tropiezo, el señor del peinado a dado lugar a una nueva categoria llamada esquizopeña.
Amlo dio un buen ensayo con haber aceptado salir en la tapa de Playboy, quizás, le erro mucho cuando comparó aquello que no guarda comparación. Hoy un candidato semejante a Amlo en Francia desata de nueva cuenta la esperanza de realizar lo imposible, aquí , allá y acuya.Presento aquí un texto de Eduardo Febbro al respecto
El hombre del Frente de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon, consiguió reunir más gente en un mismo día y lugar que los meetings juntos de su rival socialista, François Hollande, y el presidente conservador, Nicolas Sarkozy. La consigna, simple: “Tomen el poder”. Por Eduardo Febbro (Página/12)
Alguien dijo que habían salido de la historia, que ya no existían
más, que una misteriosa epidemia de olvido o de hiper consumo los había
extinguido para siempre. Pero no. Estaban ahí. Estaban o, mejor dicho,
estaba: el pueblo de izquierda dijo presente, salió de pronto de esa
extinción virtual a la que los medios de comunicación de la oligarquía
lo había condenado y llenó, bajo la lluvia y el frío, la emblemática
Plaza de la Bastilla. 120 mil personas colmaron la Plaza respondiendo a
la convocatoria del candidato de la izquierda radical, Jean-Luc
Mélenchon, en lo que fue el último gran meeting político antes de que
esta semana se inicie la campaña oficial y, con ella, la igualdad de
palabra entre los candidatos en los medios de comunicación. La Bastilla
como un hormiguero bajo la consigna “Tomen el poder” y el día del
aniversario de la Comuna de París es toda una hazaña que le pone un poco
de color a una campaña presidencial edulcorada por la guerra entre las
consultoras que, día tras día, realizan los sondeos de opinión.
Jean-Luc Mélenchon, el hombre del Frente de Izquierda que roza hoy 12 por ciento de las intenciones de voto, consiguió un relato histórico: reunir el mismo día, en un mismo lugar y bajo las banderas de la izquierda radical, más gente que los meetings juntos del candidato socialista, François Hollande, y el presidente-candidato conservador Nicolas Sarkozy. Ambos se persiguen en los sondeos con una obsesividad que ha agotado a la sociedad. Según la encuestadora, Nicolas Sarkozy alcanzó a Hollande en las intenciones de voto para la primera vuelta del próximo 22 de abril. Unas dicen que lo superó, otras que lo igualó y una más que lo superó. Todas, en cambio, predicen una victoria aplastante del candidato socialista en la segunda vuelta.
Ese detalle técnico fue el tema invasor de la semana que acaba de terminar. El punto y medio más que ganó o no ganó Sarkozy se volvió el terremoto político total. Nada, en suma. El presidente candidato prosigue con su estrategia donde la velocidad, el frenesí y el montaje del espectáculo valen más que los contenidos, que no existen por ahora. Nicolas Sarkozy no ha revelado su programa. A lo sumo, en cada meeting o cada paso por la televisión rodeado de un círculo de miedosos, indulgentes y patéticos periodistas que tiemblan como pájaros mojados ante su presencia, el jefe del Estado destila propuestas, lanza dardos contra su adversario socialista y argumenta sobre bases movedizas que ninguno de los entrevistadores se anima a contradecir. Le tienen un miedo casi ritual. Su rival socialista tampoco ha cambiado de perfil. Mantiene la estrategia de la tortuga, lento, didáctico, sin pasión, enfrentando casi siempre la saña, la mala fe y la adversidad de los mismos periodistas que se callaron ante Sarkozy y que, de golpe, recuperaron la lengua para preguntar y debatir. Los analistas aseguran que el perfil apaciguado de Hollande y su propuesta de “cambio tranquilo” agotaron sus posibilidades. Nada es seguro. En dos semanas de una ofensiva en todos los planos y con el concurso manso de los medios, Sarkozy recuperó, a lo sumo, entre un punto y medio y dos puntos. Los sondeos y las cuestiones de estilo, de maquillaje, son los protagonistas de una elección que se despliega con el espectro de una abstención record. Según predice la invasora ‘sondología’, 29 por ciento de los franceses están dispuestos a no votar.
