lunes, 19 de marzo de 2012

Falsificadores de la historia de México (Parte 3) Pedro Salmerón

LA INDEPENDENCIA DE TEXAS ¡Y LA DE CALIFORNIA!

La misión principal del “desmitificador” Juan Miguel Zunzúnegui consiste en manipular la historia para mostrar que los mexicanos somos los principales enemigos de los pocos que han intentado sacarnos de la condición de conquistados que nos autoimponemos. Que todos nuestros males los hemos provocado nosotros mismos desaprovechando las fabulosas potencialidades que teníamos y tenemos (Patria sin rumbo, Mitos de los primeros años independientes, pp. 24-25; México: la historia de un país construido sobre mitos, p. 155). Hay que desmitificar a México, repite en todos sus libros, para que pueda verse en su realidad, que no es otra –en versión Zunzúnegui- que una vulgarización bastante rupestre de la ontología del mexicano de Emilio Uranga, Samuel Ramos y Octavio Paz.

Desde 1924 Daniel Cosío Villegas demostró que México no es ni ha sido ningún cuerno de la abundancia (http://www.revistas.unam.mx/index.php/ehm/article/view/3087) y hace décadas que los mejores filósofos mexicanos han mostrado que la “filosofía de lo mexicano” del grupo hiperión y sus seguidores, está montada sobre premisas falsas. No obstante lo cual, para Zunzúnegui México sigue siendo un país sin identidad ni integración, lleno de rencor social y basado en modelos arcaicos (México..., pp 154-155), al que urge desmitificar para poder modernizarlo... es decir, al que hay que enseñarle su “verdadera historia” para trascenderla y poder instrumentar las reformas liberales de segunda o tercera o cuarta generación (vgr., la supresión definitiva del sector social en el campo, pues el reparto cardenista terminó de destruir a México, “pues la miseria del campo mexicano se la debemos a esa masacre llamada revolución”; vgr., abrir el sector petrolero a la iniciativa privada para que ahora sí sea fuente de riqueza, pues la expropiación petrolera fue solamente un golpe publicitario cuyos verdaderos beneficiarios fueros los estadounidenses. La historia de una matanza por el poder. El gran mito de la revolución, pp.141 y 146).

Discutir lo anterior implicaría abrir un debate sobre el significado de la historia de México, debate que asusta a los “desmitificadores”. Por lo tanto nos proponemos “desmitificar a los desmitificadores” mostrándolos como lo que son: falsificadores. De ese modo, para mostrar que todos los males de los mexicanos vienen de nosotros mismos, Zunzúnegui construye una fabulosa versión del despojo de Texas y California que resultaría divertidísima si no tuviera la intención arriba señalada.

Su premisa inicial es que Texas y California nunca pertenecieron en realidad a la Nueva España ni a México y que en ambos casos sus habitantes se declararon independientes de la República Mexicana y optaron por unirse a los Estados Unidos. Podríamos enviarlo a leer a Peter Gerhard, La frontera norte de la Nueva España, o los espléndidos libros de María del Carmen Velázquez, pero dejemos pasar ésta... o casi: ¿cuándo, cómo, dónde, a qué horas se independizaron los californianos? Las ansias de probar sus argumentos lo llevan a inventar mentiras tan gordas como esta.

La segunda premisa es aún más fantástica: en la guerra de México contra los Estados Unidos, “David venció a Goliat” (Patria sin..., p. 116): “México nació cuando Estados Unidos tenía sólo 40 años de existencia, y un territorio diez veces menor. México tenía más ventajas” (Idem, p. 49). “Ese fue el pretexto para que el entonces pequeño Estados Unidos, declarara la guerra al gigante del sur (Idem, p. 114), y sobre toda esta joya:

“Hay que decir las cosas como son: la guerra México-Estados Unidos fue injusta, ya que enfrentó a dos países completamente distintos en cuánto tamaño, recursos y capacidades bélicas. Así es, el minúsculo Estados Unidos se enfrentó a un país cinco veces más grande y con cinco veces más ejército” (Idem, p.116).

Esto es una muestra de absoluta ignorancia o una mentira del tamaño de una catedral. Hagamos cuentas: en 1804 los Estados Unidos adquirieron el riquísimo y feraz territorio de Luisiana: más de dos millones de kilómetros cuadrados de fértiles llanuras, irrigadas por ríos navegables, llamadas a convertirse en inmediato imán de poderosas corrientes migratorias. Con la Luisiana, los Estados Unidos tenían 4,631,000 km2 y una población de seis o siete millones: es decir, en territorio y población era equiparable a la Nueva España que, incluidas las Comandancias Internas del Norte y las Capitanías del Sur y el Sureste, tenía más o menos la misma población y 4,429,000 km2.

