Los “desmitificadores” de que hablamos en el artículo anterior han dedicado miles de páginas a “desacralizar” a los “falsos héroes”, empezando por el primero de ellos: don Miguel Hidalgo y Costilla. Se han impuesto como tarea convencernos de que era un criminal y no hay razón ninguna para llamarlo padre de la patria, sólo que al hacerlo, como acostumbran, mienten y falsifican la historia.
Naturalmente, llamar “padre de la patria” a un personaje, es una convención. Elegir alguna fecha para celebrar es también una decisión más o menos arbitraria: algunos de nosotros elegimos la noche del 15 al 16 de septiembre de 1810, como también podría ser el 6 de noviembre de 1813 o, claro, el 27 de septiembre de 1821 como fecha para conmemorar el proceso de independencia de la nación mexicana, de la misma manera que los estadounidenses eligieron la declaración de independencia, en 1776, y no la victoria final contra los ejércitos británicos, ocurrida años más tarde. Cada quien, pues elije. Nosotros hemos elegido al padre Hidalgo y aquella madrugada de septiembre; ellos han elegido el triunfal desfile de Iturbide y Guerrero en la ciudad de México. Para ambas elecciones hay fundamento, pero los desmitificadores se han empeñado en destruir la imagen de Hidalgo y, para hacerlo, tienen que mentir.
¿Cómo construyen su verdad, de qué manera atacan a Hidalgo?
A José Manuel Villalpando, Hidalgo parece costarle mucho trabajo. En su biografía del párroco de Dolores, el encargado o ex-encargado de los festejos del bicentenario (y parcialmente, de la famosa Estela de Luz) se deshace en elogios del buen sacerdote, mostrándolo siempre como tal, como buen sacerdote. Villalpando se ha empeñado en “combatir” a quienes pretenden mostrar al dulce párroco como un hombre parrandero, jugador, enamorado y padre de varios hijos, todo lo cual le parece sacrílego. Hidalgo es un buen sacerdote imbuido de una causa santa.
¡Ah!, pero de pronto el buen párroco es arrastrado por las circunstancias y poseído por un “frenesí libertario” que lo arroja a inenarrables excesos y terroríficas matanzas. No es Hidalgo el que les horroriza sino “la turba”, la “anárquica muchedumbre”, la “desordenada multitud que esa misma noche habría de convertirse en una horda sin control” (Armando Fuentes Aguirre “Catón”, Hidalgo e Iturbide, p. 39). Para José Miguel Zunzúnegui, no hay nada en Hidalgo fuera de eso, como lo muestra desde el título capitular “Hidalgo: ¿guerreros insurgentes o turba saqueadora?”: “y lo más importante, sus cuatro meses de saqueo, cuatro meses que fue lo único que duró su guerra, no tuvieron relación alguna con la verdadera obtención de la libertad” y se sigue de frente sobre los saqueos de “el bribón del cura” (Zunzúnegui, Patria sin rumbo, p.58 y ss.)
Odian en Hidalgo que haya caído bajo el terrible influjo de las masas: el 14 de abril de 2010, en una videoconferencia, Villalpando afirmó que “Hidalgo promovió el matar gente a diestra y siniestra, lo que explica las más de 22 mil muertes sufridas en el país desde 2006 a la fecha, como producto de la guerra contra el narcotráfico”. El Hidalgo sanguinario y criminal prefigura, según ellos, la criminalidad inherente al mexicano (Luis Hernández Navarro, La Jornada, 3 de agosto de 2010).
Es esto: la “canalla”, la “plebe”, la “turba” que saquea y se baña en sangre lo que asquea a los Catón, los Villalpando, los Zunzúnegui. El grueso de sus textos sobre Hidalgo se detiene en “los ríos de sangre” de “inocentes” y omite su proyecto revolucionario, continuado por Morelos. A ese tema, a los decretos de Hidalgo en Guadalajara, a su proyecto social, a sus ideas como caudillo revolucionario, Villalpando le dedica apenas dos párrafos (Miguel Hidalgo, pp. 99 y 123).
Zunzúnegui es peor: repite hasta el cansancio que Hidalgo nunca mencionó siquiera la palabra independencia, que no tenía proyecto ninguno y que solo sus rencores y rencillas personales lo llevaron a desatar a aquella “turba saqueadora” (México: la historia de un país construido sobre mitos, pp. 26 y 75; y Patria sin rumbo, pp. 25 y 58-64). Incluso, afirma rotundamente “Es imposible saber qué ideas tenía Hidalgo o si las tenía, pero si tuviéramos que basarnos en lo que gritó, vemos una invitación a pelar por el rey de España y del dominio de la religión” (Patria... p. 62). Un poco más allá está la fabulosa posición de Luis González de Alba, quien afirma sobre Morelos, en una lectura de los Sentimientos de la Nación aún más presentista y descontextualizada que las de Villalpando o Zunzúnegui: “¿A esa canalla intolerante y fanática estamos celebrando? Pues sí, porque seguimos padeciendo los mismos defectos, y por ellos seguimos hundidos en la pobreza” (Nexos, septiembre de 2009).