Las tertulias televisivas se siguen las unas a las otras con la misma domesticidad: un Sarkozy punzante y fulgurante, siempre más allá de la verdad, y un Hollande apaciguado y, a veces, abrumadoramente didáctico. El interés se desplazó a los que vienen atrás. La extrema derecha del Frente Nacional, arraigada a sus más de 17 por ciento de votantes, el centro adormecedor de François Bayrou, que descendió al 13 por ciento de las intenciones de voto, y el arribo al primer plano de Jean-Luc Mélenchon. Mélenchon y la Plaza de la Bastilla despertaron al electorado: sí, sí, sí, hay vida más allá de los chispazos vacíos de Sarkozy y del sosiego repetitivo de Hollande. Es decir, hay gente que vota, que se interesa, que quiere un cambio y para la cual la relección de Nicolas Sarkozy sería como un castigo.
Hay muchas paradojas. El único que, hasta ahora, presentó un programa detallado es François Hollande. Al mismo tiempo, Sarkozy sube pocos puntos pero su impopularidad es aplastante. Estaría ganando electores pero conserva altísimos caudales de antipatía. “Vamos a ganar”, dice cada día Sarkozy junto a un aluvión de insultos y agresiones a su rival mezclados con ataques a Europa y argumentos sacados de la más genuina extrema derecha. Tanta gente apiñada en la Plaza de la Bastilla era un sólido mensaje. La vida existe. Los trabajadores existen. La sociedad no es un sondeo ni una pantalla de televisión. Algunos personajes de la izquierda histórica lloraban de emoción. Hacía ya incontables años que no habían visto la plaza tan llena, con tantos jóvenes y banderas y esperanzas y la internacional entonada por quienes sólo habían visto toda la historia en documentales o series de televisión. El Frente de Izquierda está corriendo al Partido Socialista por la izquierda y atrayendo a un electorado joven, que se aburre con Hollande y se hastía con la inverosimilidad de Sarkozy. En una campaña de tecnócratas y sondólogos, Jean-Luc Mélenchon introduce un puñado de humanidad. “Tomen las plazas y las calles de la República”, decía ayer Mélenchon. Es muy osado en una época de consenso y bostezo. “Aquí estamos de vuelta, el pueblo de las revoluciones y de las rebeliones en Francia. Somos la bandera roja.” Mélenchon llama a una “insurrección cívica que se dará cita en las urnas para comenzar la revolución ciudadana a fin de mejorar la vida del pueblo que soporta todo”. Aunque no gane, al menos sacó la política del cenáculo televisivo y la llevó a la calle.
Jean-Luc Mélenchon, el hombre del Frente de Izquierda que roza hoy 12 por ciento de las intenciones de voto, consiguió un relato histórico: reunir el mismo día, en un mismo lugar y bajo las banderas de la izquierda radical, más gente que los meetings juntos del candidato socialista, François Hollande, y el presidente-candidato conservador Nicolas Sarkozy. Ambos se persiguen en los sondeos con una obsesividad que ha agotado a la sociedad. Según la encuestadora, Nicolas Sarkozy alcanzó a Hollande en las intenciones de voto para la primera vuelta del próximo 22 de abril. Unas dicen que lo superó, otras que lo igualó y una más que lo superó. Todas, en cambio, predicen una victoria aplastante del candidato socialista en la segunda vuelta.