Pero no paremos ahí: para 1830 y debido a la facilidad de colonizar la cuenca del Mississipi y a las migraciones antes mencionadas, los Estados Unidos duplicaban la población de México y en 1845, antes de la anexión de Texas, tenían más de 20 millones de habitantes por 7.5 a 8 de México. Con la anexión de Texas, y habiendo perdido México sus aspiraciones sobre Centroamérica, al estallar la guerra el territorio de los Estados Unidos también era considerablemente mayor: más de cinco millones de km2 por poco más de tres millones y medio de la nación mexicana; además de un producto interno bruto que se calcula entre siete y diez veces superior al de México.

En su espléndido estudio introductorio a Mexicanos y norteamericanos ante la guerra del 47, Josefina Z. Vázquez ha explicado las razones del desequilibrio, que son muy otras que los prejuicios sin sustento y las frivolidades expuestas por Zunzúnegui, pero no entremos hoy en eso: basta desenmascararlo. Verdaderamente, habría que poder demandar en tribunales a falsificadores de este calibre.

Pero no para ahí Zunzúnegui, sino que suma y sigue: afirma que cuando los Estados Unidos se anexaron Texas, en 1845, México ya había reconocido la independencia de la fugaz república de la estrella solitaria, lo que es una descarada mentira; y que Santa Anna era el presidente en ese momento, lo que es una enorme inexactitud (Idem, p. 114). Luego se sigue de frente y afirma que la guerra “comenzó el 8 de mayo de 1847, y en apenas cuatro meses la invasión del norte fue un éxito, y el 14 de septiembre de ese año, la bandera estadounidense ya ondeaba en Palacio Nacional” (Idem, p. 114). Lo primero podría parecer un error tipográfico, un siete en lugar de un seis, pero al hablar de cuatro meses nos damos cuenta que no hay tal, sino un total desconocimiento de la historia que se pretende contar. En lugar de una guerra de casi 18 meses, se inventa un paseo militar de cuatro.

Una última perla: “Las armas de aquella época eran las mismas para ambos bandos, y Estados Unidos invadió con 14,000 hombres a un país que tenía por lo menos 80,000 soldados” (Idem, p. 117).

No sé de dónde saca la cifra de 80,000 soldados mexicanos, pero vayamos a los 14,000 estadounidenses: Zachary Taylor libró las primeras batallas con 3,500 hombres, pero luego, por su campamento en Camargo, Tamaulipas, pasaron más de 12,000, de los que casi 7,000 avanzaron hacia Monterrey. Todavía recibiría refuerzos para las columnas que destacaría hacia Tamaulipas, y las fuerzas con las que se enfrentó a Santa Anna en La Angostura. No menos de 15,000 hombres formaron en sus filas. A su vez, el general Winfield Scott desembarcó en Veracruz con 12,000 hombres y necesitó más de 20,000 para llegar al valle de México.

Una fuerza de más de mil hombres al mando del comodoro Conner ocupó Tampico. Otros 1,500 soldados a las órdenes del general Kearney invadieron Nuevo México y parte de ellos continuaron hasta California, donde se sumaron a un millar de aventureros y marinos de la escuadra del comodoro Sloat, para dominar a las fuerzas mexicanas que hasta entonces habían derrotado tres intentos filibusteros para arrebatarnos ese territorio (que según Zunzúnegui se había independizado desde 1846). 2,000 soldados del general Wool ocuparon el norte de Coahuila y otros tantos, al mando de Doniphan, avanzaron sobre Chihuahua: en total, no menos de 7,500 soldados en las columnas menores, que sumados a las fuerzas de Scott y Taylor dan una suma tres veces superior a la inventada por Zunzúnegui.

Tampoco hay equidad ni comparación posible en el armamento, pero para saberlo hay que leer cualquier historia seria de aquella guerra. Le recomiendo a Zunzúnegiui una que en ningún lado pretende hacer heroico lo que no lo es, escrita por un historiador que también fue militar y diplomático: John S. D. Eisenhower, Tan lejos de Dios. la guerra de los Estados Unidos contra México.

Claro que pedirle a Zunzúnegui que lea y peor aún, que entienda a historiadores como Gerhard, Velázquez, Vázquez o Eisenhower es pedir peras al olmo: su verdadero precursor ideológico debe ser Goebbels, pues miente en cada página y repite sus mentiras en cada libro y cada artículo.

https://www.facebook.com/notes/pedro-salmer%C3%B3n/falisficadores-de-la-historia-de-m%C3%A9xico-3/10150689848033416



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