Hoy dejaré pasar su idea de la turba saqueadora para mostrar solamente que, al afirmar que Hidalgo nunca habló de independencia, sencilla y llanamente mienten. Es cierto que no sabemos ni podemos saber a ciencia cierta las palabras textuales con las que Hidalgo arengó a sus feligreses en la madrugada del 16 de septiembre, pero un testigo presencial (Pedro García), escribió que parte del famoso grito fue:
“No existe ya para nosotros ni el Rey ni los tributos.
“Esta gabela vergonzosa que sólo conviene a los esclavos, la hemos sobrellevado hace tres siglos como signo de la tiranía y servidumbre; terrible mancha que sabremos lavar con nuestros esfuerzos.
“Llegó el momento de nuestra emancipación; ha sonado la hora de nuestra libertad; y si conocéis su gran valor, me ayudaréis a defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos.”
Otro de los primeros compañeros de Hidalgo, Pedro Sotelo, escribió que en vísperas del 15 de septiembre, el cura lo invitó al movimiento con las siguientes palabras:
"Pues bien, se trata de quitarnos este yugo haciéndonos independientes, quitamos al virrey, le negamos la obediencia al rey de España, y seremos libres; pero para esto es necesario que nos unamos todos y nos prestemos con toda voluntad, hemos de tomar las armas para correr a los gachupines y no consentir en nuestro reino a ningún extranjero. ¿Qué dices, tomas las armas y me acompañas para verificar esta empresa? ¿Das la vida si fuere necesario por libertar a tu patria? Tú estás joven eres ya casado, luego tendrás hijos, y no te parece que ellos gocen de la libertad que tú les des, haciéndoles independientes, y que gocen con satisfacción de los frutos de su madre Patria?"
Estos testimonios muestran a un Hidalgo partidario de la independencia desde antes del grito, pero para que no se me señale de citar sólo fuentes indirectas también hay multitud de fuentes impresas firmadas por Hidalgo, en las que se habla de independencia y de libertad: en una proclama redactada probablemente en Celaya, en septiembre de 1810, dice Hidalgo
“El día 16 de septiembre de 1810, verificamos los criollos en el pueblo de Dolores y villa de San Miguel el Grande, la memorable y gloriosa acción de dar principio a nuestra santa libertad”.
¿Qué libertad? Lo explica en una proclama fechada en octubre:
“El sonoro clarín de la libertad política ha sonado en nuestros oídos (...)
“La libertad política de que os hablamos, es aquella que consiste en que cada individuo sea el único dueño del trabajo de sus manos y el que deba lograr lo que lícitamente adquiera para asistir a las necesidades temporales de su casa y familia; la misma que hace que sus bienes estén seguros de las rapaces manos de los déspotas que hasta ahora os han oprimido, esquilmándoos hasta la misma substancia con gravámenes, usuras y gabelas continuadas.”
Posteriormente, en Guadalajara, el cura Hidalgo publicó numerosos documentos fechados en “nuestro Palacio Nacional” y formó un gobierno nacional con el capitán Allende, José María Chico, Ignacio López Rayón y otros colaboradores. Se publicó una gaceta y se trató de convocar a un Congreso nacional con representantes de todas las ciudades y villas “que dicte leyes suaves y benéficas” y gobierne “con la dulzura de padres” (15 de diciembre de 1810). ¿No es eso luchar por la independencia política? Claro que lo es, a menos que uno no lea, o no quiera entender. Podríamos seguir con los decretos de Guadalajara, decretos de un jefe de Estado, algunos de ellos de enorme alcance, como el de la abolición inmediata de la esclavitud (29 de noviembre de 1811) o el relativo a las tierras de los pueblos (5 de diciembre), pero no haríamos sino abundar en lo dicho: sólo mintiendo puede afirmarse que Hidalgo nunca habló de independencia y libertad; solo mintiendo puede afirmarse con tan solemne autoridad que no tenía ideas.
Debería advertir estos desmitificadores, que en todos los procesos de independencia de América, los inicios fueron vacilantes y poco claros en lo que respecta a proyectos e ideología. En los primeros documentos de Bolívar, San Martín o Louverture se advierte que tampoco saben muy bien qué se construiría después de alcanzada la independencia. Los propios padres fundadores de los Estados Unidos, que iniciaron su guerra en 1774 y derrotaron finalmente a los ingleses en 1781, no definen el modelo del nuevo Estado sino hasta 1787, y los debates más interesantes se dan en ese año, en torno a El Federalista, de Madison, Hamilton y Jay (y por cierto, señores Zunzúnegui y González de Alba: todos esos libertadores y no solo Hidalgo, y también quienes los combatieron, fueron intolerantemente religiosos. No entenderlos es querer juzgar aquella coyuntura con los criterios del presente).
Para saber qué ideas tenía Hidalgo, señor Zunzúnegui, hay que leer. Yo se que leer puede resultar tedioso y cansado, pero no hay otra forma de conocer la historia. Le recomiendo ampliamente los cuatro volúmenes de Miguel Hidalgo y Costilla. Documentos sobre su vida, publicados y compilados por Felipe Echenique y Alberto Cué (INAH, 2010). De ahí tomé los documentos aquí citados, o en su defecto, de la fundamental compilación documental de don Juan Hernández y Dávalos). Elijan ustedes, si quieren, a Iturbide como padre de la patria, pero no mienta en torno a Hidalgo.
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