Ese detalle técnico fue el tema invasor de la semana que acaba de terminar. El punto y medio más que ganó o no ganó Sarkozy se volvió el terremoto político total. Nada, en suma. El presidente candidato prosigue con su estrategia donde la velocidad, el frenesí y el montaje del espectáculo valen más que los contenidos, que no existen por ahora. Nicolas Sarkozy no ha revelado su programa. A lo sumo, en cada meeting o cada paso por la televisión rodeado de un círculo de miedosos, indulgentes y patéticos periodistas que tiemblan como pájaros mojados ante su presencia, el jefe del Estado destila propuestas, lanza dardos contra su adversario socialista y argumenta sobre bases movedizas que ninguno de los entrevistadores se anima a contradecir. Le tienen un miedo casi ritual. Su rival socialista tampoco ha cambiado de perfil. Mantiene la estrategia de la tortuga, lento, didáctico, sin pasión, enfrentando casi siempre la saña, la mala fe y la adversidad de los mismos periodistas que se callaron ante Sarkozy y que, de golpe, recuperaron la lengua para preguntar y debatir. Los analistas aseguran que el perfil apaciguado de Hollande y su propuesta de “cambio tranquilo” agotaron sus posibilidades. Nada es seguro. En dos semanas de una ofensiva en todos los planos y con el concurso manso de los medios, Sarkozy recuperó, a lo sumo, entre un punto y medio y dos puntos. Los sondeos y las cuestiones de estilo, de maquillaje, son los protagonistas de una elección que se despliega con el espectro de una abstención record. Según predice la invasora ‘sondología’, 29 por ciento de los franceses están dispuestos a no votar.
Las tertulias televisivas se siguen las unas a las otras con la misma domesticidad: un Sarkozy punzante y fulgurante, siempre más allá de la verdad, y un Hollande apaciguado y, a veces, abrumadoramente didáctico. El interés se desplazó a los que vienen atrás. La extrema derecha del Frente Nacional, arraigada a sus más de 17 por ciento de votantes, el centro adormecedor de François Bayrou, que descendió al 13 por ciento de las intenciones de voto, y el arribo al primer plano de Jean-Luc Mélenchon. Mélenchon y la Plaza de la Bastilla despertaron al electorado: sí, sí, sí, hay vida más allá de los chispazos vacíos de Sarkozy y del sosiego repetitivo de Hollande. Es decir, hay gente que vota, que se interesa, que quiere un cambio y para la cual la relección de Nicolas Sarkozy sería como un castigo.
Hay muchas paradojas. El único que, hasta ahora, presentó un programa detallado es François Hollande. Al mismo tiempo, Sarkozy sube pocos puntos pero su impopularidad es aplastante. Estaría ganando electores pero conserva altísimos caudales de antipatía. “Vamos a ganar”, dice cada día Sarkozy junto a un aluvión de insultos y agresiones a su rival mezclados con ataques a Europa y argumentos sacados de la más genuina extrema derecha. Tanta gente apiñada en la Plaza de la Bastilla era un sólido mensaje. La vida existe. Los trabajadores existen. La sociedad no es un sondeo ni una pantalla de televisión. Algunos personajes de la izquierda histórica lloraban de emoción. Hacía ya incontables años que no habían visto la plaza tan llena, con tantos jóvenes y banderas y esperanzas y la internacional entonada por quienes sólo habían visto toda la historia en documentales o series de televisión. El Frente de Izquierda está corriendo al Partido Socialista por la izquierda y atrayendo a un electorado joven, que se aburre con Hollande y se hastía con la inverosimilidad de Sarkozy. En una campaña de tecnócratas y sondólogos, Jean-Luc Mélenchon introduce un puñado de humanidad. “Tomen las plazas y las calles de la República”, decía ayer Mélenchon. Es muy osado en una época de consenso y bostezo. “Aquí estamos de vuelta, el pueblo de las revoluciones y de las rebeliones en Francia. Somos la bandera roja.” Mélenchon llama a una “insurrección cívica que se dará cita en las urnas para comenzar la revolución ciudadana a fin de mejorar la vida del pueblo que soporta todo”. Aunque no gane, al menos sacó la política del cenáculo televisivo y la llevó a la calle.
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